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posfascismo

La extrema derecha está loca de remate

Los ultras atraen a multitud de “deplorables”, desde racistas y homófobos hasta los pirados de QAnon. Pero muchos más de los que apoyan a Meloni o Bolsonaro son “persuasibles”, que votan en función de sus propios intereses

John Feffer 19/01/2023

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Arizona es la zona cero de las teorías más absurdas y los candidatos políticos más locos.

Prueba documental A: el caso de Kari Lake, la republicana que se presentó a gobernadora en las últimas elecciones de mitad del mandato. Aunque perdió en noviembre, ella sigue haciendo campaña (en las redes sociales, en los tribunales y en su propia imaginación nublada). Se niega a aceptar que Katie Hobbs, su adversaria demócrata, ganó por un 0,6 % de los votos. El delirio lo comparte con Donald Trump, que tuiteó que Lake debería “tomar posesión” del cargo de todas maneras, cual golpista victoriosa. Ahora, Lake, Trump y demasiados estadounidenses creen que todas las elecciones en las que no consigue la victoria predestinada un extremista del Make America Great Again están, por definición, “robadas”.

Luego está Blake Masters, el derrotado candidato republicano al Senado por Arizona, que acusó a la administración Biden de animar a millones de inmigrantes a entrar a Estados Unidos “para cambiar la demografía de nuestro país”. Se trata de una clara referencia a la teoría del “gran reemplazo”, según la cual los de fuera (extranjeros, de color, musulmanes), incitados por liberales y globalistas, se valen de la inmigración y de los mayores índices de natalidad para reemplazar a la mayoría blanca “nativa”. La teoría está cada vez más extendida entre nacionalistas blancos, activistas del nacionalpopulismo y asesinos en masa desde El Paso hasta Nueva Zelanda, que la citan en sus manifiestos.

Quizá el más loco de la banda sea Ron Watkins, el destacado defensor del culto a la desinformación QAnon, que se mudó a Arizona para presentarse al Congreso. Según QAnon, un contubernio internacional de pedófilos satánicos extraen y consumen una misteriosa sustancia que se encuentra en los cuerpos de los menores víctimas de la trata. Ah, y estos adoradores del diablo bien relacionados también controlan las Naciones Unidas, la economía mundial y hasta los Óscar.

Watkins no pasó de las primarias, pero Lake y Masters libraron contiendas muy reñidas, y otros conspiracionistas incluso llegaron a conseguir escaño en el Senado de Arizona, entre ellos Wendy Rogers, que rechaza los resultados de las elecciones de 2020; Anthony Kern, que participó en el asalto al Capitolio del 6 de enero; y David Farnsworth, simpatizante de QAnon. Que no te engañe su propaganda electoral. Estos republicanos de Arizona y otros iguales por todo el país no son conservadores. No quieren preservar el statu quo, sino anular las instituciones democráticas, además de las elecciones.

Las tres narrativas de extrema derecha más extendidas y manifiestamente falsas prosperan en un estado que le dio al mundo a Barry Goldwater, el político pionero de la derecha radical

Su triunfo no debería sorprendernos. Una gran cantidad de habitantes de Arizona cree que el gobierno miente en todo, desde la pandemia de covid hasta la disponibilidad de agua, y grupos paramilitares como The Patriot Movement se han abierto paso en la política de este estado. Las tres narrativas de extrema derecha más extendidas y manifiestamente falsas (que los satánicos globalistas controlan la economía, que las elecciones están “robadas” y que los extranjeros vienen dispuestos a “reemplazar” a los blancos) prosperan en un estado que, hace mucho, mucho tiempo, le dio al mundo a Barry Goldwater, el político pionero de la derecha radical.

Pero es un error atribuir la enorme proyección de estos candidatos de extrema derecha únicamente a un discurso así de loco. Los datos de un sondeo a pie de urna en las últimas elecciones indican que los votantes republicanos de Arizona priorizaron cuestiones básicas y muy reales como la inflación, que les provoca serias dificultades. Pienses lo que pienses del aumento de precios, es real, no como las historias macabras de QAnon. Y no fueron solo nacionalistas blancos los que apoyaron a semejantes candidatos. Kari Lake, por ejemplo, cosechó el 47 % del voto latino.

Está claro que la extrema derecha atrae a multitud de “deplorables”, desde abiertos racistas y homófobos hasta los pirados de QAnon. Pero muchos más de los que apoyan a candidatos como Kari Lake y sus homólogos a nivel internacional (Giorgia Meloni en Italia, Jair Bolsonaro en Brasil y Narendra Modi en India) son en realidad “persuasibles”, que votan en función de sus propios intereses, basados en necesidades políticas y económicas totalmente reales. Al atraer a estos votantes, la extrema derecha ha conseguido pasar de la marginalidad a la corriente dominante.

Y esos mismos persuasibles puede que ahora tengan la llave del futuro de la democracia.

Qué motiva a los votantes de extrema derecha

No hace tanto, se podría considerar que Suecia era lo opuesto a Arizona. Tras la Segunda Guerra Mundial, el Estado escandinavo se convirtió en el símbolo por antonomasia del socialismo democrático. Pero incluso allí, la extrema derecha ha ganado terreno, precisamente llegando a esos persuasibles.

En primer lugar, aunque Suecia sigue siendo mucho más igualitaria que Estados Unidos, ya no es tan democrática socialmente. En los años ochenta y noventa, una serie de gobiernos de centroizquierda redujeron los obstáculos a la libre circulación de capitales y comercio, ayudando a globalizar la economía del país y allanando el camino a un gobierno de centroderecha que en 2006 aplicó recortes de impuestos neoliberales y redujo el sistema de protección social.

El resultado fue un notable aumento de la desigualdad económica. De 1980 a 2019, el traspaso de la riqueza al uno por ciento más rico de suecos se puso a la par que el de la Inglaterra de Thatcher, de modo que, para 2017, el país tenía una concentración de mutimillonarios per cápita mayor que cualquier otro país en Europa, a excepción de Suiza. En 2019, The Economist informaba favorablemente del gran número de superricos suecos y de su aparente popularidad.

La extrema derecha se ha apoyado en mensajes contra la globalización, lo que supone una peineta tanto a la UE como a las instituciones financieras

Pero resulta que no es el caso con todos los suecos. La globalización neoliberal de la economía también produjo muchos “perdedores”, que ahora apoyan a los Demócratas de Suecia. En las primeras reuniones que celebró el partido, fundado en 1988 y dirigido por neonazis, contaron con “camisas pardas y miembros del partido realizando el saludo nazi, y su seguridad la conformaban skinheads”, según recoge Le Monde. Después de que los nuevos dirigentes se desprendieran del aderezo nazi y se centraran en la “amenaza” de los inmigrantes, el partido empezó a subir en las encuestas y llegó a quedar segundo en las pasadas elecciones de septiembre con el 20,5 % de los votos, lo que contribuyó a la formación de un nuevo gobierno de derechas.

Para irrumpir en la corriente dominante, este partido antes marginal se apoyó cada vez más en su plataforma económica populista, ofreciéndose a aumentar las ayudas públicas y reducir algunos impuestos para atraer a los votantes de clase obrera y a los desempleados. No cabe duda de que el racismo y la islamofobia han contribuido a aumentar su apoyo, pero de lo que más se ha beneficiado el partido ha sido del estallido de la indignación ante las políticas de austeridad económica que han hecho de Suecia uno de los países menos igualitarios de Europa.

Por todo el continente, la extrema derecha se ha apoyado en mensajes contra la globalización, lo que supone toda una peineta tanto a la Unión Europea como a las instituciones financieras mundiales. En el este, tales partidos han ganado poder en Polonia y en Hungría, y en la parte occidental, han desviado votos de los partidos comunistas en Francia e Italia, entre otros países.

Si la oposición a las políticas de austeridad ha sido el plato fuerte de estos partidos de extrema derecha, la guarnición especial han sido los mensajes en redes sociales, sobre todo acerca de la inmigración. Cuando se trata de sembrar miedo y resentimiento, los que cruzan la frontera son los chivos expiatorios perfectos. Los demócratas suecos, por ejemplo, han prometido deportar a los inmigrantes que cometan delitos o que sean “antisociales”, simple y llanamente, y no quieren aceptar más migrantes a menos que vengan de países vecinos (es decir, que sean blancos).

Los políticos de extrema derecha suelen ser extremadamente hábiles a la hora de dar rienda suelta a su locura o contenerla, dependiendo del público

La extrema derecha está obsesionada con los que cruzan fronteras no solo territoriales, sino también aquellas más conceptuales como son las de género, sexo y raza. En Hungría, el primer ministro, Viktor Orbán, ha cambiado la constitución para definir el matrimonio como la unión exclusivamente entre hombre y mujer, lo que prohíbe de facto la adopción a las parejas del mismo sexo. La primera ministra italiana, Giorgia Meloni, ha declarado que su partido dice “sí a las familias naturales, no al lobby LGBT, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género”. Jair Bolsonaro se pasó su mandato como presidente de Brasil negando que existiera racismo en su país mientras socavaba los derechos de las comunidades indígenas.

En el meollo de tales políticas sociales de extrema derecha hay un intento de aplacar las preocupaciones de los grupos dominantes (blancos, hombres, heterosexuales, cristianos) relacionadas con la erosión de su situación económica y asegurarles que no van a sufrir ningún deterioro en su posición social, tampoco. Mientras, los partidos liberales y de izquierdas, que podían atraer a los votantes que la globalización y el neoliberalismo habían dejado atrás, han salido perdiendo en lo que deberían haber sido “sus” temas.

Elaborada para apelar a los intereses de los votantes, la agenda de la extrema derecha puede parecer muy alejada de todo ese universo de teorías conspirativas en las que los judíos controlan el mundo a través del financiero George Soros o los líderes del partido demócrata dirigen una red de trata de menores en el sótano de una pizzería en Washington, D. C. Aun así, una de las principales razones del éxito cosechado por la extrema derecha ha sido su capacidad de alternar entre políticas pragmáticas y mensajes extremistas.

Dos caras de una misma moneda

Un mes antes de las elecciones italianas, Giorgia Meloni publicó un curioso vídeo de seis minutos en el que saltaba sin esfuerzo del inglés al francés y al español. Y de paso, condenaba el nazismo y el antisemitismo, al tiempo que prometía su apoyo a la OTAN y a Ucrania.

En esos seis minutos, Meloni se presentaba al resto de Europa como una cosmopolita multilingüe que rechaza las raíces fascistas de su propio partido. Dentro de Italia, el vídeo gustó a los que estaban consternados por el coqueteo de la extrema derecha con Vladímir Putin y preocupados porque su ascenso al poder pudiera comprometer el apoyo financiero de la Unión Europea. Precisamente por no pronunciar aquellas declaraciones en italiano, era menos probable que el discurso alienara a sus principales partidarios nacionalistas.

La globalización y el neoliberalismo han provocado dificultades a ciertas comunidades como la clase obrera, la población rural y los más mayores

El vídeo de Meloni es un claro ejemplo de cambio de código: hablar de forma distinta a distintos públicos. Los políticos de extrema derecha del mundo entero suelen ser extremadamente hábiles a la hora de dar rienda suelta a su locura o contenerla, dependiendo del público. Viktor Orbán siempre ha tenido cuidado de formular sus opiniones antiinmigración en términos neutros desde el punto de vista racial. Solo en una ocasión, hablando con ciudadanos de etnia magiar en Rumanía, admitió abiertamente que los húngaros no quieren convertirse en una “raza mestiza”. Pauline Hansen, lideresa de un partido australiano de extrema derecha, creyó que se dirigía a un lobby armamentístico cuando planteó la estrafalaria idea de que la peor masacre ocurrida en el país, en 1996, fue una puesta en escena para impulsar el control de armas. Cuando era candidato al Senado en Ohio, J. D. Vance formuló una gran cantidad de opiniones conspiranoicas (que las elecciones de 2020 habían sido robadas, que el desprestigiado locutor de radio Alex Jones era “una fuente de información mucho más respetable que Rachel Maddow”) que nunca habría defendido ante un público más liberal.

El dog-whistling (“silbato para perros” o uso selectivo del lenguaje) no deja de ser otra versión de este fenómeno, en la que los políticos introducen cierto lenguaje codificado en sus discursos para dirigirse a distintos públicos a la vez. Las referencias al “estado de derecho”, a los “valores de la familia” o a los “globalistas” pueden significar diferentes cosas para diferentes personas. Solo los que están a la última entienden la imagen de la rana Pepe en el tuit de un político de derechas. Los asistentes a un mitin de Trump pueden oír una melodía pegadiza sin darse cuenta de que se parece mucho al himno de QAnon.

Lo que hace que el cambio de código y el uso selectivo del lenguaje sean tan peligrosos es lo cerca que se encuentran las partes loca y cuerda en el discurso de la extrema derecha. De hecho, resulta que las tres narrativas falsas más destacadas coinciden perfectamente con los tres atractivos generales más destacados de la extrema derecha.

Por ejemplo, las políticas económicas de la globalización y el neoliberalismo efectivamente han provocado dificultades a ciertas comunidades como la clase obrera, la población rural y los votantes más mayores. Y aunque estas políticas las impulsen poderosas instituciones como bancos y empresas transnacionales, no son el resultado de una conspiración judía, un contubernio de satánicos ni un grupo de globalistas con el oscuro plan del “gran reinicio” de utilizar la covid para destruir la soberanía de las naciones.

Sí, los partidos tradicionales en todo el mundo están llenos de políticos corruptos que hacen lo imposible para burlar al sistema. Sin embargo, la idea de que los liberales e izquierdistas han “robado” las elecciones en Estados Unidos o en Brasil hackeando los sistemas de voto electrónico o falsificando miles de papeletas ha sido desmentida una y otra vez.

La guerra, la agitación social y el cambio climático han creado una de las mayores oleadas de refugiados e inmigrantes desde la Segunda Guerra Mundial. Esas pobres almas están desesperadas por encontrar cobijo y seguridad en otros países. Pero no tienen ningún plan de “reemplazar” a la población blanca mayoritaria de Europa, Estados Unidos ni Australia. En realidad, muchos regresarían a casa si pudieran.

Al contrario que Meloni, Putin no necesita desviarse al centro para asegurarse aliados europeos ni para ganarse a los votantes independientes

Por lo cerca que están, los argumentos ilícitos se revisten de la credibilidad de los lícitos, y estos últimos obtienen algo de la potencia bruta de los primeros. Solo hay un paso, por ejemplo, de reconocer la corrupción en los partidos políticos a creer que han robado las elecciones. Lo más irónico es que si alguien intenta amañar elecciones, son los partidos de extrema derecha, como hicieron los republicanos con las tácticas de supresión de voto o el partido Fidesz de Hungría con el control del panorama mediático para reducir la opinión pública de la oposición. La extrema derecha a menudo proyecta en sus adversarios los mismos pecados que está acostumbrada a cometer en la sombra.

El peor ejemplo es el mejor ejemplo

En el discurso del pasado 30 de septiembre en el que anunciaba la anexión de cuatro provincias de Ucrania, el presidente ruso Vladímir Putin recurría a su ya familiar ultranacionalismo para justificar la abrogación del derecho internacional. Sin embargo, dio un extraño rodeo. Afirmó que los países occidentales estaban encaminados al “puro satanismo”. Añadió que Occidente “está dispuesto a pasar por encima de todo para preservar el sistema neocolonial que le permite parasitar y saquear el mundo”. Y para terminar, condenó a todos los que le dicen a los niños “que hay más supuestos géneros además de hombre y mujer” y les ofrecen “una operación de cambio de sexo”.

Eran afirmaciones raras en un discurso que debería haberse centrado en la geopolítica, pero Putin estaba consagrándose al dog-whistling como loco. Estaba enviando un mensaje a sus simpatizantes de extrema derecha dentro y fuera del país, les estaba diciendo que él también creía que los liberales satánicos controlaban el mundo y estaban “aleccionando” a niños para cambiar de sexualidad y género.

 A pesar de que la política republicana esté dominada por Trump, y Twitter, por Elon Musk, se puede contener a los locos y refrenar a la derecha radical

Al contrario que Giorgia Meloni, Putin no necesita desviarse al centro para asegurarse aliados europeos ni para ganarse a los votantes independientes. La invasión de Ucrania ha roto sus vínculos con Europa (hasta con la extrema derecha europea) y él lleva años amañando elecciones a su favor. El uso que hace sin tapujos de narrativas falsas ofrece una imagen espeluznante de lo que podría pasar si los políticos de extrema derecha de todo el mundo ganaran aún más elecciones, reformularan la democracia para asegurarse su dominancia en el futuro y comenzaran a hacerse con instituciones internacionales como la Unión Europea o incluso el Banco Mundial. Liberada de los compromisos de la política electoral, la extrema derecha se olvida de los persuasibles y, como Putin, ondea su bandera de locuras.

Todavía es posible salirles al paso a la próxima tanda de Putins, Melonis y Trumps. Pero implica evitar la falsa tentación de fomentar ideas igual de locas y apelar a auténticos deplorables. En cambio, una coalición de cuerdos debería intentar entender las verdaderas razones políticas y económicas que hacen que los persuasibles voten a Kari Lake y sus correligionarios, para poder elaborar argumentos y políticas que los convenzan.

Se puede hacer. Aunque Italia ha recurrido a la extrema derecha, suficientes votantes han rechazado a Kari Lake y a Jair Bolsonaro en las urnas. A pesar de que la política republicana esté dominada por Trump, y Twitter, por Elon Musk, se puede contener a los locos y refrenar a la derecha radical. Pero supone hacer partícipe al ciudadano en lo que más le importa: su cabeza, su corazón y, sobre todo, su bolsillo.

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John Feffer es el director de Foreign Policy In Focus.

Traducción de Ana González Hortelano.

Este texto se publicó originalmente en Tom Dispatch.

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John Feffer

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1 comentario(s)

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  1. aramis

    ¿¿¿COALICIÓN DE CUERDOS???.... ¿Dónde; en EE.UU o en Europa?... ¡¡¡PO VASER QUENO!!!... Bromas aparte, el análisis de la situación sueca es bastante superficial donde los factores relevantes están ausentes. Y por otro lado la invocación a “los cuerdos” no es más que otro dog-whistling al mundo académico, donde supuestamente se concentran los «mas» cuerdos de la parroquia, que visto lo visto no quiere decir que sean cuerdos. Cierto es, sin embargo, que la ultraderecha se nutre de los valores que basamentan la lógica de la desigualdad, y que ni la democracia, ni mucho menos la izquierda han logrado doblegar. No me refiero a las políticas de austeridad, o a los austericidios institucionales y ciudadanos. Me refiero al fundamentalismo de las relaciones socioeconómicas de explotación en la triada clásica de la dominación, subordinación y exclusión. Con el neoliberalismo se llegó a un cierto equilibrio en esta triada después de la Segunda Guerra Mundial. Equilibrio que ahora está ya descompuesto por una desigualdad galopante que la izquierda no sabe, ni encuentra cómo recomponer. Y no lo encuentra, entre otros motivos, porque el problema ya no es solo de reparto de riqueza, sino de modelo de sociedad en línea muy alejada del individualismo neoliberal y la lógica del libre mercado. Nuestros «más cuerdos» son todos fundamentalistas neoliberales y todavía no tenemos cuerdos de la lógica de «lo común».

    Hace 1 año 2 meses

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