Eugenio del Río
“El Estado de las Autonomías no resuelve el problema territorial de España”
Gorka Castillo 21/09/2023

Eugenio del Río, durante la entrevista. / G. C.
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“Como un compromiso con la memoria”. Así explica el fundador del histórico Movimiento Comunista (MC) de España, Eugenio del Río (Donostia-San Sebastián, 1943), la aventura en la que se embarcó para explorar sus recuerdos y analizar la lucha antifranquista que le tocó vivir. El resultado obtenido es el libro Jóvenes antifranquistas 1965-1975 (Ed. Catarata), que acaba de ver la luz. Un ensayo donde su historia personal y la experiencia colectiva se entrelazan en un todo que Del Río utiliza para explicar un tiempo en ebullición. “En España teníamos un régimen odioso, sin ningún atractivo, que exigía una respuesta organizada y combativa”, afirma. Involucrado desde muy joven en el activismo político su partido, el MC, fue una de las incontables revoluciones mentales que surgieron “a la izquierda del Partido Comunista” en el ocaso inexorable de la dictadura. Como la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), la LCR (Liga Comunista Revolucionaria), la UCE (Unificación Comunista de España), Bandera Roja y tantas otras organizaciones, cada una de su padre y de su madre, pero todas unidas en el objetivo final: acabar con Franco para ser libres. “No éramos muchos, es cierto, pero terminamos creando problemas al régimen, contribuimos a deslegitimarlo y agravamos su agonía”, asegura. Entró en ETA en una época en la que ni siquiera se planteaba el uso de las armas. “Aunque nadie cuestionaba la violencia política revolucionaria, nuestras discusiones giraban sobre si había llegado el momento de poner en marcha una organización militar dispuesta a matar personas. Algunos pensábamos que no y terminamos escindidos en 1966”. Sobre la situación política actual no alberga dudas. “El Estado de las Autonomías no resuelve el problema territorial. Fue una solución que satisfizo a las élites políticas locales dentro de un marco diseñado para el bipartidismo y sirvió para cortar las ambiciones independentistas de Euskadi y Cataluña. A día de hoy, creo que hace falta un marco nuevo que camine hacia el federalismo”, apunta. Además de escribir, Eugenio del Río dirige en la actualidad una web indispensable en el debate serio y plural: Pensamientocritico.org.
¿Qué significado tiene para usted ‘jóvenes antifranquistas’?
Es el cuaderno de bitácora de una parte importante de mi vida. Un conjunto de reflexiones sobre todas las experiencias que acumulé durante 30 años y que responden, al menos para mí, a la pregunta de por qué muchos jóvenes nos hicimos antifranquistas.
La emigración del mundo rural al urbano aportó mucha fuerza al movimiento antifranquista
¿Por qué?
Porque vivíamos en un mundo que estaba en ebullición, en el que había muchos cambios y una efervescencia revolucionaria. En España teníamos un régimen odioso, sin ningún atractivo, que promovía una respuesta organizada y combativa. Yo formaba parte de un grupo minoritario de jóvenes que andábamos muy preocupados especialmente por la crisis cultural. Ten en cuenta que mi generación contaba con el factor favorable de que ninguno había vivido la guerra y, por lo tanto, no teníamos un juicio formado sobre la memoria histórica. Esto resultó muy valioso porque reforzó nuestra conciencia de que no habíamos sido derrotados y estimuló el arrojo para luchar contra la dictadura, muy influenciados por la ideología de clase, marxista fundamentalmente, algo que terminó dándonos la cohesión y la perspectiva que nos faltaba.
El movimiento universitario fue uno de los grandes focos de resistencia, ¿no?
Y las fábricas. Y los barrios de ciudades que, por su experiencia histórica, tenían un dinamismo acusado en la movilización antifranquista. Gente de Asturias, Cataluña, Euskadi, Madrid y algunos lugares de Andalucía. El movimiento antifranquista no estaba repartido por igual en todo el Estado. Había territorios más combativos que otros y estaban más organizados. Contó mucho la presencia de la industrialización y un factor que no suele ser tenido en cuenta como los llamados polos de desarrollo. Hablo de la emigración del mundo rural al urbano, que aportó mucha fuerza al movimiento antifranquista. Por ejemplo, a Burgos llevaron a gente joven de los pueblos que hasta ese momento vivían al margen del dinamismo social que ya existía en las ciudades y en torno a las fábricas.
¿Tan vibrantes fueron los años sesenta y setenta como refleja en el libro?
Más que vibrantes fueron años en los que ocurrieron cosas muy valiosas. Hubo mucha generosidad por parte de la gente. Mucha valentía y audacia para desafiar al franquismo sin experiencia, sin conocimientos y sin apenas medios materiales. Pero ahora también sientes que nos faltó algo. Quizá tener un mejor conocimiento de la sociedad, a la que idealizábamos con frecuencia. Carecíamos de criterios para evaluar ciertas posturas políticas porque estábamos demasiado ansiosos por conformar nuestra propia ideología y nos lanzamos a buscarla por el mundo, en nuestros grandes referentes internacionales. En China, en la URSS, Cuba. En el Movimiento Comunista éramos maoístas. Y aunque hoy no me identifico con ello, jamás me he arrepentido de haber luchado bajo esa bandera ideológica. Al contrario, aquella actividad es lo más valioso que he hecho en mi vida.
Sería como una revolución mental en medio de la represión impuesta por un régimen tan castrador y machista como el franquismo.
Sin duda, pero eso también tuvo sus puntos oscuros. Quiero decir que en el MC siempre hubo como una especie de tensión colectiva por aprender, por avanzar ideológicamente, pero a veces lo hacíamos con una preocupación exagerada por unificar criterios, lo cual puede resultar a veces coercitivo. Está claro que fue muy útil para la individualidad, pero la parte mala eran las dificultades que encontrábamos para ponernos de acuerdo en todo.
¿Cuánto de utopía tuvo la lucha antifranquista de los años sesenta y setenta?
Desde luego que uno de los planos de nuestra lucha fue la gran ideología de la utopía, pero también tuvimos otra faceta que estaba muy asentada en la realidad cotidiana. Por ejemplo, cuando organizábamos grupos de oposición sindical en las fábricas. Entonces funcionábamos de forma muy realista y conseguíamos resultados. Sin embargo, cuando intentábamos definir nuestros rasgos ideológicos surgía una mentalidad excesivamente utópica y abstracta, sin una base de hechos o de experiencia. Pero ambos planos, aunque eran diferentes, convivieron bastante bien durante los años sesenta, setenta, incluso los ochenta. En todo caso, comprometerse con la actividad antifranquista en aquel tiempo era una de las mejores opciones que tenía un joven que asomaba a la vida de adulto.
¿Qué papel tuvo la mujer en el Movimiento Comunista?
Nuestra conciencia feminista comenzó más o menos en 1976. Hasta entonces, no tuvimos una perspectiva clara, aunque existían ideas simples sobre la igualdad siempre vinculadas a la justicia social. Pero lo que hoy conocemos como conciencia feminista movilizadora no empieza a desarrollarse hasta el 76. Recuerdo que pusimos en marcha una experiencia que se llamó ‘Estructura autónoma de mujeres’ dentro del MC. Tenían sus propias reuniones, hacían sus propuestas y estimulaban la toma de conciencia feminista en el conjunto de la organización. Fue innovador para todas y todos.
Cuando intentábamos definir nuestros rasgos ideológicos surgía una mentalidad excesivamente utópica y abstracta
¿Qué simbolizaba para ustedes la Iglesia, una institución clave del poder franquista?
La relación entre los jóvenes revolucionarios y su formación cristiana es un punto clave del libro porque la mayoría de nosotros estudiamos en colegios de curas. Aquello dejó un poso muy profundo en muchos chavales que luego se convirtieron en revolucionarios. Puede costar entenderlo, pero es sencillo explicarlo. En el cristianismo se hablaba de la caridad. En algunos casos, eso permaneció como tal, sin mayores inquietudes, pero en otros despertó un sentimiento transformador revolucionario. La caridad se convirtió en solidaridad y en una oposición profunda a la desigualdad social que terminaban por cambiar a la persona. Eso se percibe en el sentido del heroísmo que nos inculcaron los curas a través de lecturas de personajes antirrepublicanos, antirrojos, a veces “mártires”, de la cruzada franquista contra el comunismo. Lo que no imaginaban fue que aquel ideal del mártir falangista se eclipsó, desapareció por completo, pero no el concepto que prevaleció en muchos de nosotros.
Y empezaron a crear sus propios héroes…
Exacto, aunque no necesariamente era tu abuelo al que habían fusilado en la guerra. Podía ser un maqui que volvió locos a los guardias civiles durante años en Aragón o en Cantabria. O un sindicalista combativo. Lo importante era mantener en pie la idea del héroe porque servía de ilustración a nuestro modelo de rebeldía. Es cierto que éramos una minoría pero creamos problemas al régimen, contribuimos a deslegitimarlo y agravamos su agonía.
Teníamos naturalizada la idea de una dictadura de izquierda porque la considerábamos como el tránsito imprescindible hacia algo mejor
¿El socialismo era un ideal absoluto?
Era algo que no se discutía. Como la idea de la revolución. Si alguien lo ponía en discusión como algo difícil o imposible de conseguir quedaba fuera de la organización, no porque se les expulsara, sino porque él mismo se desplazaba fuera de nuestro movimiento. En ese sentido nunca hubo problemas.
¿Qué factores terminaron por lastrar el mundo ideológico en el que creció?
Podría mencionar varios, pero voy a citar dos. Uno, sin duda, la vinculación que en esa época teníamos con regímenes políticos dictatoriales de izquierda. Por ejemplo, con la URSS, con China, a la que durante años vimos como una sociedad ideal. La cuestión era que teníamos naturalizada la idea de una dictadura de izquierda porque la considerábamos como el tránsito imprescindible hacia algo mejor. El otro factor decisivo que debilitó nuestro movimiento fue el uso o no de la violencia en determinados momentos. Voy a decirlo con más claridad: la justificación de matar a otras personas para alcanzar un fin considerado deseable. Ahí se abrieron abismos que terminaron separándonos.
Entré en ETA en una época en la que ni siquiera se planteaba el uso de las armas
Usted formó parte de una de las primeras escisiones que sufrió ETA en los años sesenta. ¿Cuál fue el motivo?
Entré en ETA en una época en la que ni siquiera se planteaba el uso de las armas. Hasta entonces, el problema no era el de matar o no matar a un torturador o a un alto dirigente franquista como Carrero Blanco. Aunque nadie cuestionaba la violencia política revolucionaria, nuestras discusiones giraban sobre si había llegado el momento de poner en marcha una organización militar dispuesta a matar personas. Algunos pensábamos que no había llegado y terminamos escindidos en 1966, dos años antes de que dieran el paso. Por desgracia, ahora podemos ver las graves consecuencias que tuvo la puesta en marcha de aquella maquinaria y las dificultades que hubo para detenerla.
Faulkner dijo que “el pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado”. ¿Encaja con el espíritu de la Transición que hoy tratan de salvar?
La Transición fue algo previsible porque las principales fuerzas del Estado y las más influyentes del exterior del país coincidieron en promover un cambio de régimen sin turbulencias. Es evidente que trajo cosas buenas, pero también tuvo muchos puntos negativos. Y hay uno que pesa mucho: la permisividad con el capitalismo franquista, con sus hábitos y la prepotencia que había adquirido durante 40 años de dictadura. Facilitaron el tránsito de ese sector empresarial a la democracia sin que nadie le tocara un pelo. Otro de los problemas que vimos fue la permanencia intacta de los dispositivos represivos franquistas. No hubo depuración ni en la policía ni en el Ejército ni tampoco en la judicatura. Todo esto permitió que la cultura oficial pasara de largo sobre el problema de víctimas y victimarios. Yo no reclamo nada para los antifranquistas que sufrieron represión. No pido honores ni recordatorios especiales pero sí justicia y reconocimiento.
No hubo depuración ni en la policía ni en el Ejército ni tampoco en la judicatura. La cultura oficial pasó de largo sobre el problema
Ha pasado medio siglo desde la llegada de la democracia a España y el problema territorial sigue sin resolverse. ¿Tiene solución?
El llamado Estado de las Autonomías no resuelve el problema territorial. Fue una solución que satisfizo a las élites políticas locales dentro de un marco diseñado para el bipartidismo y sirvió para cortar las ambiciones de Euskadi y Cataluña, que es donde estaba más asentado el nacionalismo, la cuestión independentista, por decirlo de alguna manera. A día de hoy, creo que hace falta un marco nuevo que supere el autonómico y camine en un sentido federal, hacia un sistema decisorio en el que todos, cada uno desde su ámbito de autogobierno, se responsabilice del conjunto. Porque eso es el federalismo.
¿Quién es Eugenio del Río?
Joder, vaya presión. Es muy difícil de sintetizar. Pienso que todos tenemos varias vidas. A veces son sucesivas, incluso simultáneas. Me cuesta mucho encerrar a alguien en una sola de sus vidas.
“Como un compromiso con la memoria”. Así explica el fundador del histórico Movimiento Comunista (MC) de España, Eugenio del Río (Donostia-San Sebastián, 1943), la aventura en la que se embarcó para explorar sus recuerdos y analizar la lucha antifranquista que le tocó vivir. El resultado obtenido es el libro...
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Gorka Castillo
Es reportero todoterreno.
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