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Tribuna

Sobre el papel del Estado en el cambio civilizatorio en curso

Dialogando con la reseña de Emilio Santiago Muiño de 'En la espiral de la energía'

Luis González Reyes 30/01/2019

<p>Bandera de humo.</p>

Bandera de humo.

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Emilio Santiago Muiño realizó recientemente una reseña de En la espiral de la energía en la que entra en el debate estratégico sobre el papel del Estado en los tiempos actuales y por venir, una cuestión que ambos consideramos fundamental. Le estoy muy agradecido por la reseña y las reflexiones, que creo que son muy potentes, como no pueden ser de otra manera partiendo de una persona que considero brillante y muy lúcida. Con esas reflexiones pretendo dialogar en este texto. Para hacerlo empiezo realizando varias puntualizaciones. Emilio no dice algunas de las cosas que voy a entrar a matizar, pues es exquisito en poner en nuestra boca solo lo que hemos afirmado, pero sí hace reflexiones que pueden dar a entender algunas de las ideas sobre lo que empiezo matizando.

Puntualizaciones

1. En la espiral de la energía no es un libro que reflexione sobre las estrategias que deberíamos llevar a cabo. Es un libro que intenta realizar el análisis más complejo y riguroso del que hemos sido capaces del pasado y del presente con proyecciones de los posibles futuros. Su objetivo fundamental es que pueda ser una herramienta para esa reflexión estratégica, pero no entra en ella.

Pero es cierto que vislumbra algunas opciones estratégicas fruto de la imposible neutralidad en la escritura. Algunas de ellas conciernen al Estado, sobre las que Emilio entra rescatando algunas de las cosas que el texto puede sugerir, más otros debates, esta vez sí estratégicos, que hemos tenido.

2. Los modelos de organización social emancipadores y sin Estado son posibles, como ejemplifica que durante la mayoría de la historia de la humanidad, incluyendo varios milenios de sociedades agrícolas, fueron los más abundantes. Y estas formas de organización han sido capaces de articular sociedades complejas.

3. El libro no es un libro sobre el Estado, pero el análisis del devenir histórico de esta institución ocupa bastante espacio. No podría ser de otra manera siendo uno de los instrumentos clave que determinan, desde que apareció, el orden social. Otro serían los movimientos sociales. Creo que no minusvaloramos el papel del Estado en la conformación social pasada, presente y futura, sino que le damos centralidad, no única, pero sí fundamental.

4. Desde su génesis, no hay ningún ejemplo histórico de ningún Estado justo, democrático y sostenible. El Estado nació al servicio de una (o unas) clase privilegiada para mantener y/o acrecentar en la medida de lo posible su posición. Y nunca ha abandonado ese papel, pues implica una escisión entre esa clase y el resto de sociedad que hace imposible que articule sociedades justas, democráticas y sostenibles. Esto no niega que haya modelos de Estado claramente más deseables que otros para las mayorías sociales.

5. La principal expresión del poder el Estado es su capacidad de legislar y de hacer cumplir esas leyes. En el caso de los Estados más débiles, esto lo tiene que hacer mediante la violencia directa (lo que es muy costoso), en los más fuertes lo consigue gracias a impregnar a las mayorías sociales de un sistema de valores funcional al sostenimiento del orden establecido.

6. En lo que se refiere a la capacidad de control social y de sostener y/o acrecentar las relaciones de poder de los Estados, se pueden distinguir dos épocas históricas. Una es la de los estados agrarios (aquellos en los que el metabolismo social era de base agrario-ganadera) y los fosilistas (que se han desarrollado a partir de la Revolución Industrial). En estos últimos, la capacidad del Estado como institución de control social se ha hecho notablemente mayor. Esto no está en contradicción con que, en distintos momentos y territorios desde el siglo XIX, se hayan producido luchas sociales capaces de redistribuir la riqueza y el poder. Hablamos de potencialidad, de capacidades, y no de necesidad.

Esta potencialidad se debe a distintos factores como pueden ser una mayor fuerza militar y policial, una mayor capacidad de controlar y procesar información, posibilidades inéditas de creación de imaginarios sociales, la creación de una clase social (las “clases medias”) que lo sostienen o potencialidades acrecentadas de extraer la riqueza del trabajo humano y de la biogeoesfera a nivel planetario. En todos los casos, estos factores se han desarrollado mucho más en los Estados centrales. Todo ello no fue posible hasta tener fuentes energéticas densas y accesibles masivamente: los combustibles fósiles.

El Estado no tiene por qué morir con el capitalismo, pero este posible suceso le va a obligar a una profunda reestructuración en la que perderá capacidades

De este modo, los Estados agrarios tuvieron una capacidad de determinación de la vida de las personas menor que los fosilistas. En ellos hubo, nuevamente de forma potencial, espacios de emancipación colectiva e individual mayores. Un ejemplo podría ser como el Imperio español, a pesar de dominar nominalmente una parte mayoritaria del continente americano, en realidad tenía una capacidad limitada de hacer cumplir sus deseos sobre el territorio. Algo parecido se podría decir del Impero romano, aún considerando los millones de personas que tuyo esclavizadas. Otro ejemplo fue como durante la Edad Media europea las poblaciones conquistaron múltiples espacios de autogestión política y económica.

Esto se tiene que comparar con los Estados fosilistas, en los cuales la burocracia sabe en detalle el patrimonio de la ciudadanía (al menos de la que no acapara el grueso del poder), obliga a toda la población a pasar muchos años en una sistema de educación formal cuyo currículo determina o ha desarrollado un sistema normativo que regula en detalle una parte sustancial de nuestras vidas y que, además, es capaz de hacer cumplir.

7. Afirmar, como afirmamos, que el poder del Estado depende de los recursos que tenga disponibles (pero no solo, claro) no es determinismo, porque no hay una única senda que pude seguir la forma Estado en el futuro, pero sí es entender que las posibilidades humanas y de sus instituciones se ven constreñidas por la energía y materiales disponibles. Es una implicación de nuestra ecodependencia.

8. El metabolismo fosilista no va a durar muchos decenios más fruto de alcanzar los picos de disponibilidad de los combustibles y de muchos elementos. De este modo, el modelo de Estado futuro no será el fosilista, sino el agrario.

9. Pero, incluso con todas sus capacidades acrecentadas, el Estado no es la principal institución responsable del desigual reparto el poder en nuestras sociedades. El capitalismo lo es mucho más. El Estado no deja de ser un mecanismo “burdo” de control social a través de las leyes y las políticas públicas al lado de lo que supone que nuestra subsistencia y existencia social pase por vender nuestra fuerza de trabajo en el mercado y recurrir a él para obtener los bienes y servicios que necesitamos. Mientras el Estado es un poder evidente y, a veces, tosco; el mercado es sutil y nos impregna en gran parte de nuestra existencia.

10. Capitalismo y Estado no son dos sistemas de poder separados. El capitalismo no habría podido nacer sin la ayuda del Estado y requiere de su existencia para sobrevivir, como argumentamos en el libro, pero ahora no vamos a hacer.

El Estado tiene una trayectoria mucho más dilatada y desde luego es anterior al capitalismo. Han existido múltiples Estados extractores no capitalistas. Pero los Estados actuales, al igual que son necesarios para el capitalismo, también necesitan de él, para empezar porque dependen de la generación de plusvalía para obtener sus ingresos vía impuestos.

11. Nuevamente no lo argumentamos ahora, pero el capitalismo global que conocemos es extremadamente difícil que continúe en un entorno de decrecimiento económico sostenido como el que estamos empezando a vivir. Este decrecimiento está motivado (pero nuevamente no solo) por el choque contra los límites biogeosféricos de nuestro metabolismo. Es posible que no solo sea el capitalismo global el que no sobreviva, sino el propio capitalismo. Sea como fuere, es probable que el capitalismo que haya en el futuro pierda capacidad de control social al estar nuestras vidas menos mercantilizadas.

12. El Estado no tiene por qué morir con el capitalismo (si es que este último muere), pero este posible suceso le va a obligar a una profunda reestructuración en la que perderá capacidades. En los futuros por venir, el Estado será menos poderoso no solo por volver a ser agrario, sino por la posibilidad de perder capacidad simbiótica con el mercado.

En realidad, esto no es política-ficción, pues ya está sucediendo en el presente. El caso de México es representativo. A pesar de contar todavía con abundantes recursos fósiles (sigue siendo, aunque no por mucho tiempo, un exportador neto) y no estar en una posición “excesivamente” periférica en el sistema-mundo, ya está sufriendo una profunda crisis institucional que se plasma en que partes del territorio y de la población no son controladas por el Estado, sino por cárteles de la droga. Creo que Emilio acierta al subrayar como el desmoronamiento del Estado puede alumbrar mafias que ocupen sus nichos de poder.

Pero esto no es lo único que está sucediendo en México. Al tiempo, en Chiapas existe el que probablemente sea el territorio del planeta en el que las poblaciones tienen una mayor capacidad de autogestión política y económica y lo hacen con altos grados de justicia, democracia y sostenibilidad. Las mafias no son las única opción por más, y vuelvo a coincidir con Emilio, que ahora mismo los ejemplos emancipadores sean pocos y/o débiles.

13. Emilio afirma que las alternativas autogestionadas son pequeñas, a veces casi insignificantes. Creo que el tamaño es un indicador clave si lo que queremos es analizar la capacidad de escalado hacia arriba de las iniciativas o su potencial universalidad. Ambos elementos son fundamentales. Pero creo que no es un indicador para analizar la capacidad de transformación que tienen, pues toda nueva forma de organización social inevitablemente ha sido pequeña y frágil en su nacimiento. Además, que las formas de organización social igualitarias, democráticas y sostenibles sean ahora mismo pequeñas y minoritarias, no quiere decir que no haya que apostar por ellas (algo que Emilio no afirma).

14. Estamos viviendo el colapso del orden existente. En ese contexto, el posible incremento de la autogestión y la autonomía social no va a ser únicamente consecuencia de luchas sociales conscientes. Me imagino un proceso con ciertas similitudes (solo ciertas porque el la profundidad de los cambios será mucho mayor) al colapso del Imperio romano. En él se pasó de un sistema basado en el esclavismo a otro estructurado alrededor de la servidumbre y con grados notablemente mayores de autonomía social. En este tránsito las luchas sociales fueron determinantes, pero probablemente lo fueron menos que la búsqueda de las personas de nuevas formas de satisfacción de sus necesidades al tiempo que los antiguos iban dejando de ser funcionales.

Pueden emerger mafias de las que nazcan fascismos, pero también pueden estructurarse muchos otros órdenes sociales

En este sentido, no hay que mirar únicamente la capacidad de los movimientos sociales de luchar y articular nuevas sociedades dentro del actual orden establecido, sino también entender que durante la ruptura del orden contemporáneo el conjunto de la población se pondría en marcha, pues no le quedará posiblemente otro remedio, en la búsqueda de nuevos órdenes.

Cuando las personas no encuentren en el Estado y el mercado los satisfactores (o pseudosatisfactores) a sus necesidades se articularán para conseguir otros. No será una tarea de su tiempo libre, sino algo del grueso de su día a día porque no habrá otras opciones. Por ejemplo, los movimientos de los noventa en América Latina no se entienden sin todos los procesos de autoorganización social que se montan y estos, a su vez, por las incapacidades del Estado y el mercado de satisfacer necesidades sociales.

Esto significa una fuerza mucho mayor, en gran parte descontrolada (pero también manipulable) e impredecible. Pueden emerger mafias de las que nazcan fascismos, por seguir con el ejemplo de Emilio, que también es lo que explica en gran parte lo sucedido en Rusia tras el colapso de la URSS. Pero también pueden estructurarse muchos otros órdenes sociales que trasciendan en mucho a nuestras limitadas capacites desde los movimientos sociales.

Los límites de los movimientos sociales que apunta Emilio, que comparto (o más bien sufro) grosso modo, tienen la mirada en el presente. Necesitamos, sin desligarnos de esa mirada en el aquí y el ahora, proyectar los posibles futuros por venir para vislumbrar las oportunidades y riesgos que se abren. Esto creo que falta a veces en el análisis de Emilio, que en ocasiones parece proyectar que el colapso de nuestra civilización industrial va a mantener algunas cosas sin cambios, entre ellas las posibilidades del Estado y de los movimientos sociales.

15. Comparto con Emilio, como hemos expresado en el libro, que las opciones que denominamos ecomunitarias serán tanto mayores cuanta menor degradación social (y ambiental) se produzca. Así que suscribo lo que dice de que después de una sociedad ecofascista va a ser difícil que emerja una ecomunitaria. Esto hay que ponerlo en el frontispicio de nuestras estrategias.

Estrategias

De forma muy resumida, en el contexto presente, pero mucho más en un futuro de recursos disponibles decrecientes, la estrategia se debería articular alrededor de tres ideas clave: sostenibilidad, reparto y autogestión.

Sostenibilidad porque no va a ser posible llevar a cabo ninguna política realista que no ponga en el centro nuestra ecodependencia y, por lo tanto, una integración armónica con los ecosistemas. La sostenibilidad, a diferencia de lo que sucedía en el siglo XX, ha dejado de ser una opción para ser un imperativo.

Reparto porque al ser los recursos disponibles menguantes, el crecimiento no va a volver. Así, ni siquiera las políticas basadas en el “goteo” (la acumulación de riqueza en pocas manos que permea por goteo a las clases más empobrecidas) serán posibles. En el contexto del siglo XXI, el reparto cobra mucha más importancia que en el pasado, pues es la llave de supervivencia de un porcentaje mayor de la población.

Autogestión porque será imperativo construir nuevos satisfactores a nuestras necesidades y, solo en la medida que sean controlados por la población, podrán articular sociedades justas y democráticas.

Para llevar a cabo estas tres metas (sostenibilidad, reparto y autogestión) el Estado tiene limitaciones estructurales (es una herramienta al servicio del sostenimiento de los privilegios de unas clases sociales determinadas) y coyunturales (el desmoronamiento de la civilización industrial le restará capacidades). Esto lo acabamos de argumentar, pero lo hacemos en más detalle en En la espiral de la energía en los apartados 9.6, 9.7 y 9.12, que se pueden consultar aquí.

la estrategia se debería articular alrededor de tres ideas clave: sostenibilidad, reparto y autogestión

Pero esto no implica que no pueda y tenga que cumplir un papel. Me sumo a las estrategias duales y la superación de la dicotomía calle-instituciones de las que habla muchas veces Emilio. Lo hago a pesar de que hay elementos de fondo que hacen incompatibles ambas estrategias, sobre todo esa escisión de una clase (o clases) sociales de la sociedad para las labores de mando que implica el Estado y que lo hace intrínsecamente injusto.

Lo hago porque, como señala Emilio en su texto, el Estado tiene todavía muchas herramientas (y muchas las conservará aunque no tenga las mismas capacidades) y porque no es irrelevante quién lo maneje y con qué sensibilidad. También porque nuestras mentalidades son profundamente estatocéntricas y es probablemente socialmente irreal hacer transiciones sin contar con esa institución.

Pero estas estrategias duales creo que tienen que considerar, como argumentamos aquí (que es una versión antigua y menos pulida del prólogo de este libro) y aquí, que el motor de cambio son los procesos autogestionados que parten y se insertan en la sociedad. Lo que puede hacer el Estado es catalizarlos, lo que no es poco ni es una tarea fácil, pero no tanto crearlos. Una clave de esa estrategia dual sería distinguir las funciones de la sociedad y del Estado, y que las instituciones públicas no intenten tomar las de la población autoorganizada. En todo caso, obviamente, la línea divisoria entre “crear” y “catalizar” muchas veces es confusa.

Emilio no solo defiende las estrategias duales, sino que participa activamente de ellas. Yo intento hacer lo mismo. Un ejemplo es que, a la vez que un puñado de personas montamos un espacio de crianza infantil autogestionado que cada vez se desarrolla más, en la cooperativa en la que trabajo hemos participado de la redefinición de los pliegos de condiciones para las escuelas infantiles del ayuntamiento de Madrid. Ambas iniciativas estaban regidas por la búsqueda de la sostenibilidad y el reparto. La primera, además, por la autogestión.

Emilio Santiago Muiño realizó recientemente una reseña de En la espiral de la energía en la que entra en el debate estratégico sobre el papel del Estado en...

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Autor >

Luis González Reyes

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