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Rosa María Calaf / periodista

“Temo más a los gobiernos supuestamente democráticos que a los golpes militares”

Gorka Castillo 5/08/2022

<p>Rosa María Calaf posa durante la entrevista. </p>

Rosa María Calaf posa durante la entrevista. 

G.C.

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De las preguntas clásicas a las que debe dar respuesta un periodista, hay una, por qué, que es una obsesión para Rosa María Calaf (Barcelona, 1944). Reportera y corresponsal de RTVE en Moscú, Pekín o Washington durante más de 30 años, Calaf observa hoy desde la bancada reposada de la jubilación una preocupante deriva en la profesión que tanto contribuyó a engrandecer. “Los poderes tratan de interferir en la calidad periodística para evitar que se haga visible lo invisible, para que no se cuente lo que callan”, afirma. Sabe bien de lo que habla. Para quien ame el periodismo y el reportaje, Calaf es una de las maestras, un icono de honestidad informativa y valentía. Ella, junto a otra grande como Carmen Sarmiento, rompió en su momento todos los techos de cristal del reporterismo en este país con su disposición a impregnarse de dolor ajeno en los lugares más inhóspitos del planeta. “Las dictaduras aplican la censura sin rubor, pero, como una supuesta democracia no puede hacerlo, busca el mismo fin de una manera mucho más sutil, más difícil de detectar y extremadamente más compleja de combatir”. Algo que hoy comienza a producir alarma en muchos países. No en vano asegura: “Temo más a los gobiernos supuestamente democráticos que a los golpes militares”.

¿Cómo ve hoy la profesión tras los sonoros escándalos en los que están envueltas grandes corporaciones mediáticas y algunos de sus periodistas de cabecera?

Buen y mal periodismo ha habido siempre. Como también los poderes han tratado siempre de interferir en la calidad periodística para evitar que se haga visible lo invisible, para que no se cuente lo que callan. No digo que todo tiempo pasado fue mejor pero, a diferencia de antes, hoy se invierte más en el mal periodismo, en desinformar, y los niveles de eficacia son altísimos gracias a las nuevas tecnologías. Todo esto, indudablemente, exige al receptor una postura muy activa para separar lo tóxico de lo que no lo es. Pero tampoco hay una voluntad pública de enseñar con sentido crítico. Es decir, si tenemos una educación que no pretende conseguir ciudadanos sino consumidores ni tampoco quiere construir una sociedad de derechos sino que de aplicaciones, el resultado es que nos perdemos en la saturación informativa. Es cierto que hoy estamos más informados que nunca, pero hay grandes intereses para que no sepamos buscar la buena información, independiente y rigurosa.

Hoy se invierte más en el mal periodismo, en desinformar, y los niveles de eficacia son altísimos gracias a las nuevas tecnologías

¿Y le preocupa esta deriva?

Sí. Siempre he dicho que los golpes militares me producen menos miedo que los gobiernos elegidos por ciudadanos que votan sin saber lo que votan. Tenemos fenómenos supuestamente democráticos, cada vez más despreocupados informativa y formativamente por el bien común y la justicia social, como Trump, Bolsonaro o Boris Johnson que pueden volver a repetirse. Hay un riesgo enorme. Personajes de ese estilo me aterran.

Algunos políticos se apropian de banderas como la libertad pero toman decisiones que restringen derechos colectivos. ¿Qué opina?

Claro. Ese es el gran problema. Se está creando un tipo de sociedad que aparenta ser más democrática pero, en realidad, es un simulacro porque la están vaciando de contenido. Basta con analizar un poco la situación actual para ver la tremenda promiscuidad que existe entre el poder ejecutivo, el legislativo, el judicial y el mediático. Y cuidado con esto porque cuando los poderes actúan con esa indisimulada interacción, dejan de cumplir su función. Es como si pusieras al zorro a cuidar del gallinero. Y todo esto lo estamos viendo en medio de una pasividad generalizada. La gente no se da cuenta y acaba votando contra sus propios intereses.

La gente está perdiendo la conciencia sobre el inmenso poder que aglutina la sociedad civil y estamos renunciando a nuestro derecho a la protesta

Por ejemplo, que trabajadores, desempleados y asalariados voten a un partido de extrema derecha como Vox.

Efectivamente. Desde el punto de vista del diseño del sistema, algo que ya comenzó a planificarse en los años sesenta, está siendo tremendamente exitoso. Es decir, están logrando convencer a la ciudadanía de lo que le conviene votar sin que tenga que pensar en exceso, sin un mínimo de reflexión sobre cuáles son sus propios intereses. Vivimos en un permanente simulacro de democracia, de libertad, de igualdad. Todo consiste en hacer ver que... pero lo tremendo de todo esto es que cuando se descubre la falsedad, no sucede nada. Me refiero a la impunidad de las conductas irregulares, no sólo a las prácticas ilegales que son un escándalo, sino a los comportamientos antiéticos y amorales. No hay sanción social para ellos y se les sigue votando. Lo mismo sucede con quienes promueven recortes en la sanidad pública. La gente está perdiendo la conciencia sobre el inmenso poder que aglutina la sociedad civil y estamos renunciando a nuestro derecho a la protesta. Y, ¿sabes por qué? Porque cada vez estamos peor formados e informados. Es una tendencia general, no sólo en España sino en el mundo.

Pero España parece tener una característica propia: no se consolidan los avances.

Exacto. En situaciones extremas tenemos comportamientos muy loables. Somos capaces de movilizarnos masivamente en un momento determinado pero luego nos diluimos. Es como si avanzáramos tres pasos en justicia, solidaridad y libertades para, a continuación, retroceder dos pasitos poco a poco. Y eso ocurre porque no hemos sabido quitarnos de encima las minas que llevamos pegadas desde antiguo y que son las que cercenan cualquier evolución colectiva. Esa dinámica tan española me parece socialmente agotadora.

¿Quizá el resultado de todo ello es el triunfo del individualismo que algunos estimulan frente al bien común?

Totalmente. Intentan convencernos de que el triunfador no es el que hace algo en base a su esfuerzo y talento cuyo resultado es aportar un valor enriquecedor para la comunidad a la que pertenece. Ahora no. Aquí el exitoso es el que tiene mucho y no nos importa cómo lo ha conseguido. Con eso no quiero decir que todos los empresarios sean malos. En absoluto. Pero, hombre, lo razonable es avanzar hacia una sociedad con un capitalismo controlado, con rostro humano, que cree riqueza para todos, no para unos pocos. La democracia es repartirla.

Es un discurso socialdemócrata

Sí, mucho. Es que me eduqué en esos valores, viajé desde muy joven y he podido verlo. Tengo muy claro que la única manera de avanzar como sociedad es cuando se respetan los derechos de todos los ciudadanos. Con el tema feminista me sucede lo mismo. Es evidente que si todas las personas de una sociedad son aprovechadas según sus talentos, capacidades y esfuerzos, el país en su conjunto será mucho mejor que si sólo utilizas a menos de la mitad de sus ciudadanos, es decir, a los hombres. 

Hay gobiernos conservadores que critican las políticas de igualdad, porque dicen que adoctrinan ideológicamente, y las cuotas, porque restringen el desarrollo del talento del género

Pues es justo al revés. Si no se establecieran cuotas, la mujer nunca llegaría a entrar. La interposición activa de defensa es imprescindible para avanzar. Por eso son tan importantes los ejercicios de discriminación positiva. Y no hablo sólo del feminismo. También de cuestiones como la raza, la clase social, la inclusión. Pero, claro, hay idiotas en todas partes. 

¿Cree que la discriminación de la mujer sigue siendo rentable?

La palabra libertad se está manoseando tanto que empieza a parecer cualquier otra cosa

Un informe completísimo de la Fundeu analizó casi un millón y medio de tuits en España con la palabra feminismo y el resultado fue brutal: un porcentaje altísimo, creo recordar que casi el 70%, tenía una percepción negativa y sólo el 17% positiva. ¿Qué significa esto? Pues que se está invirtiendo mucho en desinformar y estamos normalizando una libertad disminuida, de mala calidad. La palabra libertad se está manoseando tanto que empieza a parecer cualquier otra cosa. Yo cubrí la campaña electoral de 1984 en Estados Unidos, cuando por primera vez se presentaba una mujer a la vicepresidencia, Geraldine Ferraro. La siguiente fue Sarah Palin, en 2008, y, más recientemente Hillary Clinton. Los informes sobre las elecciones de estas tres candidatas indican que fue muchísimo más sexista y antidemocrática la campaña de Clinton que la de Palin y Ferraro. Vamos a peor. Para mí, fue una prueba clara de que vivimos una involución en derechos.

Ocurre lo mismo con el periodismo.

El buen periodismo es independiente, responsable, honesto y veraz. Todo aquello que no se guíe por estos principios innegables sólo contribuye a cercenar derechos y libertades, y favorece las peores prácticas e injusticias. Pero quien coopera con ese modelo luego lo sufre. Hoy en día existe una ofensiva, sobre todo de los poderes económicos, contra el periodismo independiente y riguroso.

Existe una ofensiva, sobre todo de los poderes económicos, contra el periodismo independiente y riguroso

¿Por qué?

Porque lo último que quieren esos poderes es que alguien controle lo que hacen o lo que no hacen. Las dictaduras aplican la censura sin rubor, pero, como una supuesta democracia no puede hacerlo, busca el mismo fin de una manera mucho más sutil, más difícil de detectar y extremadamente más compleja de combatir. Por eso te digo que un gobierno que no ejerce una democracia de calidad es más peligroso que una dictadura y un votante desinformado es peligrosísimo porque va a acabar entronizando prácticas y regímenes que atentan contra sus derechos. El panorama que observo es angustioso. 

Fue corresponsal de TVE durante cuatro décadas en diferentes zonas del planeta, ¿cómo percibe los cambios que se están produciendo en la forma de contar los acontecimientos?

La prensa de hoy, con algunas brillantes excepciones, no informa de los procesos. Sólo nos cuenta acontecimientos puntuales. ¿Por qué? Porque consumimos un periodismo poco analítico y descontextualizado, sobre todo a través de las televisiones y las redes sociales. Nos enteramos de forma inmediata de lo que pasa pero no de dónde viene ni hacia dónde va. Eso es gravísimo pero no es una casualidad. Los corresponsales están prácticamente extintos, ya no ejercen como tales porque tienen que hacer siete crónicas al día y así es difícil enterarse de lo que está pasando. Entonces, ¿qué ocurre? Que la información termina aplastada por la corriente general, que es lo que llega a la gente, pero que normalmente carece de muchos matices de la realidad que el ciudadano debería conocer para estar bien informado. 

Un votante desinformado es peligrosísimo porque va a acabar entronizando prácticas y regímenes que atentan contra sus derechos

Entre otros muchos sitios, usted trabajó en Moscú y en Pekín. Conoce bien aquellas sociedades. ¿Cuál es su opinión de la crisis mundial desatada tras la invasión rusa de Ucrania?

Dicho lo anterior, puede usted comprender que lo que está pasando no ha ocurrido porque de repente Putin se levantó un día con ganas de bombardear Ucrania. Esto viene de mucho antes. Llevábamos muchos años de un trasvase del eje del poder del Atlántico al Pacífico. China es el objetivo decisivo. Desde hace muchos años. Pero lo importante de lo que ahora está pasando es saber qué se juega cada uno en este tablero. En mi opinión, se está rediseñando claramente una nueva estructura de poder. De la bipolaridad intimidante EEUU–URSS se pasó a la hegemonía estadounidense tras el derrumbe soviético, y ahora ha surgido China como dualidad universal, una potencia que recuerdo fue considerada hace unos pocos años por Washington como su aliado estratégico. 

Sin embargo, Rusia inició la guerra

Es cierto. No se puede eximir de responsabilidad a Putin y las élites que están con él. Pero es importantísimo rebobinar el proceso. Y si lo analizas con sentido crítico, no tiene justificación pero sí una explicación, como suele decir Rafael Poch, uno de los periodistas que mejor conoce esa realidad. Es que tanto él como yo misma fuimos testigos directos de lo que ocurrió, se habló y se acordó tras el derrumbe de la URSS con Gorbachov, durante los años turbulentos de Yeltsin y en la época de Putin. Hubo una voluntad de incorporar a Rusia a la zona europea y a un modelo de seguridad propio que Estados Unidos boicoteó. 

¿A quién beneficia esta inestabilidad?

A Estados Unidos. En primer lugar, porque la guerra en Ucrania vuelve a ser, para ellos, el conflicto externalizado, en territorio ajeno. Los muertos los ponen otros y les abre la posibilidad para iniciar sus juegos de poder. Venden armas, gas, siguen con su fracking y Europa no funciona, momento grandioso para apropiársela. Ese es su juego para establecer un nuevo orden mundial. No estamos viviendo una era de cambio, como dicen muchos, sino un cambio de era. Entonces veremos hacia qué modelo nos dirigimos. Yo, que normalmente soy optimista, estoy muy preocupada porque veo a la sociedad cada más apática, consumista y carente de sentido crítico. Por lo tanto, hay que estar alerta para que la gente reaccione.

Pero es un caos.

Al principio suele ser así pero siempre hay uno que gana más, otro que se adapta y muchos que pierden. El problema es que Estados Unidos ha empujado a Rusia hacia China, dos países que mantienen unas desconfianzas mutuas casi atávicas, y no ha logrado que toda la comunidad internacional esté contra Putin. Si exceptuamos a Estados Unidos, Australia y Europa, el resto de países, con los BRICS a la cabeza, no se han sumado a la misma corriente. Creo que nos dirigimos hacia un mundo bipolar entre dos grupos que van a privilegiar las relaciones comerciales sólo con sus aliados. ¿Y con los que no tienen nada qué hacemos? Me parece aberrante. 

Sociedades opulentas como la europea comienzan a sentir miedo por las consecuencias a corto plazo de la falta de combustible y el imparable aumento de los precios

Hemos construido una sociedad sin capacidad de sufrimiento. Creo que fue Jacques Brel quien dijo que somos muy solidarios porque somos débiles para imponer justicia. Pues eso. Me temo que en cuanto a la gente empiece a faltarle la calefacción y la inflación siga descontrolada, que no es culpa sólo de la guerra en Ucrania, iremos apagando nuestra solidaridad con ese país. En relaciones internacionales no hay amigos, sólo intereses.

¿Qué echa de menos del periodismo actual?

Se ha perdido la vocación de servicio y la información sobre el terreno. Ir a donde ocurren cosas y hablar con la gente a la que le pasan las cosas. Y a partir de ahí, elaborar informaciones que no se limiten al acontecimiento, sino que se cuente de dónde viene lo que está sucediendo y a dónde se dirige. Y, a ser posible, a quién beneficia.

De las preguntas clásicas a las que debe dar respuesta un periodista, hay una, por qué, que es una obsesión para Rosa María Calaf (Barcelona, 1944). Reportera y corresponsal de RTVE en Moscú, Pekín o Washington durante más de 30 años, Calaf observa hoy desde la bancada reposada de la jubilación una preocupante...

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