1. Número 1 · Enero 2015

  2. Número 2 · Enero 2015

  3. Número 3 · Enero 2015

  4. Número 4 · Febrero 2015

  5. Número 5 · Febrero 2015

  6. Número 6 · Febrero 2015

  7. Número 7 · Febrero 2015

  8. Número 8 · Marzo 2015

  9. Número 9 · Marzo 2015

  10. Número 10 · Marzo 2015

  11. Número 11 · Marzo 2015

  12. Número 12 · Abril 2015

  13. Número 13 · Abril 2015

  14. Número 14 · Abril 2015

  15. Número 15 · Abril 2015

  16. Número 16 · Mayo 2015

  17. Número 17 · Mayo 2015

  18. Número 18 · Mayo 2015

  19. Número 19 · Mayo 2015

  20. Número 20 · Junio 2015

  21. Número 21 · Junio 2015

  22. Número 22 · Junio 2015

  23. Número 23 · Junio 2015

  24. Número 24 · Julio 2015

  25. Número 25 · Julio 2015

  26. Número 26 · Julio 2015

  27. Número 27 · Julio 2015

  28. Número 28 · Septiembre 2015

  29. Número 29 · Septiembre 2015

  30. Número 30 · Septiembre 2015

  31. Número 31 · Septiembre 2015

  32. Número 32 · Septiembre 2015

  33. Número 33 · Octubre 2015

  34. Número 34 · Octubre 2015

  35. Número 35 · Octubre 2015

  36. Número 36 · Octubre 2015

  37. Número 37 · Noviembre 2015

  38. Número 38 · Noviembre 2015

  39. Número 39 · Noviembre 2015

  40. Número 40 · Noviembre 2015

  41. Número 41 · Diciembre 2015

  42. Número 42 · Diciembre 2015

  43. Número 43 · Diciembre 2015

  44. Número 44 · Diciembre 2015

  45. Número 45 · Diciembre 2015

  46. Número 46 · Enero 2016

  47. Número 47 · Enero 2016

  48. Número 48 · Enero 2016

  49. Número 49 · Enero 2016

  50. Número 50 · Febrero 2016

  51. Número 51 · Febrero 2016

  52. Número 52 · Febrero 2016

  53. Número 53 · Febrero 2016

  54. Número 54 · Marzo 2016

  55. Número 55 · Marzo 2016

  56. Número 56 · Marzo 2016

  57. Número 57 · Marzo 2016

  58. Número 58 · Marzo 2016

  59. Número 59 · Abril 2016

  60. Número 60 · Abril 2016

  61. Número 61 · Abril 2016

  62. Número 62 · Abril 2016

  63. Número 63 · Mayo 2016

  64. Número 64 · Mayo 2016

  65. Número 65 · Mayo 2016

  66. Número 66 · Mayo 2016

  67. Número 67 · Junio 2016

  68. Número 68 · Junio 2016

  69. Número 69 · Junio 2016

  70. Número 70 · Junio 2016

  71. Número 71 · Junio 2016

  72. Número 72 · Julio 2016

  73. Número 73 · Julio 2016

  74. Número 74 · Julio 2016

  75. Número 75 · Julio 2016

  76. Número 76 · Agosto 2016

  77. Número 77 · Agosto 2016

  78. Número 78 · Agosto 2016

  79. Número 79 · Agosto 2016

  80. Número 80 · Agosto 2016

  81. Número 81 · Septiembre 2016

  82. Número 82 · Septiembre 2016

  83. Número 83 · Septiembre 2016

  84. Número 84 · Septiembre 2016

  85. Número 85 · Octubre 2016

  86. Número 86 · Octubre 2016

  87. Número 87 · Octubre 2016

  88. Número 88 · Octubre 2016

  89. Número 89 · Noviembre 2016

  90. Número 90 · Noviembre 2016

  91. Número 91 · Noviembre 2016

  92. Número 92 · Noviembre 2016

  93. Número 93 · Noviembre 2016

  94. Número 94 · Diciembre 2016

  95. Número 95 · Diciembre 2016

  96. Número 96 · Diciembre 2016

  97. Número 97 · Diciembre 2016

  98. Número 98 · Enero 2017

  99. Número 99 · Enero 2017

  100. Número 100 · Enero 2017

  101. Número 101 · Enero 2017

  102. Número 102 · Febrero 2017

  103. Número 103 · Febrero 2017

  104. Número 104 · Febrero 2017

  105. Número 105 · Febrero 2017

  106. Número 106 · Marzo 2017

  107. Número 107 · Marzo 2017

  108. Número 108 · Marzo 2017

  109. Número 109 · Marzo 2017

  110. Número 110 · Marzo 2017

  111. Número 111 · Abril 2017

  112. Número 112 · Abril 2017

  113. Número 113 · Abril 2017

  114. Número 114 · Abril 2017

  115. Número 115 · Mayo 2017

  116. Número 116 · Mayo 2017

  117. Número 117 · Mayo 2017

  118. Número 118 · Mayo 2017

  119. Número 119 · Mayo 2017

  120. Número 120 · Junio 2017

  121. Número 121 · Junio 2017

  122. Número 122 · Junio 2017

  123. Número 123 · Junio 2017

  124. Número 124 · Julio 2017

  125. Número 125 · Julio 2017

  126. Número 126 · Julio 2017

  127. Número 127 · Julio 2017

  128. Número 128 · Agosto 2017

  129. Número 129 · Agosto 2017

  130. Número 130 · Agosto 2017

  131. Número 131 · Agosto 2017

  132. Número 132 · Agosto 2017

  133. Número 133 · Septiembre 2017

  134. Número 134 · Septiembre 2017

  135. Número 135 · Septiembre 2017

  136. Número 136 · Septiembre 2017

  137. Número 137 · Octubre 2017

  138. Número 138 · Octubre 2017

  139. Número 139 · Octubre 2017

  140. Número 140 · Octubre 2017

  141. Número 141 · Noviembre 2017

  142. Número 142 · Noviembre 2017

  143. Número 143 · Noviembre 2017

  144. Número 144 · Noviembre 2017

  145. Número 145 · Noviembre 2017

  146. Número 146 · Diciembre 2017

  147. Número 147 · Diciembre 2017

  148. Número 148 · Diciembre 2017

  149. Número 149 · Diciembre 2017

  150. Número 150 · Enero 2018

  151. Número 151 · Enero 2018

  152. Número 152 · Enero 2018

  153. Número 153 · Enero 2018

  154. Número 154 · Enero 2018

  155. Número 155 · Febrero 2018

  156. Número 156 · Febrero 2018

  157. Número 157 · Febrero 2018

  158. Número 158 · Febrero 2018

  159. Número 159 · Marzo 2018

  160. Número 160 · Marzo 2018

  161. Número 161 · Marzo 2018

  162. Número 162 · Marzo 2018

  163. Número 163 · Abril 2018

  164. Número 164 · Abril 2018

  165. Número 165 · Abril 2018

  166. Número 166 · Abril 2018

  167. Número 167 · Mayo 2018

  168. Número 168 · Mayo 2018

  169. Número 169 · Mayo 2018

  170. Número 170 · Mayo 2018

  171. Número 171 · Mayo 2018

  172. Número 172 · Junio 2018

  173. Número 173 · Junio 2018

  174. Número 174 · Junio 2018

  175. Número 175 · Junio 2018

  176. Número 176 · Julio 2018

  177. Número 177 · Julio 2018

  178. Número 178 · Julio 2018

  179. Número 179 · Julio 2018

  180. Número 180 · Agosto 2018

  181. Número 181 · Agosto 2018

  182. Número 182 · Agosto 2018

  183. Número 183 · Agosto 2018

  184. Número 184 · Agosto 2018

  185. Número 185 · Septiembre 2018

  186. Número 186 · Septiembre 2018

  187. Número 187 · Septiembre 2018

  188. Número 188 · Septiembre 2018

  189. Número 189 · Octubre 2018

  190. Número 190 · Octubre 2018

  191. Número 191 · Octubre 2018

  192. Número 192 · Octubre 2018

  193. Número 193 · Octubre 2018

  194. Número 194 · Noviembre 2018

  195. Número 195 · Noviembre 2018

  196. Número 196 · Noviembre 2018

  197. Número 197 · Noviembre 2018

  198. Número 198 · Diciembre 2018

  199. Número 199 · Diciembre 2018

  200. Número 200 · Diciembre 2018

  201. Número 201 · Diciembre 2018

  202. Número 202 · Enero 2019

  203. Número 203 · Enero 2019

  204. Número 204 · Enero 2019

  205. Número 205 · Enero 2019

  206. Número 206 · Enero 2019

  207. Número 207 · Febrero 2019

  208. Número 208 · Febrero 2019

  209. Número 209 · Febrero 2019

  210. Número 210 · Febrero 2019

  211. Número 211 · Marzo 2019

  212. Número 212 · Marzo 2019

  213. Número 213 · Marzo 2019

  214. Número 214 · Marzo 2019

  215. Número 215 · Abril 2019

  216. Número 216 · Abril 2019

  217. Número 217 · Abril 2019

  218. Número 218 · Abril 2019

  219. Número 219 · Mayo 2019

  220. Número 220 · Mayo 2019

  221. Número 221 · Mayo 2019

  222. Número 222 · Mayo 2019

  223. Número 223 · Mayo 2019

  224. Número 224 · Junio 2019

  225. Número 225 · Junio 2019

  226. Número 226 · Junio 2019

  227. Número 227 · Junio 2019

  228. Número 228 · Julio 2019

  229. Número 229 · Julio 2019

  230. Número 230 · Julio 2019

  231. Número 231 · Julio 2019

  232. Número 232 · Julio 2019

  233. Número 233 · Agosto 2019

  234. Número 234 · Agosto 2019

  235. Número 235 · Agosto 2019

  236. Número 236 · Agosto 2019

  237. Número 237 · Septiembre 2019

  238. Número 238 · Septiembre 2019

  239. Número 239 · Septiembre 2019

  240. Número 240 · Septiembre 2019

  241. Número 241 · Octubre 2019

  242. Número 242 · Octubre 2019

  243. Número 243 · Octubre 2019

  244. Número 244 · Octubre 2019

  245. Número 245 · Octubre 2019

  246. Número 246 · Noviembre 2019

  247. Número 247 · Noviembre 2019

  248. Número 248 · Noviembre 2019

  249. Número 249 · Noviembre 2019

  250. Número 250 · Diciembre 2019

  251. Número 251 · Diciembre 2019

  252. Número 252 · Diciembre 2019

  253. Número 253 · Diciembre 2019

  254. Número 254 · Enero 2020

  255. Número 255 · Enero 2020

  256. Número 256 · Enero 2020

  257. Número 257 · Febrero 2020

  258. Número 258 · Marzo 2020

  259. Número 259 · Abril 2020

  260. Número 260 · Mayo 2020

  261. Número 261 · Junio 2020

  262. Número 262 · Julio 2020

  263. Número 263 · Agosto 2020

  264. Número 264 · Septiembre 2020

  265. Número 265 · Octubre 2020

  266. Número 266 · Noviembre 2020

  267. Número 267 · Diciembre 2020

  268. Número 268 · Enero 2021

  269. Número 269 · Febrero 2021

  270. Número 270 · Marzo 2021

  271. Número 271 · Abril 2021

  272. Número 272 · Mayo 2021

  273. Número 273 · Junio 2021

  274. Número 274 · Julio 2021

  275. Número 275 · Agosto 2021

  276. Número 276 · Septiembre 2021

  277. Número 277 · Octubre 2021

  278. Número 278 · Noviembre 2021

  279. Número 279 · Diciembre 2021

  280. Número 280 · Enero 2022

  281. Número 281 · Febrero 2022

  282. Número 282 · Marzo 2022

  283. Número 283 · Abril 2022

  284. Número 284 · Mayo 2022

  285. Número 285 · Junio 2022

  286. Número 286 · Julio 2022

  287. Número 287 · Agosto 2022

  288. Número 288 · Septiembre 2022

  289. Número 289 · Octubre 2022

  290. Número 290 · Noviembre 2022

  291. Número 291 · Diciembre 2022

  292. Número 292 · Enero 2023

  293. Número 293 · Febrero 2023

  294. Número 294 · Marzo 2023

  295. Número 295 · Abril 2023

  296. Número 296 · Mayo 2023

  297. Número 297 · Junio 2023

  298. Número 298 · Julio 2023

  299. Número 299 · Agosto 2023

  300. Número 300 · Septiembre 2023

  301. Número 301 · Octubre 2023

  302. Número 302 · Noviembre 2023

  303. Número 303 · Diciembre 2023

  304. Número 304 · Enero 2024

  305. Número 305 · Febrero 2024

  306. Número 306 · Marzo 2024

CTXT necesita 15.000 socias/os para seguir creciendo. Suscríbete a CTXT

Jordi Gracia / Ensayista y escritor

“Javier Pradera daba miedo, mucho miedo”

Sebastiaan Faber 27/03/2020

<p>Jordi Gracia.</p>

Jordi Gracia.

Fundación CajaSol

En CTXT podemos mantener nuestra radical independencia gracias a que las suscripciones suponen el 70% de los ingresos. No aceptamos “noticias” patrocinadas y apenas tenemos publicidad. Si puedes apoyarnos desde 3 euros mensuales, suscribete aquí

“El disco duro de la Transición” y “la caja negra de El País”. Así califica Jordi Gracia (Barcelona, 1965) a Javier Pradera (1934-2011), cuya monumental biografía publicó Anagrama en noviembre de 2019: 700 páginas sin bibliografía o notas. Si el libro tiene una tesis central es esta: sin Pradera, el advenimiento y la evolución de la democracia en España habrían sido muy diferentes y, probablemente, bastante peores. Dada su trayectoria política, sus talentos y su talante, Pradera fue la persona adecuada en el lugar y momento adecuados

Nacido en San Sebastián, a los dos años Pradera quedó huérfano de padre cuando este y su abuelo, un carlista destacado, fueron fusilados en la retaguardia republicana, justo antes de la toma de la ciudad por los sublevados. Se crió bajo la pesada sombra de estos dos mártires de la cruzada, en casa de su tío, exdirector del Ya, jerarca del Movimiento y después embajador. De joven, Pradera fue un militante falangista de corte joseantoniano. En 1955, con 21 años, entró en el clandestino Partido Comunista de la mano de Enrique Múgica y Jorge Semprún; pasó varias temporadas en la cárcel. En 1957, se casó con Gabriela Sánchez Ferlosio, hermana de Rafael y Chicho e hija de Rafael Sánchez Mazas, cofundador de Falange, con quien Pradera discrepó políticamente pero con el que tuvo buena relación.

En los años 60 y 70 –mientras se iba alejando del marxismo militante hacia posiciones más moderadas– Pradera se convirtió en uno de los editores más influyentes de España, pasando por el Fondo de Cultura Económica, Siglo XXI, Alianza (crea la serie de bolsillo) y Taurus. En 1976 entró a formar parte del equipo fundador de El País, donde, durante más de doce años, se hizo cargo de la sección de Opinión, incluidos los editoriales. A finales de los 80 se integró en el consejo de administración del Grupo PRISA mientras seguía escribiendo columnas en el periódico. En 1990, creó, junto con Fernando Savater, la revista Claves de Razón Práctica. 

Aunque Jordi Gracia le retrataba como la conciencia por antonomasia de la joven España democrática, Pradera no sale retratado en el libro como una persona agradable. Hosco e impasible, se le conoce desde joven por su “gesto escéptico, la ironía fría y el prurito de veracidad incómoda”. Poco dado a la empatía, la clemencia u otras sutilezas del trato social, es rápido e implacable en sus juicios. Son rasgos temibles en una persona con poder, por más que lo ejerza fuera de los focos. “Daba miedo, mucho miedo”, me asegura el biógrafo una tarde a mediados de marzo. “Y no lo digo yo, ¿eh? Lo dice todo dios”. 

Nos hemos citado en una terraza barcelonesa, un día antes de que el coronavirus cierre todos los bares en la ciudad. Gracia habla con gran energía y rapidez, en largas oraciones casi perfectas, pronunciadas a alto volumen y solo interrumpidas por risas nerviosas, tacos frecuentes y el inseparable cigarrillo.

Cuenta que su amistad con Pradera nació en 2004, cuando usted ganó el Premio Anagrama con La resistencia silenciosa. Pradera acababa de cumplir 70 años. ¿Seguía inspirando miedo?

Ya no. Para entonces se había convertido en un respetado columnista del periódico, sin más función. No tenía nada que ver con lo que había sido la potencia de antes. Su relación con Zapatero, por ejemplo, era muy superficial.

Esa pérdida de influencia afectó a bastantes de sus compañeros de generación, pero no todos la vivieron con resignación. Personajes como Leguina, Cebrián, Elorza o Savater han envejecido bastante mal.

Probablemente, la tonalidad y radicalidad de su discurso transpira poca permeabilidad hacia los cambios profundos que ha vivido esta sociedad en los últimos 20 años. Pero no vivió así las cosas Pradera, o se curó pronto, mejor. Una broma habitual y sarcástica suya era repetir: “¡Con lo que hemos sido!”.

¿Cómo logró esquivar esa trampa del mal envejecer?

Pradera no discutió la honradez, incluso la convicción con la que los falangistas se hicieron falangistas

Yo creo que tiene que ver con una especie de anclaje insobornable al principio de realidad. Y con una enorme capacidad de alarma contra los síntomas de estar actuando como un llorón quejumbroso respecto a los tiempos modernos. Pradera se da cuenta de que no hay que proyectar el catastrofismo personal sobre la realidad histórica. Creo que es fundamentalmente un rasgo de personalidad, y de una inteligencia superdotada que se ausculta cuando incurre en alguna forma de negligencia intelectual, de debilidad, de falta de consistencia a la hora de explicar convincentemente la realidad. 

Suena severo.

Los hijos recuerdan muy bien la imposición de una forma de verdad implacable en términos morales en casa –te gustase o no te gustase, la digirieses bien o mal–. Una forma de temple autoritario a la hora de defender una determinada verdad, una verdad dura de digerir cuando tienes 14 años o 18 años. 

El autoritarismo no siempre casa bien con la autocrítica.

Pues en Pradera casa. Ahí hay que sumar otros ingredientes personales, como la extraordinaria dificultad que tiene para la gestión de la intimidad. Cuando tú eres incapaz de gestionar la intimidad y los conflictos –las confidencias amistosas, tratar de oxigenar la cabeza, cosas que no practicaba Pradera– lo natural es que tu respuesta tenga un efecto impetuoso, imperativo o autoritario. Y si eres hijo, es natural que lo vivas de una manera no precisamente amable. (Risas.)

La actitud autoritaria de Pradera, entonces, ¿es más que nada una forma de torpeza? 

De una gravísima torpeza. No la quiero rebajar porque no era fácil tratar con Pradera. No solo en casa, también fuera de ella. En la tertulia, por ejemplo, donde llegó a manifestar gran sarcasmo o a expresar de forma cruel su discrepancia. Ahí no se cortaba. Por eso digo que daba miedo. 

En Pradera, da la casualidad que esa torpeza e intransigencia se combinaban con una cuota importante de poder.

El poder de la autoridad. Se hacía el silencio cuando Pradera se ponía a hablar. La gente se callaba. Aunque él hablaba bajito. 

Lo que no deja de ser una forma de poder. 

Pero nunca con cargo, nunca con sello, nunca con tampón, nunca con mesa de ministro.

Ese poder sin cargo, ¿no aterra más, por ser menos visible y más difuso?

Es verdad, fue más difuso y por tanto más temible. Pero, fíjate, no creo que lo fuera desde el punto de vista de las venganzas personales. 

Una autoridad moral, impersonal, ejercida desde la posesión de la verdad. 

Sin duda hubo momentos, en la etapa de mayor influencia en los años ochenta, en que la verdad hablaba por boca de Pradera, o a los demás se lo parecía. Pero si era exigente con los demás, también lo era consigo mismo.

Y me imagino poco receptivo a la empatía, la piedad y el perdón.

Hubo momentos, en la etapa de mayor influencia en los años ochenta, en que la verdad hablaba por boca de Pradera

Me temo que sí. Aunque era capaz de rectificar, como me contaba Miguel Ángel Aguilar. Después de una bronca monumental, incluso al cabo de un mes, era posible que llamara para decir: “¡El jamón para ti!” En el libro, cito cartas a Faustino Lastra, de Siglo XXI, donde él dice algo así como: “Oye, que a los cuarenta años la bestia es como es. Los dos sabemos quienes somos. Yo sé que incurro una y otra vez en esas formas de la intemperancia. A ver si encontramos la manera de relacionarnos”. 

Pero la bestia no siempre fue como fue. Por un lado, parece que Pradera se rigió por una admirable constancia moral. Por otro, podría verse como un veleta que se dejó llevar por los vientos políticos de cada momento: del falangismo al comunismo, a la socialdemocracia y al liberalismo... 

Diría yo que acaba como un socialdemócrata con propensiones social-liberales.

¿Cómo conjuga un biógrafo esas mutaciones políticas con la noción de la constancia moral?

A mí me parecen muy interesantes, precisamente por lo que tienen de coherencia plástica. Dicho de otra manera, en una expresión que me gusta mucho: por lo que tienen de pragmatismo virtuoso. Es todavía común denunciar o deplorar el pragmatismo como una forma de oportunismo coyunturalista y ventajista. Eso me parece una degradación miope de una actitud pragmática donde prevalece la virtud en la medida en que el criterio central es el objetivo del bien común. Esa doble dimensión del pragmatismo, virtud y bien común, absuelve a esa conducta de ser mero oportunismo para convertirse en inteligencia virtuosa. El pragmatismo virtuoso suele renunciar a las utopías, a las quimeras. Supone el abandono de planes que no solo no serán posibles, sino que generarán un freno contraproducente a una intervención en la realidad que quizá no culmine con el éxito perfecto pero, cuando menos, habrá conseguido avanzar con respecto al pasado. 

¿Cuándo se entrega Pradera a ese pragmatismo virtuoso?

Lo encarna formidablemente desde los años 60, cuando comprende que la estrategia de resistencia del Partido Comunista es improductiva porque el partido no ha sabido leer la realidad política y social del franquismo. Después impulsó, a principios de los 70, la reeducación democrática de las juventudes revolucionarias. Y de nuevo en el 79, cuando animó e instó a los socialistas a desmarcarse del marxismo para ser partido de gobierno y no de perpetua oposición. Pero siempre, desde la lógica del bien común. Y del poder real, claro. 

Dejarse guiar por la lógica del bien común no impide los autoengaños. No dudo de que un Juan Luis Cebrián, por poner un ejemplo del mismo entorno de Pradera, también creía que obraba por el bien común. De hecho, no me sorprendería que lo siguiera creyendo hoy. Sin embargo, no es difícil leer la vida profesional de Cebrián como una larga serie de decisiones oportunistas, incluso en un sentido crematístico, por más que, durante un tiempo, ese oportunismo suyo pareciera coincidir con el bien común. 

La formación intelectual de Pradera era muy superior a la de Cebrián y a la mayoría de la redacción

Creo que la comparación es improcedente. Cebrián es alguien con una extraordinaria capacidad para organizar, controlar y dirigir una redacción de periódico, como hizo en El País durante doce años, entre 1976 y 1988. Ese me parece el momento más alto de su trayectoria profesional. Después ya entra en otra guerra. Pero en el caso de Pradera estamos hablando de un ideólogo con una formación intelectual –en ciencias políticas, en ciencias sociales, en historia y pensamiento– muy superior a la de Cebrián y a la mayoría de la redacción. Entre otras cosas, porque Pradera ha sido editor en términos reales, profesionales, en Alianza Editorial, de todos los grandes textos en esos campos. Ahora bien, esta rara pareja que hicieron Cebrián y Pradera funcionó. Cebrián fue un buen técnico. Supo organizar una redacción cuya edad media era de 30 años. Pradera, a su vez, supo dirigir intelectualmente esa nave desde una autoridad respetada: les llevaba diez años y tenía un aura inconfundible de resistente veterano. 

¿Y Jesús de Polanco?

Polanco entiende que esa es la operación: respetar la independencia de la redacción –muy, muy de izquierdas– y asegurar que el consejo de administración no intervenga en ella, aunque esté cada vez más encabritado con la línea editorial del periódico. 

¿Para Polanco esa postura era menos ética que comercial? 

Es una combinación de las dos cosas. Polanco tiene un enorme respeto por Pradera, como lo tiene el cofundador del periódico, y de Alianza, José Ortega Spottorno. De hecho, Polanco es el primero que le dice a Cebrián que tiene que hablar con Pradera. Polanco, además, sabe que, si quiere hacer un negocio real, se ha de conectar con lo que es el futuro democrático del país. Hay un oportunismo allí, desde luego. Pero me parecería mezquino reducir esa estrategia, que le costó muchos disgustos a Polanco con la empresa, al único objetivo de hacer un negocio más boyante. Sería muy poco justo con ese momento. 

¿Y después?

Es verdad que luego, en los años noventa, todo cambia. ¿Por qué? Pues porque, como decía Pradera, el PSOE toma por asalto el poder del Estado. Por eso, desde muy temprano, Pradera empezó a escribir muy críticamente contra los socialistas. Tardó en romper con Felipe González, hacia el 90 o 91, por el caso Juan Guerra, pero el marcaje político al gobierno empezó prácticamente en diciembre de 1982. Luego se recuperó la amistad, aunque tardaron mucho.

Y con Cebrián, ¿siguió llevándose bien?

Tanto en los años finales como antes, la relación fue puramente profesional. No había relación amistosa, no se iban a tomar copas. Pero la clave del secreto del funcionamiento estuvo en que se respetaron en público. Pradera honró siempre el papel de Cebrián como director del periódico. El que mandaba finalmente era él. La discusión en público, por tanto, nunca era con Cebrián. Lo que no quiere decir que luego no pudiera irse al despacho de Cebrián a decirle lo que fuera. Pero siempre en privado.

En el libro, cita una carta de Pradera al editor José Martínez, de Ruedo Ibérico, en la que pone verde a Semprún por su Autobiografía de Federico Sánchez. Le pide a Martínez que no le diga nada a Semprún. Escribe: “Trataré de decirle lo mismo con palabras eufemísticas”.

Porque se conocían desde principios de los años 60, pero luego, cuando publica un artículo sobre el libro de Semprún, en enero del 78, de eufemismo no hay nada. Se molesta de verdad Pradera por los silencios y omisiones en los que incurre y por la hosquedad y la agresividad de Semprún hacia sus antiguos compañeros de partido, incluidos los más abnegados, los más sacrificados. Pradera se cabrea porque Semprún va demasiado de víctima inocente, sin culpa. De alguien que está por encima del bien y del mal. Pradera le viene a recordar que era su jefe y él estuvo a sus órdenes en una estructura estalinista. Pradera, que también había sido estalinista, lo sabía bien. ¿Qué carajo iban a ser todos ellos si no?

Bueno, en su biografía usted matiza el estalinismo de Pradera, retratándole como una especie de “desestalinizado nativo”, una condición que después facilitará su conversión a la socialdemocracia. Esta conversión, ¿cuándo ocurre?

Desde principios de los 70 empezó a darse cuenta de la inviabilidad de la revolución y la funcionalidad efectiva de la socialdemocracia en Europa. Pero seguramente la aparición de Felipe González es lo que le dió el empujón decisivo. 

¿Porque González desvincula al PSOE de su tradición marxista?

No, eso sucede más tarde: ya en 1978, Felipe avisó de la restricción electoral que supone definirse como partido marxista, y Pradera apoyó esa declaración explosiva y muy mal recibida por su militancia. Como dice Clemente Auger, Pradera lo apostó todo a Felipe –es decir, no exactamente al PSOE y desde luego nada a Alfonso Guerra– por su talante, su inteligencia, su rapidez mental, su capacidad de absorción. Por la esponjaque es Felipe, como le llamaban los amigos, que aprendía a toda castaña. Por ser capaz de interiorizar la complejidad de la política real, la de la verdad.

Felipe González, por cierto, diría yo que es de los que envejecen pronto y mal. ¿Cuándo se da cuenta Pradera de que González ha dejado de ser el Felipe con el que se encandiló en los 70? 

No creo que Felipe González envejeciese temprano y mal: aprendió y aprendió muy rápido, pero pareció pasarse de frenada, sobre todo con la segunda legislatura y la huelga general de 1988, con la sorprendente y fulminante rectificación inmediata que promueve. Pradera escribió un artículo en el que se preguntaba: “Si se podía rectificar, ¿por qué no lo has hecho antes?” Lo cual no disminuye la enorme lealtad de Pradera a la figura política de Felipe González. 

¿Una lealtad basada en un recuerdo de lo que había sido?

Y también del balance global inequívocamente positivo pero progresivamente desmoralizador, al menos desde 1990, con el primer caso de corrupción, hoy irrelevante, pero mal gestionado por González. Lo que le reprochó a Semprún, precisamente, fue que no tuviera esa lealtad con aquello que uno había sido y se convirtiera en anti-comunista. O anti-Felipe González. De ahí que no se toleró a sí mismo hacerse antisocialista, y por eso debió aplazar la publicación de su formidable libro sobre la corrupción española en democracia, incluida la socialista. ¿Era crítico con Felipe? Sin ninguna duda. Pero anti no.

¿Y antifalangista?

Antifalangista abiertamente y sin ninguna duda. 

Lo digo porque Pradera también militó en Falange.

Claro, pero hasta los 19 años, y naciendo en la familia en la que nace. Si no eres falangista en aquella familia, ¿qué coño vas a ser? 

¿Pero no es aplicable el mismo principio de lealtad a esa etapa de su vida? 

Por fortuna Pradera aprendió a cambiar sin perder coherencia, que es lo más difícil. Pradera tiene un libro sobre el falangismo que no se publica hasta después de su muerte, en el que intenta comprender la ideología falangista. No es un libro antifalangista. Es un desmontaje de las comedias, pamemas y camelos ideológicos que lleva dentro el discurso falangista. Pero él no discute la honradez, incluso la convicción con la que los falangistas se hicieron falangistas. Entre otras cosas, porque lo fue él y porque lo fue Ridruejo. Como menciono en el libro, recuerdo bien el día en que Pradera y yo compartíamos un taxi y me dijo: “Jordi, las tres personas que me han impresionado en esta vida como nadie son Ridruejo, Semprún y Felipe”. Lo dijo así, como queriendo hacer una declaración formal. Era una cosa muy de Pradera, estar mucho rato callado y de golpe soltar algo así. 

Gracias a José María Maravall pude acceder a unas cintas maravillosas con una entrevista a Pradera de más de una hora en el verano de 1972. Maravall estaba entonces haciendo la tesis doctoral sobre la movilización antifranquista de los años 50. De esa conversación, lo más importante para mí es lo que cuenta del falangismo como vivencia y como creencia de un chaval de 16 años que quiere cambiar el mundo y descubre que el falangismo no sirve para cambiarlo –y el franquismo obviamente menos todavía–. Hacerse comunista significó, en sus palabras, operar una inversión totalitaria, lo que me parece un hallazgo. 

Su libro describe a Pradera como “caja negra” o “disco duro”, hombre en las sombras que dirige el país desde su despacho. 

Lo que intento explicar es que ejerció en la trastienda el poder que permitía opinar desde el medio más influyente y poderoso de la primera democracia. Da instrucciones, sí, pero sin otro poder que el de la autoridad que le asignan los demás, como el gurú que fue entonces para la izquierda española. Y es esa autoridad la que hace que la clase política y periodística no pierda ripio de lo que dice Pradera. 

Pero esa autoridad moral incluye la capacidad de castigar a quien no le obedece. Una cosa es tomar en cuenta un editorial de El País y otra es saber que, si no le haces caso, al día siguiente habrá otro editorial que te castiga duramente por ello. 

Castigar no sé si es la palabra o, mejor dicho, no lo es: mantener sus posiciones firmes sí lo es, y valorar la acción política del poder y la oposición con crudeza y sin muchos disimulos, también. 

¿Pradera era un demócrata de verdad? Esa fe enorme que tiene en su propio juicio, en su papel de guía de su país y sus élites... ¿no entra en tensión con una concepción democrática de la cultura y de la política?

No tenía ese talante elitista o dogmático, aunque toleraba mal la estupidez ajena o los egotrips de muchos intelectuales, como el de Octavio Paz

No tiene sentido la pregunta; no sólo es demócrata de verdad, sino que está entre los primeros ideólogos de algo que casi nadie sabe qué es en la España de 1977 y se llama democracia representativa –en lo que casi nadie creía en la oposición antifranquista, por supuesto–. Y como editor en Alianza desarrolla una labor pedagógica cuyo espíritu hereda de Arnaldo Orfila en Fondo de Cultura Económica y que, junto con Jaime Salinas, pone en práctica en España. Entienden que la función del libro de bolsillo ha de ser meter en las casas, en los coches –¡en las gabardinas!– de todo el mundo libritos muy baratos con el más alto pensamiento de la tradición occidental, incluido el presente, desde Horacio y Platón a Keynes.

Pero una cosa es educar. Otra es escuchar, tomar en serio...

No tenía ese talante elitista o dogmático que sospechas, aunque toleraba mal la estupidez ajena o los egotrips de mucho intelectual, como Octavio Paz, por ejemplo. En música, sin ir más lejos, iba muy pez. Sabía muy poco de música y le gustaba lo que nos gusta a todos: Chaikovsky. A su hijo Máximo, que es buen músico, le preguntaba culpablemente, ¿pasa algo si me gusta Chaikovsky?

Hay también un elitismo práctico. Si algo queda claro de las memorias de Cebrián, y también de esta biografía de Pradera, es que la cultura de la Transición está marcada por dos cosas: primero, una enorme promiscuidad entre el mundo de los medios, del Estado y de la cultura; y segundo, que son muy reducidos los círculos que diseñan y construyen la España democrática, entre llamadas nocturnas, citas secretas y cenas en reservados de restaurante. 

Yo no lo creo. Ese relato de la Transición es autocomplaciente con la actualidad y cicatero con el pasado. Lo que pasó en la Transición fue una movilización alucinante en múltiples sectores, y desde luego también en el de las élites políticas e intelectuales. Basta con irse a la exposición que organizó el Reina Sofía. Hubo mucho más: música, cine, movimiento vecinal, cultura popular, feminismos, activismo gay. Lógicamente, Cebrián y Pradera no están ahí. ¿Lo rechazan? No solo no lo rechazan, sino que lo promueven activamente. 

¿Pradera desconfiaba de un electorado marcado por el franquismo sociológico? Si perseguía el bien común, ¿lo hacía asumiendo que el pueblo quizá no entendiera cuál era ese bien?

Precisamente para eso El País quiso convertirse en un periódico capaz de meter de inmediato a las voces más heterodoxas, más radicales, más díscolas, de un Umbral a un Almodóvar pasando por un Savater. El Savater de aquellos años es un formidable perfil anarcoide y radical que irá aprendiendo las nuevas tareas del héroe, por citar su libro de 1982. Por eso, precisamente, me parece muy importante recordar los conflictos que causa el periódico como tal con el consejo de administración. ¡No es el periódico que querían! Querían uno liberal-conservador, como mucho, próximo al reformismo franquista de Fraga y Areilza, y nada más: no hay ninguna aportación socialista de capital, aunque esté el entonces comunista y hoy ultramontano Ramón Tamames. En El País escribe toda la izquierda española, la vieja y la nueva, incluida la ‘Movida’ y, por cierto, en gran medida atraída por el jefe de Opinión, que fue Pradera. Alguien un día hará el trabajo de mirarse de verdad las páginas de Cultura y libros de El País durante los primeros diez años, y se llevará una sorpresa de campeonato al comprobar la pluralidad, riqueza y frescura de aquellas páginas –desde el cuidado al exilio hasta la atención a las heterodoxias de cualquier signo. 

Hasta que Babelia se convierte en escaparate de Alfaguara. 

Eso viene después, en los 90, y desde luego no lo diría de esa manera. En los primeros diez años, El País no es un poder ajeno a la movilización de la calle en términos populares. Cosa distinta es que Pradera llevase muy mal otra mutación que vive el sistema editorial entonces –no sólo en España, sino en Europa, en Occidente y desde Norteamérica–, que consiste en creer que la edición solo sobrevivirá por vía de grandes concentraciones editoriales y creer que la edición humanística puede obtener rentabilidades comerciales como las de cualquier otra empresa. Y ahí es donde ya no entra.

Es la lógica empresarial de PRISA.

Claro. Pero después. En el momento en el que esto surge como fenómeno empresarialmente real es cuando Pradera se va de Alianza Editorial, en 1989. Y entonces Polanco lo refugia en el consejo de administración de PRISA. Es la forma que busca Polanco de agradecer a Pradera lo que había hecho y, al mismo tiempo, de aprovechar su conocimiento del medio editorial e intelectual.

Pradera abandona el consejo de PRISA once años después.

Hay una extraordinaria carta de Pradera a Polanco que me pasó Mercedes Cabrera que ayuda a situarnos de veras en ese momento. ¿Por qué se va Pradera del consejo? Porque cree que ha estado durante diez años haciendo un papel irrelevante y testimonial, mientras a la vez emprendía la aventura –felicísima– de la más importante revista de ideas de aquellos años, Claves de razón práctica. A Polanco le confiesa que en ese consejo él ya no pinta nada y que ese ya no es su mundo.

Se refiere al mundo empresarial.

Claro, pero de una empresa que ya no es fundamentalmente una editorial de periódicos y de libros. 

Retrata a Pradera como una figura clave en varios momentos. Hay dos formas de ver a ese tipo de figura clave. Una es que fueron clave a pesar suyo: el papel que tuvieron estuvo determinado por la coyuntura histórica, por lo cual lo pudo haber tenido cualquier otra persona. Otra visión, más tradicional, es que tuvieron un papel clave gracias a que ellos mismos reunían una serie de rasgos y experiencias únicos. Para el caso de Pradera, ¿hacia dónde se inclina?

Aunque suene antiguo o rancio, yo me inclino por esta segunda explicación. Hay una confluencia grande de razones y de circunstancias objetivas y subjetivas que justifican afirmar que la peripecia de Pradera fue singular. Y luego resultó que esa singularidad, que en el año 75 sólo se podía haber quedado en ser muy buen editor, tiene una segunda vida que nadie podría haber imaginado, ni él. ¿Qué hacía escribiendo editoriales y artículos Pradera si no había escrito más que contraportadas y una tesis doctoral que dejó inédita? Pues pasó que Polanco y Cebrián le confiaron la dirección editorial del periódico a la vista de sus análisis privados, conversados y del nivel de conocimiento real, directo, que poseía de cada personaje de la transición en todos los ámbitos políticos. Fue una herencia de su papel en el PCE y después del PCE: generar sinergias. Hay una confluencia de azares, de coyunturas e improvisaciones que hacen posible algo enteramente imprevisto, un poco como la misma Transición: un afortunado conjunto de improvisaciones, sin nada que ver con una supuesta planificación secreta de lo que había de suceder, como Pradera repitió en directo y siguió repitiendo en diferido hasta el final de su vida. 

Habría sido un buen profesor. 

Ha habido quien ha echado de menos que yo no subrayase más esa auténtica vocación de catedrático de universidad, en el sentido antiguo y solemne de los catedráticos de antes. Eso seguramente estuvo en el talante, la figura en la primera juventud de Pradera, aunque yo me resisto a creer que eso durase más allá de la fundación de Alianza Editorial en 1988. Porque esa fue la auténtica felicidad: el mejor oficio del mundo, decía, era la edición. 

Describe la personalidad de Pradera con sus luces y sombras. Habla de una “propensión autista”.

Algunos de sus más fieles han reconocido en el libro su intemperancia, su hosquedad, su incapacidad para escuchar sentimentalmente a alguien porque le ponía a él contra sus propias cuerdas sentimentales. Lo del autismo fue la imagen que se me ocurrió para trasladar esa impresión que muchos me transmitían de un persona blindada e incapaz de penetrar en la dimensión íntima. Igual es verdad que nunca acabó de digerir suficientemente la muerte del padre y del abuelo y por tanto la ausencia de padre en toda su vida. Ese chico tiene dos años y medio cuando se cargan a su padre y su vida cambia del todo.

Menciona varias veces a su propio padre, Vicente Gracia, diez años más joven que Pradera, pero, como él, periodista y huérfano de padre. Me han sorprendido estas referencias personales, poco comunes en sus otros libros. Cuando explica el ambiente político de los 70, por ejemplo, escribe: “Durante algunos años de mi adolescencia, lo primero que veía cada mañana al levantarme era una pegatina del FRAP en la ventana, seguramente tras el fusilamiento rubricado por Franco de tres de sus militantes y de dos miembros de ETA en septiembre de 1975”.

Es verdad. Parte de mi propia formación política y de mi curiosidad por el mundo del periodismo tiene que ver con que mi padre fue periodista. Vicente se radicaliza entonces, como Pradera y como todos, e imagino que la pegatina del FRAP que yo tenía puesta seguro que era de Vicente. Yo era muy jovencito. Milité en las Juventudes Comunistas con 14 o 15 años. 

¿Cuánto duró?

Nada, me curé en nueve meses.

“El disco duro de la Transición” y “la caja negra de El País”. Así califica Jordi Gracia (Barcelona, 1965) a Javier Pradera (1934-2011), cuya monumental biografía publicó Anagrama en noviembre de 2019: 700 páginas sin bibliografía o notas. Si el libro tiene una tesis central es esta: sin Pradera, el...

Este artículo es exclusivo para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí

Autor >

Sebastiaan Faber

Profesor de Estudios Hispánicos en Oberlin College. Es autor de numerosos libros, el último de ellos 'Exhuming Franco: Spain's second transition'

Suscríbete a CTXT

Orgullosas
de llegar tarde
a las últimas noticias

Gracias a tu suscripción podemos ejercer un periodismo público y en libertad.
¿Quieres suscribirte a CTXT por solo 6 euros al mes? Pulsa aquí

Artículos relacionados >

1 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. Peoe

    Periodistas que hablan de periodistas

    Hace 3 años 11 meses

Deja un comentario


Los comentarios solo están habilitados para las personas suscritas a CTXT. Puedes suscribirte aquí