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Guillem Martínez 5/08/2017

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Capítulo I. La turné de Dios

La Hermandad del Rosario fue integrada en principio por los esclavos negros residentes en la varias veces inmortal ciudad de Cádiz, en el XVII y en la antigua ermita del Rosario, hoy parroquia del mismo nombre. Con la llegada a la ciudad de los frailes dominicos y la fundación de su convento, estos se hicieron cargo de la dirección espiritual de la hermandad. La creciente devoción a la imagen motivó que el piadoso capuchino Fray Pablo de Cádiz fundara una por una hasta quince, sí, quince compañías espirituales que cada noche cantaban públicamente los misterios del Rosario por las calles de la ciudad. Fue notoria la participación milagrosa de la Santísima Virgen del Rosario en diversas epidemias. En el siglo XVIII, la Virgen fue más lejos y mitigó en la ciudad los efectos del terrible terremoto de Lisboa, por lo que el Excelentísimo Ayuntamiento de la ciudad, nueve días después, tuvo a bien nombrarla Patrona y Protectora de la Ciudad de Cádiz, patronazgo que la Santa Sede, mediante bula otorgada y firmada por Pío IX, ratifica siendo obispo de la ciudad Fray Félix Martínez Telajinca. La devoción de la ciudad por la Virgen fue revalidada y superada, dos siglos después, por Su Excelencia el Caudillo, que la nombró Alcaldesa Perpetua de Cádiz. La actual imagen de la Patrona es la cuarta imagen que existe desde la fundación del Convento. Pero conserva las manos y el Niño Jesús de la segunda imagen, salvados del fuego que destruyó el convento en el fatídico 1931, cuando un grupo de exaltados incendió Templo y Convento. Los dominicos, antes de huir, pudieron sacar, milagrosamente, el Santísimo Sacramento y la imagen de la Patrona. Era la que quemaron, la sucesora de la imagen primitiva de la Cofradía de los Morenos, que fue ultrajada en el ataque anglo-holandés a Cádiz, en el siglo XVI, y que fue puesta al culto, muy posiblemente, a finales del...

Llegados a ese punto, interrumpí al Señor Jabugo, mi director.

-La verdad, no sé a qué viene esto. Además, lo ha sacado todo de la Wikipedia.

-¿Y qué? Ferlosio se sacó el primer capítulo del Jarama de una enciclopedia geográfica, con un par. Cada uno explica las historias como quiere.

-Pero no entiendo. ¿Qué historia me va a explicar?

-Le voy a explicar cómo, hace ya casi un año, Dios Nuestro Señor anunció que bajaría a la Tierra.

-Pero esa historia la sabe todo Dios. Copó las portadas de la prensa mundial.

-No está mal reubicarse. Cuando deje de tocarme los huevos prosigo.

-Prosiga.

-Sin duda todo este bagaje espiritual colectivo, al que le aludía, tendría que estar presente en la cabeza y el espíritu de Kichi, Ilustre Alcalde de Cádiz, momentos antes de imponer en el manto de la Virgen del Rosario la Medalla de Oro homónima de la Ciudad. Como recordará, el señor Kichi se aproximó a la virgen con la medalla en la mano, copado por la piedad...

-Hombre, yo lo vi por la tele. Más bien era la cara de una vaca gallega cuando ve llover.

-Tras la vaca hindú, la gallega es, sin duda, la más espiritual. Pero déjeme proseguir. Fue en el preciso instante de clavarle la insignia cuando, de manera sobrenatural y sorpresiva, la Virgen le habló y le reveló lo que la prensa mundial, como muy bien ha dicho usted, bautizó como los dos misterios de Cádiz. ¿Los recuerda?

-Claro. La Virgen dijo: "No temas. Te anuncio que mi hijo, que es uno y trino, bajará a la Tierra este verano". A lo que, luego, agregó: "Kichi, picha, remunicipaliza los servicios".

-Sí, ese segundo mensaje despistó un tanto a la parroquia. La Santa Sede, siempre recelosa de las apariciones marianas, mostró su escepticismo ante los hechos, y los medios centristas locales interpretaron que se trataba de una broma de mal gusto perpetrada por el Gobierno Venezolano. La sección X Files de la Guardia Civil y los CSI de la Policía Nacional inspeccionaron el lugar de la revelación mariana con posterioridad. En la investigación, y de manera preventiva, se aplicó a Kichi la Ley Antiterrorista. La Benemérita, finalmente, no descartó el fraude, mientras la Policía dictaminó que fue Titadine. Ahí podría haberse quedado la cosa. Pero todo cambió una semana después, cuando el Ministro de Interior condecoró a su Virgen Un Millón. Se trataba de la imagen de Nuestra Señora del Micro Bajo el Manto, que despierta tanta devoción entre los Cuerpos de Seguridad del Estado. En esa ocasión estaban presentes, además del Ministro, Sus Majestades los Reyes, el Jefe de Policía, El Jefe adjunto de Policía para Temas Catalanes y Minorías Étnicas, el staff de la JUJEM, el Director General de la Guardia Civil, el Obispo de Tarazona y el Nuncio de Su Santidad. Poca broma. En el momento en que el Ministro, copado por la emoción y el momento, iba a imponerle la Cruz Policial Antisemita de Oro y Diamantes, la Virgen volvió a tomar la palabra. Y, como en Cádiz, todo el templo pudo escuchar su voz aterciopelada. De su boca manó lo que después se conoció como Los Tres Misterios de Tarazona. Que, como su nombre indica, son tres. A saber: Volvió a anunciar que Dios bajaría a la Tierra este verano. Especificó que su viaje sería, concretamente, a su país favorito. Y concluyó con un mensaje críptico, que están estudiando, en comisión conjunta, el Colegio de Teólogos del Vaticano y la NASA: "Excelencia, deles por el culo con una caña rota a los putos catalanes".

-Hombre, críptico, lo que se dice críptico...

-Debe de serlo. La NASA opina que el mensaje alude a la necesidad de firmar el TTIP hoy mejor que mañana, mientras que el Vaticano cree que es un claro testimonio contra los medios de contracepción. Bueno. En esta ocasión nadie dudó que la revelación mariana era cierta. Ni siquiera el Ministro, que aún sigue encerrado en el Frenopático de Cuenca. Con camisa de fuerza, en una habitación acolchada, desde ese día no para de repetir: "Era cierto. La Virgen existía".

-Sic transit gloria mundi.

-Por un tubo. En fin. El mundo se maravilló, pero en España nadie perdió la calma y las autoridades se pusieron manos a la obra. Se formó una Comisión de Bienvenida a Dios a toda leche, presidida por S. M. el rey e integrada por vocales de los tres Poderes, oposición, el IBEX, que lo paga todo, y los Sindicatos, que aún están preparando una coreografía de bailes regionales para Dios. Como no había mucho tiempo para florituras, se adoptó como mascota del evento a Naranjito. Pero la Virgen no volvió a manifestarse. La gente se impacientaba. Empezaron el escepticismo y la distancia. Un periodista catalufo inició en CTXT, nuestra competencia, una serie periodística que se titulaba Procesando a Dios, en la que pretendía demostrar que Dios ni existe, ni va a venir a este verano. La prensa internacional, más dada al descreimiento, también empezó a participar de cierto desapego. The Guardian publicó un polémico repor, ¿Qué ven los españoles?, en el que se recreaba ante el hecho de que España fuera el primer país europeo en consumo de psicotrópicos. The New York Times participó de la juerga con otro repor, Los españoles ven a Dios. O a tres, que iba acompañado con una estadística sobre consumo de alcohol en España. En eso, cuando el pitote ya era de concurso, la Virgen volvió a hablar.

-Los Misterios de Ulldecona.

-En efecto. El teniente de Alcalde de Ulldecona condecoró a Nostra Senyora del Mainofollem con motivo de la fiesta local. En la iglesia había cuatro gatos, pero como el teniente de Alcalde estaba en el Pacte pel Referèndum le seguía todo el CNI, que grabó todo lo que ocurrió a continuación. Otra vez, la Virgen abrió la boca de la cara. Se dolió de que nadie confiara en su palabra, anunció que, triste y desanimado, su hijo daría al mundo una prueba de su existencia y viaje. Convocó a todo el mundo en la plaza de cada pueblo de la Tierra para el siguiente domingo a las doce. Allí podrían ver que la cosa iba en serio. Finalmente, la Virgen, de su puño y letra, firmó un manifiesto a favor de un referéndum, unilateral o pactado, que el Teniente de Alcalde llevaba en el bolsillo superior de la americana. Y, en perfecto catalán normativo, dijo otro mensaje críptico: "Jo, als espanyols, els fotria un gec d'hòsties". Y volvió a su silencio estatuario. Al siguiente domingo, todo el planeta se congregó, en efecto, en la plaza de su pueblo. En Madrid, lo hicimos frente a la Almudena. La Comisión dispuso, a tal efecto, unas gradas portátiles de un cuñado de uno del IBEX. Allí, a las 12 a. m. estaba el todo Madrid, esperando una revelación divina definitiva. En eso, empezaron a tocar las campanas de la catedral. Cuando faltaban dos toques para marcar las 12, el campanario de La Almudena empezó a temblar, a oscilar y, finalmente, a inclinarse hacia uno de sus costados. Iba a caer al suelo, era evidente. Estando a medio caer, un niño de tres años se escapó de los brazos de su madre y empezó a correr en dirección al lugar en que el campanario chocaría contra el suelo. Todo el mundo se levantó de la grada y empezó a gritar. En ese momento, el campanario paralizó su caída, la madre pudo acercarse, recoger al niño y darle una somanta de palos. El campanario volvió a incorporarse y, otra vez erecto, cayó hacia otra dirección, aplastando doce gradas. Segundos después, piedra a piedra, volvió a su posición inicial, de manera sobrenatural.

Todo el mundo se levanto de la grada y empezó a gritar. En ese momento, el campanario paralizó su caída, la madre pudo acercarse y recoger al niño y darle una somanta de palos

-Sí, el niño se salvó, pero murieron como pajaritos los de las 12 gradas. 18.000 personas.

-¿Pero qué es eso comparado con la sonrisa de un niño?

-Bueno, señor Jabugo, le he dejado hablar, con mínimas interrupciones. Todo eso lo sabe todo el mundo. ¿Para qué es esta reunión?

-Para constatar que, desde ese momento, ni Dios, ni la Virgen, ni el gato han dado señales de emisión. De eso ya hace meses. Y nada. Y tenemos que hacer un diario en Agosto. Y aquí no viene Dios.

-¿Qué propone?

-Volver a los clásicos. Vamos a llenar el diario con el Procés.

-No me joda.

-Nos han pasado un soplo. El Govern de la Generalitat ya ha adquirido las urnas. Una persona, por cierto, muy conocida y admirada por usted, irá a verle mañana y le dará todos los datos que necesita para iniciar una investigación chachi.

Al oír esto me intranquilicé.

-¿Dónde quedo con él?

-En su despacho, que esta redacción le paga religiosamente en tanto que corresponsal en Barcelona y del que aún no nos ha dado la dirección. Mañana le llamará nuestro hombre. Facilítesela, ande. Y creo que esto es todo.

-Esto... No es todo. Verá, la vida en Barcelona está muy cara, y le agradecería que me pasara 20 euros para un taxi. Más que nada, para hacer los honores a mi visitante.

-Por Dios, García, estamos hablando por Skype. ¿Qué pretende? ¿Que se los escanée?

Conseguí que el Señor Jabugo accediera a utilizar, en mi favor, los servicios de la egregia firma Pay-Pal. Seguía sin despacho. Pero al menos tenía para un par de malboros, un spritz y una dosis de mi nuevo vicio: los Calippos. Hola. Me llamo García. Periodista. El agosto pasado salvé España de una epidemia zombie que nadie recuerda. Este verano no sólo estoy más chungo, sino que me he separado y vivo en Barcelona, en algo que no es propiamente una vivienda. Tengo, cuando Pay-Pal se estire, un valor de 20 euros. Y necesito un despacho para evitar que mi diario descubra que cada mes me gasto el dinero del despacho en llegar a fin de mes. Mañana les cuento.

 

Capítulo II. En el que García les explica su vida y les habla – no olviden ese nombre- de Puigcabanes

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Dios anunció que vendría a España, su país favorito, a través no de una, sino de tres revelaciones marianas. Pero no ha venido. Así que el diario de García tendrá que ir tirando este agosto con lo que tienen más a mano. El Procés. Un enviado misterioso se reunirá mañana con García en su despacho, y le comunicará los planes del Govern para con las urnas. A García se la pelan las urnas, pero tiene un problemón. García no tiene despacho, sino que se gasta la asignación que recibe de su diario para un despacho en alimentos líquidos y sólidos. Desde que sabe lo de mañana, García es víctima del principal terror humano. El terror a que te pillen.

 

Cuando acabé la conexión con el señor Jabugo recogí el poster-forillo del interior de un salón-comedor de La Pedrera que había colgado a mis espaldas para dar el pego. Lo guardé en mi bolsa y salí del cibercafé del señor Cheng, el yerno del señor Chang. En mi casa, en fin, no había ADSL. De hecho no siempre había luz, ni siempre había agua. Sí, mi vida había cambiado. A peor. Si antes iba mal, ahora ya era la típica biografía de una gacela en un documental del National Geographic. Les explico.

Cuando acabó la crisis zombie del verano pasado mi vida dio un pequeño vuelco. Por una parte, mi reciente amistad con el Capitán Estadella, egregio periodista constitucionalista, repercutió en mi economía. Me propuso asociarme a él. Más concretamente, ser su negro. En pocos meses redacté para él tres libros, que se vendieron como polos. Supongo que los conocerán, si no es el caso de que sean tontos del bote y los hayan leído. Se trata de José Antonio para Veganos, editado por la Fundación Muñoz Molina, el libro de ejercicios aeróbicos En forma con Millán Astray, o el tan comentado Los Milennials deben ser esterilizados, premio Obra Social de la Caixa 2017. Debo reconocer que escribí esos libros nauseabundos con el nabo. Pero también que posibilitaron mi acceso al final de mes durante dos, snif, cortos trimestres. Estadella me pagaba un guano. Pero yo, Quimetta y los niños vivíamos con guano y medio. Finalmente, me cansé de la avaricia de Estadella y, en pleno brainstorming de planificación del libro, título provisional Caracas debe de ser la nueva Hiroshima, decidí finalizar nuestra relación mercantil a través de lo que que el Señor Jabugo, otro genio del periodismo local, denominaría un mensaje críptico, en el que, si mal no recuerdo, aparecían las palabras váyase, puta, mierda y Estadella.

Para aquel entonces -el otoño de 2016 se arrastraba- ya nos habíamos trasladado a Barcelona. La razón: mi diario consideró que necesitaba un corresponsal para cubrir la cosa Procés. Pagaban poco, pero pagaban. Además, el trabajo que implicaba era mínimo. Cada dos días enviaba un articulazo en el que siempre decía que "el desafío catalán avanza una nueva casilla". Fui, por tanto, el responsable de que el Procés, que se movía menos que un gato de escayola, avanzara en pocas semanas 100 casillas. Como que me aburría, para animarme me inventé un personaje. Puigdecabanes. Aún no lo sabía, pero en breve eso significaría mi ruina.

Cada dos días enviaba un articulazo en el que siempre decía que "el desafío catalán avanza una nueva casilla". Fui, por tanto, el responsable de que el Procés, que se movía menos que un gato de escayola, avanzara en pocas semanas 100 casillas

Se lo explico. Puigdecabanes era, en principio, el cerebro gris que estaba detrás de un plan certero para la independencia de Catalunya, en primer lugar, y la invasión de Alsacia, Lorena, los Sudetes y Polonia en una segunda fase. Como desde Madrid nadie me llamaba al orden, sino que me pedían más en esa línea, me desmadré y me desparramé con Puigdecabanes, personaje mío al que, como le pasaba a Tolstoi con los suyos, llegué a amar. Progresivamente le hice crecer. En pocos artículos pasó a ser el jefe de una organización secreta y armada, y un millonario catalán formado a sí mismo, que llegó a ser un pez gordo en New York, donde vivía como un rajá gracias a su olfato en el mercado de continuos. Me inventé que, en tan solo una semana de operaciones especulativas, había birlado a Soros el mercado de la plata. Como coló, y como en mi diario independiente de la mañana nadie decía ni pío, sino que me jaleaban, otro día solté que también dominaba el mercado de la butifarra. No podía parar, y fui más lejos. Le hice vivir en una mansión submarina, rodeado de esbirras uniformadas con minifalda dorada y protegido por un chino cuyo sombrero, que el hijo de puta sabía lanzar con puntería, tenía unas alas manufacturadas con titanio afilado. Lo llegué a caracterizar, en fin, como un Thomas Pynchon de la política catalana. Es decir, un ser cuyo rostro no conocía nadie, cuyos escritos aburrían a las ovejas, pero que tenía un plan personal respetado por la crítica e infalible.

Como desde Madrid nadie me llamaba al orden, sino que me pedían más en esa línea, me desmadré y me desparramé con Puigdecabanes, personaje mío al que, como le pasaba a Tolstoi con los suyos, llegué a amar. Progresivamente le hice crecer

Un día, por fin, recibí una llamada del Señor Jabugo. Temía esa llamada desde hacía meses. La juerga se había terminado. Jabugo me había pillado y me echaba a la calle. O eso creía. En realidad, el señor Jabugo me llamaba para pedirme que le hiciera una entrevista a Puigdecabanes, dado que yo era el único mamífero con el que el financiero catalán hablaba. Se me abrió el cielo. Le pedí pasta en efectivo para un viaje a New York, para un hotel, para alquilar una góndola que me llevara hasta un punto dado de la Bahía del Hudson en el que se ubicaba la mansión submarina de Puigdecabanes. Ya puestos, le pedí una equipación de hombre rana, un arpón, un cartón de marlboros y 20 euros para un taxi. Con todo ello montamos una Navidad en casa como hacía años que no vivíamos. Del nivel de un anuncio de turrones. Evidentemente, hice la entrevista desde mi casa. Para las fotografías, en las que aparecía un Puigdecabanes encapuchado mirando desafiante a cámara, como un líder cool de un IRA I+D, pillé al señor Chang. Porque esta era otra. El señor Chang también había venido a Barcelona.

Se lo explico también. Intoxiqué al señor Chang con la idea de que en breve Catalunya sería un Estado Indepe, submodalidad paraíso fiscal, y que, si se ponía las pilas y abría un negocio con sede fiscal en Barcelona, se pondría, además, las botas. En mi mente giraba el proyecto de seguir contando con los ingresos del señor Chang. Pero también me lo planteé como un reto personal. Si ya no podía engañar a un chino, como dicen el refrán, ya no podría engañar a nadie. Coló. En poco tiempo el señor Chang abrió Ta Puta Mare Feliç, que, aunque suena a chiste de nombre de ministros chinos, era la delegación catalana de la ya, en breve, firma multinacional Tu Puta Madre Feliz, restaurante chino. El Señor Chang estaba tan eufórico y auguraba tantos pelotazos que conseguí que, por contrato, me subiera en el organigrama de la empresa. De friegaplatos pasé a coach. Lo que en cierta manera me daba igual. No pensaba dar un palo al agua.

En poco tiempo el señor Chang abrió Ta Puta Mare Feliç, que, aunque suena a chiste de nombre de ministros chinos, era la delegación catalana de la ya, en breve, firma multinacional Tu Puta Madre Feliz, restaurante chino

Estadella, corresponsal, coach. Mis ingresos pasaron de miserables a escasos, lo que supuso un cambio radical de vida. Por primera vez en años podíamos salir de las secciones de Mercadona de lácteos, vegetales, animales de 100 patas y animales no reconocidos por la ciencia ni la OMS, y entrar, por la puerta grande, en las secciones de animales de dos patas, esporádicamente, incluso, de cuatro. Y ubicarnos cerca, muy cerca, de la pescadería. Estaba agotado. No dormía. Pero era feliz. Como el nombre de un restaurante chino.

Les explicaré la felicidad. La felicidad es algo sencillo. Es lo que explica Vian en L'Écume des jours. Una casa con un pasillo repleto de grifos de oro. Los rayos del Sol chocan contra los grifos de oro y caen al suelo, donde son recogidos por diminutos ratones simpáticos, que juegan con ellos. No teníamos grifos de oro, ni, afortunadamente, ratones simpáticos, sino tan solo, como todo el mundo en Barcelona, cucarachas. Pero eran simpáticas. Y yo, feliz como una anchoa. Hasta que dejé de serlo.

Quimetta y yo trabajábamos como mulas. Pero no salíamos del hoyo. La razón, el precio del alquiler en Barcelona. Por mucho menos de la mitad del alquiler de nuestro piso, los EE. UU. habían comprado Alaska a los Romanov. Y aún les habían dado dos mantas y un peine. Ese atraco a mano armada mensual arruinó nuestra economía precaria y nuestro carácter. Y copó de desánimo a una Quimetta cada vez más irritable y dada al berrido. Un día, en una discusión en espiral, descubrimos que ninguno de nosotros dos era uno de nosotros. Nos separamos. Desde el invierno no nos vemos. Pienso en ella cuando veo un grifo dorado o un ratón. Es decir, siempre que voy a Ta Puta Mare Feliç, local repleto de roedores que debería ser clausurado por Sanidad, sino fuera porque el Departament de Sanitat lleva cinco años consagrado, como todos, a la planificación del referéndum.

Rayos, mientras les explicaba todo esto ya he llegado al restaurant del Señor Chang. Creo que tengo un plan para conseguir un despacho para la reunión de mañana. Deséenme suerte, que hace un mes que el señor Chang no ve el pelo de su coach.

En la puerta del restaurant me topo con dos ratones. Juegan a los dados y escupen por el colmillo. Aún así, pienso en Quimetta unos instantes, antes de entrar. Y suspiro.

 

Capítulo III. En el que aparecen personajes fundamentales de la trama, y en el que se vive un bombardeo en Barcelona

 

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Como es habitual en el mundo, no se sabe nada de Dios, por lo que los diarios tienen que hablar del Monstruo del Lago Ness o del Procés, si quieren hablar de algo este agosto. Por lo demás, García necesita un despacho para que en su diario no le pillen con un desfalco.

 

No habían pasado ni cinco minutos y volvía a ver los ratones de la puerta de Ta Puta Mare Feliç jugando a los dados. Mi conversación con el Señor Chang había durado menos que el juicio a un disidente chino. Se la resumo:

-Homble, Galcía. Usted tenel más cuento que honolable último empeladol Pu-yi en honolable juicio pol clímenes contla la Humanidad.

-Técnicas de coaching. Quería potenciar su autonomía. ¿O no ha leído el éxito coaching Te dolerá, pero te gustará, cerda?

-No. Yo leel plemsa plocesista como un poseso. Y esto no se independentiza ni jaltos de galnacha. Usted tomalme el pelo. Es más plobable la independencia del Tibet. Yo hacel con usted viniendo aquí el negocio de honolable Pe-dlo y las cablas. ¿Sabe lo que me cuesta el alquilel? Con la mitad podlia sobolnal al Comite Centlal del PCCH y legalizal el honolable tanga, glan fondo de almalio implescindible.

-¿Alguna queja de mis servicios?

-Todas. Como asesol financielo es una mielda pinchada en honolable palo. Como coaching, un desastle. Desde que hace de coach de pensamiento positivo pala mi plantilla ya llevamos 8 huelgas. Y como flegaplatos, mile.

El Señor Chang abrió la puerta de la cocina. Sobre las encimeras y fregaderos se amontonaban los platos y la suciedad. Había tanta mugre que en la cocina los ratones campaban a sus anchas. Lo que me hizo volver a pensar en Quimetta. Había, en fin, tantos ratones y estaban tan descontrolados que habían organizado un 15M de roedores. Mientras el Señor Chang me daba la honorable -rayos, se me pega todo- vara, localicé al líder de los ratones -fue fácil; hablaba a los acampados de la necesidad de crear un partido-, y le levanté 20 euros para un sondeo.

Había, en fin, tantos ratones y estaban tan descontrolados que habían organizado un 15M de roedores. Mientras el Señor Chang me daba la honorable -rayos, se me pega todo- vara, localicé al líder de los ratones

-Bueno, de todo eso quería hablarle, Señor Chang. Necesito un despacho para mañana. Vendré con un pollo. Nos reunimos. Usted nos da la razón. Luego nos da pato laqueado y vino como para una boda, y lo descuenta de mi sueldo. Por cierto, ¿tendría 20 euros para un taxi?

¿Qué podía salir mal? Todo. El Señor Chang me expulsó del local con cajas, chinas, destempladas. Si bien -era un solete- accedió a soltarme los 20 pavos. Junto con los del ratón futuro eurodiputado sumaban cuarenta, y con los 20 de Pay-Pal que me había pelado en spritzs y marlboros en un momento en el que no les estaba explicando nada, cuarenta y pico. Seguía sin despacho. Pero teníamos cena.

Me fui al Mercadona. Por el camino paré en una Caixa, a ver si me había llegado lo del alquiler para mi despacho y me lo podía pulir. No sólo no había llegado, sino que al entrar sonaron las alarmas, y un agente judicial me dio una citación para que le devolviera a la entidad financiera los almanaques que le habían dado a mi madre en 1972, 73 y 74. En el Mercadona, un guardia jurado me recordó mi orden de alejamiento de la sección de animales vertebrados, por lo que tuve que realizar el grueso de mi compra en la sección Chernobyl Slow Food.

Llegué cargado de bolsas a mi casa. Por lo que les explicaré mi casa.

Al salir por piernas del piso que compartía con Quimetta me fui al de El Chapas, mi amigo de infancia y juventud barcelonesa. Estuvimos toda una tarde haciendo proyectos de futuro. La cosa pintaba bien. Hasta que nos pedimos a la vez 20 euros para un taxi. Supe en ese momento que debía irme inmediatamente. Por mediación del amigo de un amigo conseguí el teléfono de Núria.

Núria era una funcionaria del Ajuntament de Barcelona que había sido mano derecha de Pasqual Maragall. En la última etapa de Maragall había asistido a multitud de cenas-homenaje junto a él, organizadas por el PSC. Tras su jubilación había asistido a multitud de degradaciones salariales, organizadas también por el PSC. Vivía en un pisazo del Eixample, venido a menos, como todos nosotros. Nosotros, sus inquilinos y compañeros de piso, éramos tres y medio. Esparraguera, un cantante de ópera en el paro -no pierdan detalle de él, que será básico en esta historia-; Pepé, un francés sin oficio al que le gustaba más el vino que a un tonto una tiza; el menda y, he aquí el "y medio", mi hijo Giovanni. Salvo Giovanni, que pertenecía a otro tiempo-espacio, el resto éramos una suerte de The Misfits, de Arthur Miller. Personas que no habían quedado encerradas en Reno, sino abandonados a su suerte en Barcelona. Por eso compartíamos la suerte y, en el caso concreto de hoy, lo que había pillado en Mercadona.

Cuando llegué a Ca la Núria, sólo estaba Pepé, frente a una copa de morapio.

-¿Cómo ha ido el día, Pepé?

-Mucho perfecto para mí.

-Hoy voy a hacer de cena... -miré la bandeja que había comprado- esferas de animal muerto. ¿Te va?

-Mucho perfecto para mí.

En efecto. Pepé hablaba francés. Su castellano, precario, era casi nulo. Hacía un par de días que había descubierto que eso que se habla en Barcelona, además del castellano, no era italiano. No sabíamos nada de él. Lo único que yo sabía es que miraba la copa de vino como yo miraba a los ratones. Mirando hacia dentro, con media sonrisa y melancolía. A ese hombre, en fin, también le habían roto el pecho. Quizás más aún, y con herramientas más feroces. ¿De qué diablos trabajaría? Me temo que, como yo, también sería coaching. Es decir, nada.

Pepé hablaba francés. Su castellano, precario, era casi nulo. Hacía un par de días que había descubierto que eso que se habla en Barcelona, además del castellano, no era italiano

Cuando empecé a poner la mesa, Pepé, taja y tambaleante, se levantó.

-Cena mucho perfecto para mi. Mais je marche.

Haciendo eses, se llegó hasta la puerta justo en el momento en que llegaba Núria.

-¿Ya vuelve a estar borrachuzo? -dijo, aludiendo a Pepé-. Mejor que se vaya. Hoy no me entra. Hummmm. Tendré que hablar con él. Pero tampoco me entra esa.

Núria siempre utilizaba el verbo entrar para todo. Era divertida y estaba majara. Es decir, poseía una lógica y una velocidad propias. Tenía un perfil como de estatua románica. También le habían hecho algo. Solo al final de esta historia supe qué.

-¿Te entra un cigarrillo?

-Me entra.

-¿Te entra una cerveza de la marca blanca Chernobyl Slow Food?

-Me entra.

Estuvimos hablando, frente a la mesa ya dispuesta, de lo que nos había entrado y lo que no nos había entrado a lo largo del día, hasta que entró Giovanni. Luego cenamos, que hoy no venía Esparraguera, que tenía una especie de bolo. Núria y Giovanni se pasaron la cena partiéndose el pecho. A mitad de la cena llamaron a la puerta.

-¿Puedes abrir? A mi no me entra.

Fui a abrir. Era Mòquina. Mòquina era otra misfit. Era una actriz en paro, muy amiga de Núria. Además, por el mismo precio, era altísima. Me sacaba dos palmos. Su singularidad consistía en ser poseedora de una belleza atroz e incomprensible. Un día la vi por la calle sin ser visto. Avanzaba y su belleza hacía llorar a los bebés con los que se cruzaba. Para paliar todo ese tumulto constante a su alrededor, Mòquina no se cuidaba. No se maquillaba, no se peinaba. Vestía mal. Hoy, por ejemplo, venía vestida de ensambladora de bombarderos en la IIWW. Al verla en el quicio de la puerta, el bebé que llevo dentro quiso llorar.

-¿Está Núria?

-Claro. Pasa.

Mòquina dudó. Puso esa cara de susto que ponía de vez en cuando.

-No. Da igual. Mañana tengo casting.

Se fue.

-¿Quién era?

-Mòquina. Se ha pirado.

-Una pena. Me entraba Mòquina.

-Cuando veo a Mòquina me da ganas de llorar -dijo Giovanni, un niño, es decir, alguien cercano a un bebé-.

Después de la cena nos fuimos a dormir. Yo dormía con Giovanni. Antes de dormir estuvimos leyendo. Él, un libro sobre la unificación alemana. Leía tanto y hablaba tantas lenguas que en cualquier momento podría caer en manos del francotirador del Ministerio de Educación, tal y como fija la ley Wert.

-¿Qué tal el libro?

-Mola. El primer nacionalismo alemán fue lingüístico y vertebrado por Lutero.

-Giovanni, tendrías que hacer cosas de los niños de tu edad.

-Yo soy un niño con mi edad.

-Me refiero a chutarle a una pelota.

-Un día chuté a una pelota.

-Déjalo. ¿Cómo va todo?

-Bien. ¿Tenemos nocilla para el desayuno?

-No me ha llegado. Pero tenemos leche, cacao, avellanas y azúcar. Algo haré.

-¿Crees que conseguirás el dinero para el viaje a California? El bar mitzvah del primo Elvis es la semana que viene. Nunca he estado en ninguno. ¿Son divertidos?

-Depende. Mi bar mitzvah fue el peor bar que recuerdo.

-¿Fue tu padre? ¿Tu padre es judío o marciano?

-Las dos cosas. Ya te lo he explicado.

En eso sonó el teléfono. Un wasap de un teléfono desconocido. Era el pollo con el que tenía que verme mañana. Me pedía la dirección de mi despacho.

-Giovanni, ¿se te ocurre algo que pueda utilizar como despacho mañana?

-No. Pero a veces lo que buscas está más cerca de lo que parece.

Esa chorrada de sentencia de Paulo Coelho, indigna de Giovanni, hizo que mi frente se quebrara como un cristal. Respondí al wasap fijando hora y lugar. Luego apagamos la luz y dormimos abrazados. Como duermen las personas durante un bombardeo.

En la madrugada escuché un ruido. Era Pepé, que volvía más cocido que un piojo. Por los ruidos me lo imaginé en la cocina, sentado frente a una copa de vino, viendo ratones que no existían. Le escuché sollozar discretamente. Supe que dentro suyo se estaba produciendo otro bombardeo. La única buena noticia del día es que tenía despacho para mañana. ¿Con quién diablos me reuniría? ¿Qué quería explicarme?

-Sol... Grifos... Ratones.

Eso lo había dicho Giovanni, entre sueños. El mamón, en vez de chutarle a una pelota, había estado leyendo a Vian.

 

Capítulo IV. Dónde se lía parda

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García, que vive en piso compartido, ha pillado despacho. El aún no lo sabe, pero ojalá que no lo hubiera pillado.

A la mañana siguiente fui el primero en levantarme. Más relajado -tenía, recuerden, despacho-, empecé a preparar el desayuno de Giovanni. El máximo estrés de mi vida cotidiana, en los últimos meses, consistía, precisamente, en conseguir alimentos para mi hijo. En ocasiones la cosa estuvo tan al límite, y mi desánimo al respecto fue tan profundo, que medité seriamente inscribirle en Master Chef Junior, donde nunca le faltarían tres ingestas diarias. Posiblemente tan imaginativas como la que me disponía a preparar en ese momento. Cogí el túrmix y mezclé sabiamente leche, cacao, avellanas y azúcar hasta conseguir una textura que, sorprendentemente, tenía el mismísimo aspecto, sabor y consistencia que, para qué nos vamos a engañar, un truño. Hice un experimento. Unté una tostada y se la di a Pepé, que por lo visto no había dormido contemplando los ratones de su copa de vino, de manera que había estado de cuerpo presente en la cocina mientras yo reinventaba la nocilla.

-¿Está bueno, Pepé?

Pepé me sonrió, como siempre que le preguntaba algo. Probó el mejunje. Al pasar por su paladar la nocilla apócrifa, moduló la típica expresión de dispárenme-coma-quiero-dejar-de-sufrir. Cuando la logró sofocar dijo:

-Mucho perfecto para mí.

Acto seguido abrió su bolsa, y de ella extrajo un pote de Nocilla trade-mark.

-Soit dit en passant, j'ai acheté ce petit cadeau pour votre enfant.

Me quedé de pasta de boniato. Era la primera vez, desde que llegué a Ca la Núria, hace tres meses, que Pepé decía algo más que mucho-perfecto-para-mí. Aproveché el filón.

-Soit dit en passant aussi, j'ai oublié à obtenir de l'argent dans le boureu de la Banque d'Anglaterre. Ne vous avez pas 20 euros pour un taxi?

Pepé sacó del bolsillo de su americana lo que los poetas metafísicos norteamericanos conocemos como un Rollo de Chicago. Es decir, esa seña de identidad de corredores de apuestas y camellos de meta-anfetamina consistente en un cilindro formado por la agrupación de 10.000 dólares entrelazados. En este caso, euros. Me arreó los 20 euros.

-Bien sûr, mon cher ami.

Era la primera vez en años que esas paredes veían una cantidad superior a 20 euros, por lo que en las paredes aparecieron, durante unos segundos, las caras de Bélmez. Hacían chiribitas. Una de ellas dijo:

-Anda que no.

Como pude, no dije lo que quería -je me'n merde sur les châteaux de la Loire-, sino lo que debía -oh, vous êtes très gentil. Merci-. Y salí pitando con mis 20 pepinos, más contento que un niño con 20 euros nuevos. En el pasillo me encontré con Núria.

-¿Piras?

-Piro. ¿Vas a trabajar?

-No me entra. Me quedo. Hablaré con Pepé. No me entra tampoco, pero alguien tiene que hablar con él antes de que se beba la Rioja.

Ya en la puerta, mientras salía, vi a Núria entrar en la cocina. Llevaba puesta esa cara de tenemos-que-hablar que tanto nos jode a los hombres. A su vez, Pepé ponía esa cara cabizbaja de oh-no-ella-quiere-hablar, que tanto jode a las mujeres. Salí a la calle. Pillé, en una terraza aledaña, cortadete, vichí, marlboros y un calippo. Leí la prensa. Y, en ella, mi articulazo del día. Tesis: ayer el Procés había avanzado dos casillas. Medité que, si me pagaran por casillas, sería millonario. Luego me fui a mi despacho.

Llevaba puesta esa cara de tenemos-que-hablar que tanto nos jode a los hombres. A su vez, Pepé ponía esa cara cabizbaja de oh-no-ella-quiere-hablar, que tanto jode a las mujeres

Mi despacho estaba a escasos cinco metros de mi portería. Y, en efecto, estaba tan cerca de mí que no lo había visto. Se trataba de un club de cannabis, Luxurious, sito en mi mismo inmueble. Además, era socio. Me había hecho socio un día que quedé allí para hacerle una entrevista al Obispo. El Obispo, para nuestro encuentro, me propuso tres locales discretos y con luz tenue, pero el único que aún no entraba de cuatro patas en el campo semántico Código Penal, ni conllevaba penas de 20 años, era este. Por lo que lo escogí. Además, hacerse socio solo costaba 10 pepinos. Recuerdo que era un sitio amplio, limpio, con música chill out bajita, gestionado por unas asociadas que iba vestidas de chicas Bond. No había alcohol, por lo que no me podría meter, entre pecho y espalda, mi splitz de las 12 am. Pero los cafés iban a euro. ¿Qué más podía pedir?

En recepción expliqué mi caso. En breve vendría un señor, señora o señorita con el que había quedado, así que agradecí que me comunicaran su llegada, a fin de que pudiera inscribirle como socio y hablar, en mesa a parte, sobre el sentido de la vida. La chica Bond de recepción me contestó con mi palabra favorita: Ajá.

Dispuse mi mesa de trabajo. Controlaba visualmente la portería, la sala y la escalera de acceso a la sala inferior. Estaba francamente aliviado. La crisis del despacho había finalizado. Hoy vendría alguien del diario a darme la brasa con las urnas, con el referéndum, o con cualquier chorrada. Le diría mi palabra favorita y a otra cosa, mariposa. Si esto fuera una novela de agosto, hubiera sido, en fin, una novela corta, que finalizaría hoy mismo. No sabía que, en breve, mi vida daría un vuelco, y que, lejos de lo previsto, me pasaría tantas horas en este club de cannabis que las chicas Bond que lo gestionaban me acabarían dando, por aclamación, el Premio Amy Winehouse a la Constancia.

Hoy vendría alguien del diario a darme la brasa con las urnas, con el referéndum, o con cualquier chorrada. Le diría mi palabra favorita y a otra cosa, mariposa

Ajeno a mi futuro inmediato, abrí mi ordenador, dispuse mi marlboro a la vera y, para matar el rato, empecé a escribir el artículo de mañana, firmemente decidido a hacer avanzar al Procés no tres, ni cuatro, sino cinco casillas. A mitad del artículo se me coló Puigdecabanes y uno de sus oscuros planes que sólo a mi me comunicaba. En esta ocasión, la creación, en una comarca de los Pirineos, de los Navy Seals catalanes, a quienes en breve el TC declararía, todo apuntaba a ello, inconstitucionales. Finalicé con un "Como el lector podrá comprobar tras esta lectura, desde ayer el desafío catalán ha avanzado siete casillas". Es decir, dos casillas más de las previstas inicialmente. Estaba sembrado. En eso, escuché un murmullo en recepción que me hizo salir del trance.

En efecto, había cierto alboroto en la entrada. Alguien, rodeado de chicas Bond, estaba increpando a la chicas Bond. Y lo peor de todo es que su vozarrón me sonaba. Lo dejé todo y me acerqué hasta el grupo. En medio de él estaba, en efecto, el Capitán Estadella, leyenda viva del periodismo constitucionalista español.

Lo dejé todo y me acerqué hasta el grupo. En medio de él estaba, en efecto, el Capitán Estadella, leyenda viva del periodismo constitucionalista español

-Hombre, García. Con usted quería hablar.

-¿Es usted el enviado del diario? ¿De qué quiere hablar?

-De Dios y de las urnas.

Sin mediar palabra, cogí a Estadella del brazo y me lo llevé al chiringuito de admisión de nuevos socios, y le expliqué que tenía que apoquinar.

-¿Y por qué tengo que pagar?

-Es la tasa de acceso por visita. Esto, debe saberlo, es un centro de coworking I+D. ¿Ve aquel grupo con rastas alrededor de un portátil?

-Lo veo.

-Están refundando Google. Se llamará Lejía Conejo.

-Me parece muy bien. Pero los 500 euros que me pide por mi pase me parecen también excesivos.

Cinco minutos después Estadella cedió. Estaba en forma. No lo sabía aún, pero menos de lo que necesitaba.

 

CAPÍTULO V. En el Club

RESUMEN DE LO PUBLICADO: La persona que el diario ha enviado a pasarle un soplo a García sobre las urnas para un referéndum unilateral no es otro que el Capitán Estadella, conspicuo periodista constitucionalista.

Ya en la mesa, un Capitán Estadella muy afable empezó una conversación de besugos.

-Sé que en el pasado hemos tenido nuestros más y nuestros menos pero, francamente, me alegra volver a verle --Estadella no me veía, sino que no dejaba de mirar, con ojos de majara, a un grupo de chicas con microshorts que estaban mirando las pantallas de sus respectivos ordenadores mientras le daban a sendas pipas--. Disculpe, ¿coworking dice que se llama?

Como hombre de mundo que era, cambié de tema.

-¿Y qué le trae por aquí, Estadella, currando en agosto? Le hacía puliéndose en Jamaica el importe del Premio Onésimo Redondo de Periodismo con Valores Constitucionales.

-Rayos, ¿ya se ha fallado? -Estadella se llevó la mano al móvil.

-Estadella, ¿por qué le manda el diario? -Atajé- ¿Qué quiere decirme que no me pudiera soplar por teléfono?

Estadella tomó un buchito de café.

-No me manda el diario, joven.

En lo que pretendía ser un gesto hacia la creación de intriga, Estadella tomó otro buchito de café. Y otro. Y otro. Y otro café. Y un cortado. Y un americano doble. Y sólo cuando se supo dueño de su suspense, agregó:

-Me envía el CNI. Por cierto, ¿este local no huele raro?

-Es el ambientador Johnson & Johnson, que se han pasado con el cloro. ¿Qué diablos quiere el CNI de mi?

-Hace tiempo que no nos vemos, hablemos antes, hombre. Póngame al día. ¿Cómo le va la vida? ¿La familia, bien?

-De coña. Ahora somos cuatro y medio en un piso.

-Siempre supe que usted era un semental. ¿El trabajo bien?

Estadella fue preguntando estupideces de esa guisa hasta que, como quién no quiere la cosa, dejó ir una pregunta extraña.

-¿Y Dios? ¿Sabe algo de Dios?

-Nada, como todo el mundo. ¿Al CNI le interesa mi punto de vista sobre Dios?

-El CNI es una institución de su tiempo, abierta y moderna. Como Letizia. Pero no, no le importa mucho. Lo que le interesa es que Dios haya anunciado una visita a España y que no haya venido.

-Hablen con el Dalai Lama.

-Ya lo hemos hecho. Hablaba tibetano, esa lengua con ganchitos, y fue un lío. Un Guardia Civil que vino con nosotros a la India nos pidió que se lo dejáramos a solas un par de días, y que acabaría hablando castellano de Valladolid. Pero hablemos de usted. ¿No le parece raro que Dios no cumpla su palabra? A nosotros, sí.

Iba a hacer un chiste con Primo Levi, pero recordé con quién estaba hablando y el refrán que acaba con la alocución echar flores a los cerdos

-Nos estamos planteando la posibilidad de que Dios, en efecto, ya haya venido. Y que, de alguna manera, por su natural bondad, por intoxicación informativa, o por malas compañías, esté apoyando la causa catalana.

-No me joda, Estadella.

-No le jodo. Recuerde el Misterio de Ulldecona. ¿Qué dijo la Virgen a aquel rojo separatista?

-No es un rojo separatista. El pollo está por la liberación del suelo hasta el núcleo terráqueo, y tiene 234 causas por evasión de todo lo que ha mangado en su trayectoria política, que inició con su Primera Comunión. Y sí, la Virgen pidió que le dieran a los españoles un gec d'hòsties. Pero otra virgen anterior, recuerde, pidió a un ministro que le diera a los catalanes por el culo con una...

-Sí, sí. Lo recuerdo. Pero Dios, en su sabiduría, nunca se contradice. ¿Qué mensaje de los facilitados por la Virgen prima entonces? ¿El primero, cuando pidió a Kichi la venezolización de Cádiz?, ¿el segundo, cuando apostó por el orden y la armonía constitucionales?, ¿el tercero, cuando la Virgen emitió un misterio por el que, a presión y temperatura normales, debería haber sido inhabilitada por el TC? Imagínese que prima el tercero. Imagínese, por tanto, que Dios estuviera secuestrado por una organización separatista.

 Imagínese, por tanto, que Dios estuviera secuestrado por una organización separatista

El CNI está como una chota, pensé.

-¿Y qué pinto yo en todo esto?

-Nada. Lo que le he dicho son líneas de investigación. Tenemos otras miles. Ya nos conoce.

Pero lo que dijo a continuación Estadella me golpeó con tanta fuerza el pecho que me atraganté y escupí el último sorbo de café. Tal vez, incluso, el primero.

-Pero tanto si lo que le he dicho es cierto al final como si no, hay una cosa clara. Detrás de todo esto sólo puede haber una persona, Puigdecabanes.

Cuando me recompuse, tomé la palabra con toda la flema de la que fui capaz.

-¿Q-q-q-qué sabe de Puigdecabanes?

-Sabemos todo lo que ha explicado en sus artículos de investigación. Por los que, por cierto, le felicito. Es usted un periodista de raza. Pero también tenemos otros datos propios, facilitados por nuestro agente en New York, a riesgo de su propia vida.

-La hostia -dije. No me lo puedo creer.

-Sabemos que lo de la mansión submarina es una trola. O, como decimos los periodistas, una nota de color. Pero también sabemos que todo lo demás es cierto. Nuestro agente nos lo ha confirmado. También que Puigdecabanes ha adquirido las urnas para un referéndum unilateral.

-¿Dónde? ¿En Walapop?

-No, en Corea del Norte. Han tardado un huevo en hacerlas porque los norcoreanos no sabían qué coño era un urna. Pero ya las han fabricado. Es más, fueron traídas, sin montar, a las costas catalanas en un submarino de Puigdecabanes. Ahora están almacenadas, a buen recaudo, en algún punto de la españolísima Cataluña.

A esa altura de la conversación ya tenía la cabeza hundida entre mis manos. Desde ahí abajo, Estadella escuchó mi voz:

-¿Cómo dice que se llama su agente en New York?

-No se lo he dicho. Pero se llama Martínez.

Me hice una composición de lugar. El tal Martínez debía de ser otro periodista lampante. Compartía piso con cuatro seres. Quizás cuatro y medio. Trabajaría de coach, vería ratones en las esquinas, y le había echado huevos y, desde algún piso de Vallecas, estaba haciendo informes al CNI para ganarse cuatro duros. Me cagué en Martínez, pero no tanto como me estaba cagando en García.

-¿Y qué pinto yo en todo esto?

-Esto es lo mejor. Martínez nos ha informado de que, desde el 1 de Agosto, Puigdecabanes está en Cataluña, de incógnito. Se pondrá en contacto con usted, fijo. Al fin y al cabo, usted es la única persona con la que habla. Cuando eso suceda, nos lo dice. Y se saca una pasta.

"Se saca una pasta" fue lo único que consiguió que recuperara la espalda erguida. Aún así, decidí ser cauto. Con el CNI, si uno es pobre, no se hacen nunca buenos negocios.

-Igual Puigdecabanes pasa de mi. El tío es listo. No querrá exponerse.

-Lo dudo. Pero si eso es así, tranquilo, que tenemos plan B. Mire esta foto.

Estadella me dio una fotografía. No me lo podía creer. Era el señor Chang.

-¿Q-q-q-quién es este pollo?

-Buen intento, pero no se haga el sueco. Es Míster Chang, el principal esbirro de Puigdecabanes. Usted mismo le dedicó 30 artículos. Por cierto, las alas de su sombrero cortante no son de titanio sino, como nos explicó Martínez, de acero. De Vizcaya. Míster Chang hace meses que está instalado en Barcelona. Tiene un restaurant. Pero es una tapadera. Por lo visto, cría ratones. Valoramos la posibilidad de que esté trabajando en algún tipo de arma biológica.

Empezaba a odiar a Martínez.

-El plan es sencillo. Usted se deja querer por Puigdecabanes y, si le llama, nos lo dice. Si no le llama, pues indague en lo de Míster Chang. Acabe con lo de las urnas. Y, si en el periplo, se entera de algo de Dios que confirme nuestras sospechas, nos lo dice.

Lo que dijo a continuación Estadella fue, empero, aún más sorprendente. Tanto como su voz, que se tornó pastosa y taciturna:

-Pero hablemos de sus ojos. Me está taladrando los míos con los rayos de su mirada, provocando en mi cerebro la sensación de mundos conectados entre sí. Y sus labios, mírelos. Venga, bésame, ladrón.

Justo en ese momento, unos individuos con traje negro y gafas negras estaban enseñando sus placas a la chica Bond de recepción. Posteriormente, se me acercaron

Llevábamos tanto tiempo en el club de cannabis que, en efecto, a Estadella le había subido el flow. Afortunadamente, en ese preciso instante se quedó ceporro como un bebé.

Frente a un Estadella dormido estuve pensando en mis nuevos y muchos problemas. Que no tardarían en acrecentarse. Justo en ese momento, unos individuos con traje negro y gafas negras estaban enseñando sus placas a la chica Bond de recepción. Posteriormente, se me acercaron. Si no fuera porque acababa de hablar con el CNI, diría que eran el CNI. Uno de ellos abrió la boca de la cara. DIjo, en perfecto catalán, una palabra:

-¿García?

A lo que luego agregó:

-Somos de la BURRA.

-¿Lo qué?

-El Buró Unificat de Recerques Autònomiques. El CNI catalán, vamos. ¿Podemos hablar?

 

CAPÍTULO VI. O 'summa theologica' 

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García se entrevista en su despacho -un club de cannabis- con Estadella, que no ha venido en modo periodista, sino en modo CNI. Cuando, por los efluvios del canabis, Estadella se queda ceporro, se acercan hasta García dos miembros de la BURRA.

La cosa estaba así. Yo, sentado en la mesa de mi despacho, al lado de un Capitán Estadella, periodista y miembro del CNI -esa generación de mamones no sólo llevaba 40 años ganando pasta gansa escribiendo el mismo artículo sino que, además, el que no estaba en el Cervantes, estaba en el CNI o tenía un estanco-, completamente ceporro. Frente a mi, había un mosso y una mossa vestidos de negro.

El mosso se quitó las gafas ahumadas. Miró de arriba a abajo a Estadella y dijo:

-Mira al crack del CNI, durmiendo la mona a media mañana. Está claro que no seremos un país normal hasta que tengamos Estado propio.

-Curioso nombre, la BURRA -dije yo, para romper el hielo.

-Comenzamos llamándonos CIIC, o Centre D'Intel·ligència i Contra-intel·ligència Catalana. Era un nombre sexy. Pero cada dos días el TC nos declara inconstitucionales, por lo que tenemos que cambiar de nombre constantemente. En medio año llevamos 800 nombres. Mañana, a las 12 am, de hecho, nos llamaremos Viuda de Solano. ¿Qué le parece?

-Muy dulce.

-A mí empalagoso. Entre lo sexy y lo empalagoso, prefiero lo sexy. Hola, García. Le presento al agente Borinot. A mí puede llamarme Meritxell.

Como punto y aparte, la agente Meritxell se sacó las gafas de sol, regalando al mundo dos pupilas XXL del color de las avellanas. Siempre y cuando, claro, no se te ocurra pasar las avellanas por el túrmix con leche, cacao y azúcar. De manera sincronizada, también cruzó las piernas. Unas piernas que, la sensación era esa, le empezaban en el cuello, y acababan 100 metros antes que su tacones. Meritxell, esa mujer, tenía tantas curvas que los ingenieros de Abertis no tardarían mucho en ofrecer a la Generalitat una propuesta millonaria para hacerle una variante. En mi barrio, si hubiera habido una chica así, hubiéramos llegado a la Guerra Civil un año antes, en las navidades de 1935, y antes de abrir los regalos. Rayos. No podía parar. Era evidente que, snif, llevaba mucho tiempo solo. Descubría, con asombro, que podría pasarme 48h creando imágenes sobre Meritxell, ese dibujo animado, pero en eso escuché un golpetazo que me sacó de mis abstracciones. Era mi mandíbula inferior, que había chocado contra el suelo. Debía recuperar la compostura.

Meritxell, esa mujer, tenía tantas curvas que los ingenieros de Abertis no tardarían mucho en ofrecer a la Generalitat una propuesta millonaria para hacerle una variante

-¿Y qué quieren de mí? -Improvisé, mientras recogía mi mandíbula y me la volvía a encajar.

-Hablar de Dios.

-Tranquilo -dijo Borinot-. Será desde la theologia naturalis, sin aproximación alguna a la theologia supernaturalis.

Se notaba, en fin, que el cuerpo de Mossos era el cuerpo de policía mundial, posiblemente tras Irán o el Vaticano, con mas licenciados en teología (no es coña, N del A).

-Benedictus qui venit in nomine Domini -dije, a ver si picaban. Empezábamos a intercambiar latinajos, la cosa se desparrama y esto acaba, tan amigos, intercambiando teléfonos de confesores.

-Deus nobiscum, quis contra? -Borinot picó.

-Yo no estudié teología, sino ingeniería de telecomunicaciones -dijo Meritxell-. No soy una creyente meapilas como Borinot -Se giró hacia Borinot-, es un decir, Borinot.

-Tranqui, Meritxell.

-Y, por todo ello -Meritxell prosiguió- mi latín se reduce a frases triviales como esta...

Antes de pronunciarla, Meritxell sacó de su liga una pistola, con la que, discretamente, me apunto a la entrepierna.

-Ad praesens ova cras pullis suit meliora. Traduzca, García.

-Un aforismo clásico, si bien ocurrente. Vamos, que los huevos de hoy siempre son mejores que los pollos del mañana.

-¿Y quiere conservarlos, García?

-Sí y, si puede ser, no en tarro.

-¿Qué sabe de Dios, García?

-Conozco la canción, pero si me tararea, igual recuerdo la letra.

Meritxell volvió a guardar la pipa en su liga. Por cierto, era una La Perla Special 9 mm extrasilk Parabellum. La liga, que de pistolas no entiendo un pijo.

-Arriba están nerviosos. Creen que el referéndum del 1 de Octubre sólo es viable si contamos con alguna acción directa de Dios. O de Puigdecabanes. Usted conoce a Puigdecabanes, por lo que igual sabe algo de Dios.

Arriba están nerviosos. Creen que el referéndum del 1 de Octubre sólo es viable si contamos con alguna acción directa de Dios

Definitivamente, el día que empecé a escribir sobre Puigdecabanes hubiera sido más rentable que me hubiera caído encima un piano.

-¿Que saben de Puigecabanes? -Tercié

-Lo que ha vertebrado usted en su obra completa. Y lo que nos ha dicho nuestro agente de inteligencia en New York.

-No me lo diga. ¿Se llama Martínez?

-Veo que tiene contactos al más alto nivel -dijo Borinot. ¿Para qué agencia trabaja?

Por mi gusto, trabajaría para la NASA y estaría, ahora mismo, en Marte. No dije eso. Ni maldecí al tal Martínez, que con lo que se sacaba del coaching, del CNI y de la BURRA, ahora lo tenía claro, tenía que atar los perros con longaniza. En su lugar hice un quiebro:

-¿Y qué tiene que ver Dios con Puigdecabanes?

-Ambos son dos piezas claves de Processisme -dijo Borinot-. Y, sobre todo, ambos han sido relacionados por el CNI, como ya sabrá.

-Sabemos que Puigdecabanes tenía contacto directo con Puigdemont y Junqueras hasta hace unas semanas -Esta es Meritxell que, además, habla arrastrando la voz-, momento en el que se interrumpió su fluida comunicación. Lo que es preocupante, pues Puigdecabanes era la persona clave para obtener el censo del referéndum.

No le echaban cuento ni nada, Puigdemont y Junqueras.

-Hemos interceptado las comunicaciones de CNI, por lo que sabemos que Puigdecabanes está en Barcelona -Borinot dixit.

-El CNI, por cierto, da también por hecho que Dios también está en Barcelona. Quizás ambas dos presencias no son casuales y responden a un plan.

-De la Divina Providencia -ole por Borinot.

-¿Y qué quieren que haga?

-Si descartamos a Puigdemont y a Junqueras, sólo usted ha hablado con Puigdecabanes. Y será difícil que, estando nuestras comunicaciones tan intervenidas como lo están, Puigdecabanes intente ponerse en contacto con el President y el Vicepresident. Colegimos, por tanto, que lo hará con usted.

-Llámenos cuando eso pase. Simplemente, queremos contactar con Puigdecabanes.

-El CNI, aquí de cuerpo presente, me ha ofrecido un encargo parecido por un mazo de pasta. ¿Qué me ofrecen ustedes a cambio?

-La Generalitat está intervenida, no tenemos un duro. Le ofrecemos la posibilidad de participar activamente en un momento histórico -dijo Borinot.

-Y también, y sobre todo, le ofrecemos elegir si prefiere los huevos de hoy, o los pollos del mañana.

-El mañana está sobrevalorado -respondí.

-Bien, eso es todo.

Los de la BURRA se levantaron. Borinot miró a Estadella.

-No olvide cambiarle los pañales cada ocho horas.

Los de la BURRA ya salían cuando Meritxell se volvió hasta mí. Se sacó una tarjeta de visita de la liga -esa mujer lo guardaba todo en la liga; su liga era, tras la Liga BBVA, la más potente de Europa-. Me la puso en la boca.

-Y ten, García. Llama cuando tengas buenas noticias para la nena.

Meritxell acercó, peligrosamente, su rostro al mío.

-Por cierto, me ha alegrado no haberte trinchado las pelotas. Algún día igual las necesito.

Con la tarjeta en la boca logré articular una frase:

-La Mare de Déu.

Pero ya Meritxell no me oía. Se retiraba hacia la salida moviendo a cada paso su final de la espalda de una manera incompresible. En el desorden de mi mente aun llegué a pensar algo razonable mientras la contemplaba. Esto: si le pegabas con cinta americana un tetrabric de leche a ese final de la espalda a primera hora de la mañana, al atardecer seguro que tenías un kilo de mantequilla.

Seguí extasiado unos instantes, mirando en la dirección de Meritxell, aún sin Meritxell, hasta que noté una presencia a mi lado. Me giré. A mi lado estaba, sentado, un hombre de la edad de Estadella. Vestía venido a más, con marcas, pero sin combinar los colores, que tendían a una tonalidad diferente del pardo en cada prenda. En su muñeca blandía un peluco de chorrocientos mil euros. No cabía duda. Era un poli venido a más.

-Si aún no ha perdido la cabeza del todo por esa mossa, querría disponer de ella unos segundos.

-¿Quién es usted?

-Me llamo X. Y pertenezco a la Brigada Catalana.

-Rayos, los hombres de Villarejo.

-En efecto. Los hombres de Villarejo.

 

Capítulo VII. La trama gana consistencia teológica gracias a la policía nacional 

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García sigue en su despacho, un club de cánabis. Allí, Estadella, del CNI, le ha solicitado sus servios para pillar a Puigecabanes y, tal vez, a Dios. La BURRA, o agencia de inteligencia catalana, parece, a su vez, más interesada en Puigeabanes. Ahora le toca el turno a la Brigada Catalana, la policía I+D del Gobierno PP.

La situación, ahora, era esta. Estadella seguía KO y, a mi lado, ahora estaba X, de la Brigada Catalana.

-Le diría que se sentara, pero veo que usted nació sentado. Me imagino que querrá hablar también de Dios, ¿no?

-Error. Quiero hablarle de Siddharta.

-¿Siddharta?

-Sí, Siddharta Gautama, Buda Gautama, Sakiamuni o, símplemente, el Buda. Esta historia empieza años después de la iluminación de Siddharta y su paso a la Premier Buda. Transcurre al pie del Himalaya, y se inicia cuando Siddharta va caminando con el yogui Rajiv Majara por un núcleo urbano. De pronto, se les acerca un parroquiano, y le pregunta a Buda si existe Dios. ¿Sabe lo que le contesta Buda?

-No.

-En efecto Le contesta no. Al poco viene otro pringui. Le pregunta lo mismo y, ¿sabe lo que le contesta Buda?

-No.

-Error. Le dice que sí. Pero no hay dos sin tres. Otro se le acerca y le formula la pregunta del día. ¿Sabe lo que le contesta Buda en esta ocasión?

-No lo sé.

-Correcto otra vez. Ha sacado dos de tres, no está mal. Nadie sabe, en fin, lo que le contesta. Simplemente le dice que medite con él. Lo hace y, al cabo de una hora, el parroquiano se levanta, le da las gracias por la respuesta y se va, más contento que un chinche. ¿Entiende el sentido de esta historia?

-No.

-Lo mismo le pasó al yogui Rajiv Majara, que le preguntó al Buda, oye Buda, machote, porqué, cuando te han preguntado por Dios, has contestado a uno que no no existe, al otro que sí que existe y al tercero no le has contestado nada. Y Buda, a su vez, le contestó: mira, Majara, el primero era un creyente y el segundo era un ateo. Me limité a negarles sus creencias. El tercero no creía, dudaba, por lo que le invité a hallar la respuesta. ¿Qué le parece esta historia?

-Tediosa, pero profunda.

-Pues a mí me parece una mierda pinchada en un palo. La vi en el Discovery Channel, un día que se changó la wifi y no podía acceder al porno. Le he explicado esta historia para presentarme. Hola. Yo soy el cuarto parroquiano. No le hubiera preguntado nada a Buda. Tal vez, tan solo, le hubiera pedido la documentación, para aplicarle posteriormente la Ley de Extranjería. Carezco, entre otras sensibilidades, de sensibilidad espiritual. Vamos, que si existe Dios o no, me la suda.

-Entonces, ¿de qué quiere hablar? ¿De Puigdecabanes?

-Me va a obligar a repetirle la parábola de Siddharta. Que se la resumo. No creo en lo que no esta claro que exista. Imagínese entonces en Puigdecabanes, ese delirio personal suyo, que sólo vive en su cabeza.

Llegados a ese punto, me alivió saber que Martínez, esa máquina de fastidiarme la vida, no había podido facturar nada, al menos, a la Brigada Catalana.

-Entonces, ¿qué quiere de mi?

-Su desesperación.

-Mi desesperación es un producto que ofrezco, gratuitamente, a todo el mundo.

-Pero a mi más, y de forma aún más gratuita. Verá, le tengo cogido por los huevos.

-Que son los pollos del mañana.

-¿Perdon?

-Nada. Cosas mías. Vaya a lo suyo.

-Pues iré, si me permite, al turrón. Sé que sus ingresos son precarios. El grueso de ellos viene de un número indeterminado de sablazos indiscriminados de 20 euros, pequeñas cantidades no penalizadas y, por ello, exentas de delito . Lo que factura en artículos, es pura calderilla y, si le parece, lo despreciaremos. Su segunda fuente de ingresos real es el importe del alquiler de su despacho, que no existe, que su diario le paga religiosamente cada mes, y que usted se pule en gastos varios.

-Varios no. Ya me gustaría. Me lo pulo en el Mercadona. Y porque la morgue no tiene punto de venta a pie de calle.

-¿Y qué diría su diario, el pagano de su falso alquiler, si descubriera que, desde hace cerca de un año, no ha parado de mentirles como un vellaco con material informativo falso?

-Me propondrían al César Ruano de periodismo.

-Es una posibilidad. Pero es más posible que le echaran a la calle y que le reclamaran, en tanto que deuda atrasada y no satisfecha, el importe total de lo invertido en el alquiler de su despacho.

Para qué les voy a engañar. El señor X me tenía cogido no solo por los huevos, sino por los pollos del mañana.

-¿Qué quiere de mi?

-Lo primero que quería era motivarle.

-Lo ha hecho, por un tubo.

-Y lo segundo es lo siguiente. Quiero las urnas.

-¿Las urnas del referéndum? ¿Las tienen ya? ¿Dónde están?

-Eso es lo que, debidamente motivado, como lo está, debe de contestarme. Dispone de importantes contactos. El CNI, la BURRA, y los que irán surgiendo de su desesperación. Quiero saber si las urnas, como todo apunta ya, existen. Quiero saber dónde están. Y quiero ser el primero en saberlo. Creo que esto es todo, amiguito. Estaremos en contacto.

Dicho lo cual, X desapareció hacia la salida. Dejándome sólo con mis cuitas. Pero no por mucho tiempo. Es decir, que mis cuitas se volatilizaron inmediatamente ante lo que, seguidamente, acaeció.

Al salir a la calle X, en los escasos segundos en los que la puerta de acceso permaneció abierta, se colaron en el Club media docena de ratones. Subieron diligentemente hasta mi mesa y empezaron a hacer malabares con pelotitas de rayos de sol, mientras cantaban el regue I'm like a lyon in Sion . A su vez, una alarma agradable copó el local, como las que suenan en los casinos de Las Vegas cuando alguien gana el bote de las tragaperras. En ese momento las chicas Bond se acercaron hacia mí, sonrientes. Llevaban en las manos el Trofeo Amy Winehouse a la Constancia, que tenía la forma de la ensaladera de Wimbledon. Había hecho puré, en fin, el récord europeo de permanencia en un club de canabis. Pero eso no era todo. Una chica Bond se me acercó y me dijo.

-Pero esto no es todo, García. Mire.

La chica Bond dio un paso atrás. Y pude ver a Quimetta. Estaba bellisima. No gritaba sino que sus ojos reían. Llevaba un vestido de mi marca favorita. La marca Dostallasmenossss. El amor -el amor son unos rayos de color azul- copaba sus ojos y la paz -la paz en una agua densa- goteaba al final de cada uno de su cabellos. Su boca se abrió y me habló:

-García. No podemos separarnos. Somos las esferas de Platón, y debemos morir abrazados, o viviremos algo peor que la muerte. Pero no te preocupes, no moriremos de inanición, como profetizaba Platón a sus esferas. Nos comeremos nuestras bocas cada día. Se acabó ir al Mercadona.

Una voz masculina se agregó al grupo. Era el Obispo.

-Lo que dice esa buena mujer es cierto. Ser esfera de Platón equivale a un matrimonio indisoluble en todos los Estados de la Unión, salvo Texas y Vermont, que son muy suyos. Id, hermanos, en paz.

Mi corazón henchido de fuego movió mis músculos hasta aproximarme al rostro de Quimetta, cuya boca besé profundamente y con hambre atrasada. Noté entonces que Quimetta tenía bigote, y que éste pinchaba. Luego descubrí que estaba besando, en realidad, a Estadella, y que, debido a la permanencia de tantas horas en el club, estaba alucinando, más colgado que un higo.

Noté entonces que Quimetta tenía bigote, y que éste pinchaba. Luego descubrí que estaba besando, en realidad, a Estadella

-Estadella -dije, apartándome unos segundos de su bigote-.

-García, dígame.

-Esto no ha pasado.

-Nunca. Tranquilo. 

 

Capítulo VIII. Siddartha. O primeros mosqueos de García con la divinidad

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García, por fin, sale de su despacho. Más colocado, por el cannabis que ha fumado de forma pasiva, que el del medio de los Chichos.

Salí, junto a Estadella, del club de cannabis Luxurious. Nos dimos la patita, nos separamos y empecé a evaluar la situación. Para ello utilicé la theologia naturalis, yendo de la humano a lo divino. Primero, humano e importante, disponía de los 500 euros que le había levantado a Estadella, más 20 euros más para un taxi que, respectivamente, le había levantado a Estadella, la BURRA y la Brigada Catalana. Una morterada, si bien no era para tirar cohetes. De ahí saldría, empero, lo que le debía de alquiler a Núria, y el cenorrio de hoy. Segundo: estaba metido en un lío, que no podía evaluar en su total plenitud y consecuencia, y que me relacionaba con Dios, lo divino, y con las urnas, otro ser mítico. Tercero, e importante para no poder evaluar nada: estaba en pleno flow, más ciego que un rolling stone en sus glory days. Calculaba que aún me quedaban dos horas de viaje, por lo que decidí aplazar mi vuelta a casa. Invertí una hora en mirarme una mano. Y la otra en realizar mis compras en el Mercadona, donde me dejé fluir.

El escáner de pupilas de ojos que hay en la entrada de cada Mercadona me informó, con su voz de máquina de tabaco, que hoy sólo tenía acceso a la sección de vegetales y a la de Bromas de la Naturaleza. Compré, así, para una ensalada, y un cacho de, respectivamente, Kraken y siameses. Hoy haría, en fin, mar i muntanya. Además, y de forma inopinada, logré colarme en la sección Alimentos de Colorines, donde pillé un pack de calippos. Sería una gran noche. Es decir, otra noche.

Compré, así, para una ensalada, y un cacho de, respectivamente, Kraken y siameses. Hoy haría, en fin, mar i muntanya.

Al llegar a casa estaba, colegí, completamente repuesto y en forma. Abrí la puerta, entré, la cerré. En el salón me encontré a Núria. Por lo visto, había estado todas estas horas, en las que yo había estado fuera, hablando con Pepé. Ambos dos estaban agotados, en el sofá. Me sorprendió la construcción humana en la que habían congelado su discusión. Pepé estaba dormido, sobre el regazo de Núria. Ella le acariciaba la frente. Y juntos, y en sus respectivas posturas, parecían emular La Pietà de Michelangelo. El resultado era una imagen conmovedora, que reflejaba al herido y a su cuidadora. Me pasé unos minutos observando esa arquitectura humana hasta que Núria reparó en mi.

-Hola. ¿Cómo te ha ido el día? ¿Te ha cabido?

-De aquella manera. ¿Qué tal?

-Vamos.

-¿Pepé?

-Este no vuelve a beber en su vida.

Le di a Núria la pasta que le debía y que ella se metió entre la pechuga, y me perdí hacia la cocina con mis bolsas de Mercadona, donde me encontré con dos personas. Una de ellas era Esparraguera, un tipo difícil de ver en el piso y último roommate al que me faltaba por presentarles. Aprovechando la feliz coincidencia, lo haré.

Jesús Esparraguera era una ruina humana. Era gordo y calvo como una bola de bolos dotada de perilla. Gastaba gafas con cristales gruesísimos, de ingeniero japonés que, al final de la peli, se hace el hara-kiri porque le ha salido mangui un puente. Tenía voz de pito y, aún así, se empeñaba en cantar ópera. Su especialidad eran las partituras para castratis del siglo XVIII. Nos había hecho un par de recitales en el piso, y la sensación era que, en efecto, era un castrati. Pero al que, por las prisas, no habían operado ni bien, ni del todo. Se ganaba la vida, o aplazaba la muerte, cantando piezas del siglo XVIII en el metro o en la puta calle. Por lo demás era un tanto cortito, tierno y bondadoso. Y, por otra parte, y esto no tenía nada que ver con lo anterior, gallego. Era imposible no sentir ternura hacia él. Era imposible no desear, con sólo verle, que la vida le fuera bien y otras cosas y parabienes, que nunca jamás le pasarían. Hoy, por cierto, estaba acompañado por un amigacho. Los sacaba del metro o de la calle, y siempre eran seres muy parecidos a él, si no peores. El que estaba sentado junto a él en la cocina era un señor hindú, en los huesos, pero a diferencia de los borderlines que usualmente traía de la calle para darles de cenar, a este se le veían ciertas luces y llama interior.

Era gordo y calvo como una bola de bolos dotada de perilla. Gastaba gafas con cristales gruesísimos, de ingeniero japonés que, al final de la peli, se hace el hara-kiri porque le ha salido mangui un puente

-Hombre, García -dijo Esparraguera, con su voz de pito.

-Hombre, Esparraguera. Dichosos los ojos. Y los oídos.

Siempre, en fin, le daba coba por sus dotes musicales, esperando que algún día, de tanta coba, surgieran.

-Te presento a un amigo, Siddharta.

Me dispuse a estrechar la mano del tal Siddharta. Siddharta, a tal efecto, se levantó. Pero no me dio la mano. Sino que me la impuso sobre mi cráneo.

-Encantado -dijo Siddahrta, dejándome con la mano en el aire.

Fue poner la mano en mi cabeza y volver, tras un golpe de electricidad, el flow que tan costosamente me había sacudido de mí mismo en las dos últimas horas. Volvía a estar colocado.

-Me cago en tu estampa, Siddharta -acerté a decir, segundos antes de volver a sentir un mundo en conexión.

En efecto, noté como una serpiente se desenroscaba de mi columna vertebral y mi cráneo se abría. Sentí la paz y el dolor de Núria y Pepé, en el salón, sentí la tontería cósmica que impregnaba el cráneo de Jesús Esparraguera, que ahora mismo estaba pensando en por qué en las latas de comida de gato pone comida de gato, si esa comida no está hecha con gato. Y sentí como Siddharta me contemplaba en silencio y, a la vez, me hablaba. Tenía la voz del tío del Vadulake de los Simpsons y me decía:

-Es igual si existe Dios. Da igual si existen las urnas. Disfruta del kundalini que te regalo.

Permanecí unos segundos con los ojos cerrados. Cuando los abrí, ya no estaba Siddharta.

-Rayos, ¿y Siddharta?

-Se ha ido hace una hora. Oye, García, no sé si nunca lo has pensado pero, ¿por qué le llaman comida de gatos, si no está hecha con gatos?

-Puro marketing, Esparraguera.

Decidí no darle importancia al asunto. El asunto era, posiblemente, que el flow adquirido en mi despacho no me había bajado, por lo que me había vuelto a subir. Y que el tal Siddharta no era más que otro colgado de la Escuela de Pensamiento Esparraguera. En eso llegó Giovanni y me puse a hacer la cena, mientras él ponía la mesa.  

En la cena, Giovanni y yo estuvimos hablando del hecho de que mañana habíamos quedado con mi padre, es decir, también su abuelo, para ir a la playa. Esparraguera estuvo hablando de gatos, Núria de que lo que le esperaba mañana no le entraba ni cabía y Pepé, a su vez, no dijo nada. Nada más sentarse en la mesa cogió la botella de vino, se la llevó a la boca y la pimpló de una sola sesión continua.

-Vaya, todo el psicodrama de hoy, para nada -dijo Núria.

-Mucho perfecto para mi -terció Pepé.

-¿Por qué esta noche cenamos lo mismo que en las anteriores? ¿Por qué siempre comemos hierbas amargas del Mercadona? -dijo, de pronto, Giovanni.

En eso tocaron el timbre. Como a nadie le entraba abrir, fui yo. Era Mòquina. Menos cuidada y más bella que nunca.

-Hola. ¿Está Núria?

-Sí. Pasa.

-Hummm. Ha sido una mala idea venir. Me voy. Bona nit.

Mòquina dio media vuelta y se fue. Cerré la puerta. La volví a abrir. Me había parecido ver algo. En efecto, mientras Mòquina bajaba las escaleras, en cada uno de sus hombros le revoloteaba un ángel diminuto, seboso y en pelota picada. Cerré los ojos. Me los froté. Volví a mirar. No vi nada.

O la divinidad me estaba mandando mensajes, o tenía que cambiar de despacho y buscar otro que tuviera menos THC.

Esperaba aclarar mis ideas con mi padre.

 

Capítulo IX. Un paseo por Barcelona 

RESUMEN DE LO PUBLICADO: A García le están pasando cosas raras. Varios servicios de inteligencia quieren algo de él. Pero también parece que quiere algo con él la Divinidad, esa otra entidad que tampoco suele dejar pistas

-¿Practicamos alguna religión en concreto?

Hola. Soy García, y el que acaba de hablar es Giovanni. Hemos tirado la casa por la ventana y estamos desayunando en una terraza. Él, tostadas de nocilla a gogó, como si no hubiera un mañana. Yo, cortadete, vichí y calippo. La razón de todo ello: hemos quedado con mi padre, que se retrasa, en esta terraza. Nos llevará en su OVNI a la playa. Había costado un huevo, por cierto, encontrar una mesa libre en la terraza. En una guía turística aparecía como la terraza en la que la CNT de los 20's se la peló al empresario catalán Feliu Roda i Xunga, inventor de la rueda de recambio. Ningún guiri conocía la aportación de Feliu o de la CNT a la ciencia, pero el caso es que cada día la terraza estaba petada de turistas abrazados a su guía, gozando del instante histórico y haciéndose selfis con el careto de Roda i Xunga al morir. Roda i Xunga, en fin, era bizco.

-¿Perdón?

-He notado que en casa rehuimos una serie de alimentos. No sé, sopa de almejas de Maine, las tres calidades de caviar, ya sean de origen ruso o iraní, pescados sin escama, es decir, mayormente marisco, la espardenya, la becada, la lamprea, la trufa negra y, no te digo ya, la blanca... Y me preguntaba si eso respondía a algún tipo de tabú religioso.

-En absoluto, hijo. Los García somos librepensadores por un tubo. O dos. Y, sí, se podría pensar que esos alimentos a los que aludes no entran en casa debido a una pobreza solemne que, te doy mi palabra, niego y desmiento. En realidad lo hacemos siguiendo, a pies juntillas, la cruzada de la OMS por el Omega-3. Gracias a esa dieta viviremos 1.000 o 2.000 años, veremos caer el capitalismo y las pirámides, y lo celebraremos, yo qué sé, con una sopa de almejas de Maine.

-Vamos, que somos pobres como ratas.

-Hijo, confundes la sobriedad espartana, en la que te educo, con la pobreza. Y, todo ello, con las ratas.

-Pero no iré al Bar mitzvah del primo Elvis en California, ¿no?

-Claro que irás. Aún faltan unos días. Simplemente estamos esperando que, por la ley de la oferta y la demanda, los billetes a L.A. bajen, cosa que, según mi asesor fiscal, es cuestión de horas.

-En ocasiones creo que me tomas el pelo. Pero no sé en qué ocasiones concretas. Mira, por ahí viene el abuelito.

En efecto, mi padre se acercaba a la terraza. Giovanni fue corriendo hacia él, se abrazaron y vinieron, cogidos de la mano, hasta la mesa. Por si no leyeron mi primer volumen de memorias -García contra la España Zombie-, les diré que mi padre, a quién creí muerto hasta el año pasado, es un extraterrestre que vive en otro espacio-tiempo. Por lo que es más joven que yo. Su jornada laboral, por la cosa espacio-temporal, es de varios meses terráqueos. Lo que será la ruina de la Humanidad cuando el FMI descubra que eso es posible.

Por si no leyeron mi primer volumen de memorias -García contra la España Zombie-, les diré que mi padre, a quién creí muerto hasta el año pasado, es un extraterrestre que vive en otro espacio-tiempo

-Hola, papá. ¿Dónde has dejado el OVNI?

Mi padre tenía un OVNI cuántico bajo el aspecto de un Seat Toledo de los 80's.

-Le están cambiando el delco. Nada. Lo hacen en una mañana. Es decir, en cuatro semanas terrestres. Será mejor que vayamos en metro.

Intentamos ir hacia la boca del metro más próximo. Estaba saturada de turistas. Intentamos abrirnos paso con los sprays de pimienta que, a tal uso, llevamos todos los barceloneses en el bolsillo de atrás. Por sorprendente que parezca, los turistas agradecen esa acción, que en una guía se dibuja como una tradición carolingia, introducida en Barcelona por Sant Guillem, vencedor franco frente a los sarracenos, con la que los barceloneses demuestran homenaje y cariño. Cuando, aún lejos del torno de entrada, nos quedamos sin sprays, decidimos ir tras nuestros pasos y hacer el camino a pie.

Intentamos ir hacia la boca del metro más próximo. Estaba saturada de turistas. Intentamos abrirnos paso con los sprays de pimienta que, a tal uso, llevamos todos los barceloneses en el bolsillo de atrás

En la Plaza Catalunya, mi padre me dijo:

-Te veo pocho, hijo.

Le expliqué lo del bar mitzvah del primo Elvis, y la desazón que me provocaba no poder acceder a un billete de avión. Tuve que hablar a grito pelado, pues una guía turística había comunicado al mundo que era tradicional disparar con subfusiles ametralladores a las palomas de la plaza. Mi padre también me contestó a gritos:

-Hijo, ya sabes que un billete a L.A. es calderilla para mi. Pero por la Directriz Spock, que me impide intervenir en el destino de la Tierra y los Humanos, no puedo darte un euro, más allá de los 20 euros para un taxi que me levantas en cada encuentro.

En la Rambla de Canaletas, mientras una docena de ambulancias recogía otros tantos turistas del suelo -una guía había escrito que era un signo de buena fortuna, así como garantía de un próximo y feliz retorno a Barcelona, abrirte la cabeza a golpes contra los grifos de bronce de la Font de Canaletes-, mi padre volvió a tomar la palabra:

-Pero, insisto, gastas un careto de preocupación diferente. A ti te pasa algo.

En el tramo medio de las Ramblas tuvimos que esquivar a varios grupos de turistas con lanzallamas. Una guía había informado que en Barcelona no sólo era tradicional expulsar a los barceloneses de sus pisos, reconvertidos en apartamentos turísticos, sino que era lícito eliminar a los supervivientes.

En un momento en el que nos refugiamos en una portería, mientras neutralizábamos a un turista, especialmente agresivo arrojándole nuestros zapatos, le empecé a explicar a mi padre mis cuitas con el CNI, con la BURRA, con la Catalonian Brigate, y con las urnas, con Puigdecabanes y con Dios.

Llegamos a Colon. Sorteamos la cola de control de pasaportes que empezaba en el Prat, cruzaba Barcelona y finalizaba en La Junquera. También esquivamos a los turistas que se lanzaban de cabeza desde la estatua de Colón. Una guía, en fin, había informado que la tradición dictaba lanzarse en ese punto, y que la siempre hospitalaria y extrovertida ciudadanía de Barcelona se encargaría de abrazar al vuelo a los que así lo hicieren. Cosa que, por cierto, nunca había pasado. Y, hoy, pues tampoco. El grueso del camino hasta la Barceloneta lo invertimos en una conversación con un tono más relajado. En este tramo sólo había, en fin, turistas al solano, deshidratándose en terrazas, mientras intentaban ingerir sangría. La sangría, según decía una guía, era a su vez una bebida más barcelonesa que no dar los buenos días, traída por los almogávares, y de ahí el nombre, de Sangrilá.

En este tramo sólo había turistas al solano, deshidratándose en terrazas, mientras intentaban ingerir sangría. La sangría, según decía una guía, era a su vez una bebida más barcelonesa que no dar los buenos días, traída por los almogávares, y de ahí el nombre, de Sangrilá

-Mira, hijo, yo no me preocuparía mucho por Dios, pues Dios no es más que una construcción humana -dijo mi padre.

Empezamos ahí una profunda conversación sobre Dios, que duró varias horas. Al cabo, la conversación quedó un poco sobrepasada por los hechos, pues nos topamos, de morros, con Dios.

No se lo pierdan.

 

Capítulo X. ¿Y si Dios fuera uno de nosotros?

RESUMEN DE LO PUBLICADO: Los García -padre, hijo y nieto- van a la playa. En el camino hablan de la trama que les envuelve, mientras atraviesan Barcelona, esa ciudad que ha sabido conjugar, sabiamente, el turismo con el Apocalipsis.

Llegamos a la arena. No se cabía. Pero nosotros nos pusimos los bañadores y, debajo de los sobacos, los bubos autoadhesivos. Los bubos autoadhesivos son un producto de primera necesidad en Barcelona. Los venden en los chinos, en packs de docena. Llegas a la playa, te los pones y, al ver ese síntoma inequívoco de la peste bubónica, los turistas se apartan, de manera que obtienes espacio para disponer la toalla o, incluso, una barbacoa, una rulotte, o un campo reglamentario de fútbol. Fue en esa isla de paz bubónica donde mi padre, mi hijo y yo, proseguimos con nuestra conversación sobre Dios. Que se la resumo.

Mi padre tenía cierta familiaridad con Dios. De hecho, lo conocía.

-Vive en el planeta Olimpo. Un planeta muy bonito. Pero, lo mejor, la paella.

Mi padre explicó que era un tipo muy suyo y que tenía forma de bebé.

-Lo que es una prueba de que os hizo a su imagen y semejanza.

Por lo demás, era todopoderoso y omnipresente. La exposición a su inteligencia, o al sonido de su nombre de pila, podría hacer estallar la Tierra, si se presentara aquí.

-Por eso, cabe suponer que, si se presenta por aquí abajo, lo haga bajo otro nombre, otro aspecto y otra inteligencia. Debe hacerlo, pues nadie puede reconocerlo. Si Dios se presentara en público, acabaría con el libre albedrío. Todo el mundo sabría que existe, por lo que no sería necesario creer en él.

-¿Y qué tipo de inteligencia gastaría?

-Ninguna, dijo Giovanni.

Giovanni citó a Borges y un cuento suyo en el que el Mesías no es Jesús, sino su opuesto, Judas.

-Es decir, en la Tierra tenía que ser lo más opuesto a sí mismo. Pero lo más opuesto a una inteligencia absoluta, me temo, no es Judas. Sería un tío gangoso con una boina y una tiza.

-¿Has leído a Borges, hijo? Mañana mismo te apunto a una peña azul-grana.

-Yo, por ejemplo, -continuó Giovanni-, no me imagino a Jesús como un humilde carpintero de Nazaret. Para no ser reconocido, tiene que ser algo mucho más humilde que la humildad humana. No sé. Tiene que ser el tonto del pueblo de Nazaret. Alguien que escribía con una tiza mensajes de tonto, incomprensibles, en las paredes del todo Nazaret. Papá...

Yo no me imagino a Jesús como un humilde carpintero de Nazaret. Para no ser reconocido, tiene que ser algo mucho más humilde que la humildad humana. No sé. Tiene que ser el tonto del pueblo de Nazaret

-Dime.

-El otro día, por cierto, vi un grafiti, escrito con tiza, que no entiendo. Ponía: "María, te voy a hacer un cunnilingus que te van a temblar las orejas". ¿Qué significa cunnilingus?

-Hijo mío, es latín. Coni significa conejo, y lingus, al ajillo. La frase sería, entonces, así: "Oh, María, cuando vuelvas de tu inacabable jornada laboral, te encontrarás en la mesa un conejo al ajillo hecho con mis manos, cielo".

-Pero no cuadra. Conejo, en latín, es cuniculus. O lepsus, acepción que engloba también a la liebre

-Siempre que no sea al ajillo. Prosigue, hijo.

-Prosigo. El tonto es una de las formas favoritas para representar a Dios en la literatura contemporánea. Dios se aparece a un personaje de Vian caracterizado como Dupont, el tonto de clase. Era tan tonto que tenía una peca en el carero y el tío le dibujaba alas y decía a quien quisiera escucharlo: "Mira, una mosca".

Para Tolstoi, por ejemplo, es un testimonio de libertad individual contra el Estado. Lo contrario que, yo que sé, para Serrano Suñer

-Oye, ¿has pensado a apuntar a Giovanni a clases de fútbol? Ponle Instagram en el móvil, al menos.

-...Por lo demás, Dios hace y dice poco o nada. En Bulgakov no hace nada. Lo hacen sus opuestos, los demonios. Él es la justicia poética, esa forma de justicia que se da aún menos que la justicia a secas. Es decir, no es nada. Quizás un mensaje en una botella que nadie encuentra. Sus mensajes, además, son opuestos. Para Tolstoi, por ejemplo, es un testimonio de libertad individual contra el Estado. Lo contrario que, yo que sé, para Serrano Suñer. Como dice el abuelito es, por tanto, una construcción humana. No dice nada, o dice lo que queremos oír. Depende lo que seamos, nos pedirá que socialicemos la banca, que le demos a lo catalanes con una caña rota, o que le peguemos a los españoles un gec d'hòsties. Nos da siempre la razón, vamos. Dios es, vamos, como el amor o la independencia. Un sistema de creencias muy amplio. Para algunos el amor es la forma de pagar un piso o poder ir de vacaciones, mientras que para otros es un melodrama mejicano, o un momento de epifanía. De la indepe, ni te hablo. Para algunos es la oportunidad de proclamar el socialismo, mientras que para otros es la posibilidad de un pelotazo, o de poder ir tirando unos años más sin que te pillen. Dios, el amor o el Procés es lo que Laclau llama un significante vacío, que se puede llenar con lo que uno quiera.

Mi padre y yo nos mirábamos perplejos.

-Hijo mío, mira a Neymar. No sabe hacer la "o" con un canuto y la pasta que le ha levantado al Barça, dije yo.

-¿E-e-e-eso es todo?, dijo mi padre.

-No. Un último apunte, creo. Dios sólo tiene una naturaleza que no debería poder esconder.

-¿Cuál?

-La gracia.

-¿Explica chistes?

-No. Tiene armonía. Gracia. Una especie de charme, de saber estar. Los dioses griegos la tenían. Incluso beodos. No podían evitarlo. En el Evangelio Apócrifo de María se diferencia así a la niña María de las otras por su gracia. Cuando llega al Templo de Salomón, se sienta en uno de los escalones del altar y sus pies quedan colgando. El narrador describe eso como gracia. Y yo creo que, en efecto, queda mono.

En ese momento, cuando estaba pensando que debía de dar un sablazo a alguien para comprar una tele y ver junto a mi hijo, cada día, Joyas sobre Ruedas, me llamó la atención lo que vi a las espaldas de Giovanni.

Se trataba del Señor Chang, que no me venía. Avanzaba seguro y con decisión hacia la mar salada. Llevaba atada una piedra al cuello.

-¿Ese de allí no es el Señor Chang?, dijo mi padre.

-Sí. Y está un tanto desesperado. Mañana mismo hablo con él sin falta. Lo tengo muy abandonado.

-Bah. Tranquilo. Se ha metido en el mar en una zona donde la capa continental se adentra kilómetros. Puede ir y volver de Estambul con esa piedra al cuello.

Nos fuimos a bañar entre las olas. Estuvimos jugando con ellas durante horas. Luego, cuando nos estábamos vistiendo y extrayendo nuestros bubos vimos, en efecto, al Señor Chang, con su piedra al cuello, volviendo del mar y, posiblemente, de Estambul.

El camino de vuelta a casa fue más estresante. Las calles estaban aún más repletas de turistas. Una guía les habían explicado que los barceloneses, que viven de aire, salen al atardecer hasta el amanecer siguiente, en lo que es su tiempo de ingesta de MDMA.

Cuando llegamos a la altura de Colón, punto en el que los turistas se tiraban de cabeza, y donde la marea humana chocaba contra esa otra marea humana que es la cola de acceso al aeropuerto, nos paralizamos, sin poder dar un paso adelante o atrás, momento en el que recapitulé todo lo que habíamos dicho hoy.

Una guía les habían explicado que los barceloneses, que viven de aire, salen al atardecer hasta el amanecer siguiente, en lo que es su tiempo de ingesta de MDMA

-A ver. Si Dios está en la Tierra, es alguien humilde, un tanto tonto, que dice chorradas y, más a menudo, lo que queremos escuchar. Además, según como lo mires, tiene gracia.

-En efecto, papá. ¿Se te ocurre alguien así?

Estuve pensando unos minutos. Finalmente, hablé:

-Sí. Yo.

Mi padre y mi hijo me estuvieron mirando incrédulos unos segundos. Cuando se disponían a decir algo -creo que era la palabra no y a la vez-, algo lo impidió a su vez. Fue un momento de tensión. Las olas humanas se desmadraron. Nosotros, anclados en un punto, empezamos a sentir la presión. Y el aplastamiento. Y el dolor. La masa turística empezó a gritar, al sentir lo mismo que nosotros. Y, de pronto, volvió a pasar algo sobrenatural.

Se hizo un silencio y el tiempo se paralizó. Dejamos de sentir presión. Sobre el silencio se empezó a escuchar una voz. De castrati. Que cantaban un Ave María con partitura del siglo XVIII. Pero los milagros no acababan aquí. El mar humano que impedía nuestro paso hacia las Ramblas se abrió, como en su día se abrió el Mar Rojo. Para nuestra sorpresa, teníamos acceso no sólo hasta las Ramblas, sino, a través de ellas, hasta la Plaza Catalunya. Empezamos a caminar, conscientes de la maravilla que vivíamos. Al pasar por Colón, sentada sobre uno de los leones, pude ver a Mòquina. No nos veía. Estaba leyendo algo en su movil. Sus pies quedaban colgaban en el vacío, y verla era ver una figura llena de gracia. También vi, alejado de Mòquina, a Esparragera. Tampoco nos veía. Era la persona que estaba cantando la pieza magistral que estábamos oyendo. Cantaba con un casete, en el que sonaba el acompañamiento de cuerda. Frente a él un plato, en el que había 20 euros. Unos minutos más adelante, entre el mar humano que se había abierto momentáneamente para nosotros vi a Pepé, beodo, dándole a un tintorro en tetrabic. Tampoco nos vió. Es más, creo que no hubiera visto a tres en un burro.

En Catalunya se cerró el pasillo que se nos había abierto. El cauce de turistas recuperó su espacio vació en las Ramblas. Y con ello, el Ave María de Esparraguera quedó ahogado entre los gritos de los turistas. Decidimos pillar un autobús. En el autobús sonaba el hilo musical y, más concrétamente, una canción cuyo estribillo decia: What if Gof was one of us? / Just a slob like one of us / Just a stranger on the bus / Triying to make his way home? Vamos: ¿Y si Dios fuera uno de nostros, sólo un pringui como uno de nosotros, un extraño en el autobús como uno de nosotros, intentando volver a casa?

 

Capítulo XI. Urnas sí o sí. 


RESUMEN DE LO PUBLICADO: García descubre que es muy posible que comparta piso con Dios. Dios puede ser, en fin, Esparraguera o Pepé. Pero también pude ser Mòquina, asidua visitante de Ca la Núria.

Como que mi padre tenía el OVNI changado, le acompañamos hasta la Star-Gate que le conduciría hasta su planeta. Está sita, por cierto, encima de la Fundació Tàpies. Luego, con los 20 euros que le había levantado a mi padre fuimos al Mercadona. Nuestro poder adquisitivo de hoy, bajo mínimos, nos vetó la entrada a todas las secciones, salvo la de Vegetales y Musgo, y la de Animales Procedentes de la Investigación Cosmética. Pillamos, finalmente, beagle y mono, con la piel, todo se ha de decir, suave y tersa, sin arrugas. Cuando llegué a casa ya habían llegado todos menos Núria. Esparraguera estaba en la cocina, con un amigote. Y Pepé, por las arcadas que escuchaba, cambiando la peseta, en el lavabo. Giovanni fue directo a la ducha del lavabo B. Y, yo, directo a Esparraguera. Ese tipo me escamaba. En mi quiniela lo tenía todo para ser Dios. Incluso un amigacho tan raro como el que me ahora me presentaba. Era mejicano, tenía el perfil de una estatua maya y se llamaba Pancontlomatle Montiel.

-Pancontlomatle, fíjate qué curiosidad -dijo Esparraguera, ese genio- es el nombre de un dios azteca. Va, explícaselo.

-Nada -dijo Pancontlomatle- una ocurrencia de mis padres que arruinó mi infancia. Se trata del dios maya sediento de zumo de tomate, en cuyo honor los sacerdotes hacían sangrientos sacrificios de tomates.

Pancontlomatle, llegado a ese punto, se levantó y me ofreció su mano, cordial y amable.

-¿Y usted se llama...?

-García. Encantado.

En el momento en el que nuestras manos se estrecharon, volví a sentir una sacudida eléctrica. Y mi mente se abrió a una nueva realidad. Vamos, que volvía a estar colocado.

-Em cago en lo Crist de Balaguer, Pancontlomatle -llegué a decir, a duras penas, antes de que se me fuera la bola.

Les explico mi ida de bola. La cocina desapareció y quedé a solas con mi mismidad. Había mutado. Era un tomate tembloroso en un altar, segundos antes de que un sacerdote azteca, tolteca o mexica, me clavara, solemnemente y con furia, un cuchillo de oxidiana. Al hacerlo, mi jugo salpicó las paredes. Y cobró vida. Pude ver como las gotas de zumo dibujaban un jaguar. Y pude ver como las manchas de la piel del jaguar eran una escritura milenaria que, no obstante, podía leer con claridad prístina. Las leí: "Estimado García, no es la primera vez, como ya sabrá, que Dios baja a la Tierra, pero jamás lo había hecho tan perdido y precario. Haga algo, o el mundo implosionará. Yo que usted pasaría de las urnas, si bien ya intuyo que usted hará lo que le salga de la punta del nabo. No puedo hacer nada al respecto. Además de ser un dios menor, no puedo, en fin, interponerme en su libre albedrío. Deseándole, sin más, que por la presente se encuentre bien, se despide atentamente: Pancontlomatle".

Cuando recuperé el dominio de mi mente, estaba frente a los fogones de la cocina. Por lo visto, había hecho la cena -caldereta de beagle y mono à la mode de François Vatel- en pleno trance. Esparraguera seguía en la cocina.

-¿Pancontlomatle...?, dije.

-Se fue hace hora y media.

Cenamos, que Núria ya había venido. La conversación fue amena, si bien noté que Esparraguera siempre me daba la razón. Como a Tolstoi o a Serrano Suñer. Nos fuimos a dormir. Mientras Giovanni leía un tocho, yo saqué un boli y un papel y empecé a planificar, literalmente, el día de mañana. Creé una suerte de plan y, para empezar a hacerlo realidad, quedé, vía wasap, con Manzaneque, un amigo de la uni, mañana a primera hora y -no me gustaba la idea, pero no había otra-, en mi despacho.

A la mañana siguiente me levanté, otra vez, el primero. Di los buenos días a Pepé -se había pasado la noche haciendo guardia ante los luceros de su copa de vino-, preparé el desayuno de Giovanni, y salí de casa echando leches

Fui el primer asociado en llegar al Club de Cannabis Luxurious. A esas horas, por lo que vi, no había nadie. Las chicas Bond, incluso, estaban acometiendo aún lo que en la Francia del XVIII -nunca, snif, debimos de haber salido de allí-, se denominaba le petit lever, una dinámica previa, como su nombre indica, a le grand lever. Me pedí un cortadete y un vichí, y saqué uno de los calippos que siempre llevo en el bolsillo. Ingerí todo ello mientras fumaba Marlboros como si los regalaran. A la espera de Manzaneque, me volví a explicar a mi mismo mi plan. Sí, podía funcionar. Les hago una sinopsis. Se trataba de hacer como todo el mundo y pasar de Dios y de los consejos de Pancontlomatle ocho pueblos, y centrarme en las urnas, encontrarlas y, en el caso, alto probable, de que no existieran, fabricarlas. Y, con todo ello sacar pasta del CNI, de la BURRA -o como se llame esta mañana a primera hora-, de la Brigada Catalana y -si lo lograba, esto rozaría el virtuosismo- de la propia Generalitat, de manera que, con la suma de emolumentos, Giovanni pudiera ir al bar mitzvah de marras del primo Elvis, y yo pudiera dejar de preocuparme por mis suministros durante una o dos semanas. En eso, entró Manzaneque. Manzaneque, no se lo había dicho, era el Cap de Premsa de Presidència de la Generalitat. Durante un tiempo lo utilicé como una fuente certera, si bien hacía meses que no hablábamos. Concretamente, desde que, en cada una de nuestras conversaciones sobre la planificación del referéndum, le dio por empezar a llorar en los primeros cinco minutos.

Se trataba de hacer como todo el mundo y pasar de Dios y de los consejos de Pancontlomatle ocho pueblos, y centrarme en las urnas, encontrarlas y, en el caso, alto probable, de que no existieran, fabricarlas

-¿Cómo va el referéndum, Manzaneque?

Como respuesta, Manzaneque empezó a llorar.

-¿Tan mal?

Manzaneque arreció su llanto.

Como quién no quiere la cosa, saqué el tema de las urnas. Manzaneque, sobreponiéndose, me puso al día (todos los datos que siguen, hasta que García diga "cáspita" son, por cierto, reales, y han aparecido en medios Processistes, N del A).

-Unos dicen que ya están compradas. Otros que, tranquis, que se comprarán en su dia en Alibabá. Hay rumores de que ya están adquiridas, y guardadas en domicilios de voluntarios. Hay otros rumores que dicen que están escondidas en un consulado báltico, dónde no puede entrar la poli por la cosa de la extraterritorialidad y la inmunidad diplomática.

Unos dicen que ya están compradas. Otros que, tranquis, que se comprarán en su dia en Alibabá

-Pero, por el Congreso de Viena, los consulados carecen de extraterritorialidad y de inmunidad.

-Exacto.

-Cáspita, Manzaneque -dije, saboreando aún las letras de la alocución Congreso-de-Viena que acaba de pronunciar-, aún hay noches en las que sueño que tengo un examen de Derecho Internacional para el día siguiente. Resumiendo, que no hay urnas ni se las espera.

-Sí y no.

-Explícate.

-Por mediación de Puigdecabanes, un anónimo patriota residente en New York, hemos comprado las urnas en varias ocasiones y bajo partidas falsas. Hemos comprado tantas urnas que, de hecho, podríamos convocar elecciones en China. Pero siempre, y en cada caso, han sido interceptadas por las fuerzas de ocupación en el momento de su entrega. Esto no debería de decírtelo, pero ahí va. La última entrega fue hace días, en un submarino de Puigdecabanes. Eran urnas I+D, hechas en Corea del Norte por huérfanos de la Guerra de Corea, que trabajan muy bien, pues ya tienen una edad. La entrega iba a ser en la Platja del Canadell, en Calella. Pero en el último momento apareció la Guardia Civil. Empezamos a creer que tenemos un espía dentro. La situación es desesperada. Hemos gastado tanta pasta en urnas que no nos llegan que, por el mismo precio, el Servei Català de la Salut podría haber descubierto la vacuna del juanete.

Me hice una composición de lugar. Alguien, en lo alto, estaba accediendo a la segunda o tercera residencia comprando urnas que no existían y que, de hecho, no se llegaban a comprar. Lo de Puigdecabanes, por otra parte, era de traca. Había creado, en fin, un monstruo.

-Pero me imagino que Puigdecabanes intentará volver a hacer otra entrega. No sé, en un portaaviones.

-Eso es lo peor. La comunicación del President y del Vicepresident con Puigdecabanes era fluida e íntima. Puigdecabanes, además, era un buen cristiano, con lo que tenían tema de conversación cuando no hablaban de urnas. Pero, de pronto, se ha interrumpido. Empezamos a temernos lo peor. Que el CNI lo haya eliminado, o que esté en su poder, en una fría y húmeda mazmorra madrileña. Esto es un gran golpe para el Procés, pues el magnate y filántropo Puigecabanes era la persona que nos iba a facilitar no sólo las urnas, sino el censo, el programa informático de recuento, una ley infalible, creada en su laboratorio, para convocar el referéndum sin que nadie nos empure, y hasta nos iba a donar los bocatas de los interventores.

-Vamos, lo que viene siendo todo el pack de un referéndum.

-Sí, Manzaneque arreció su llanto.

Me incorporé. Di unas palmaditas en la espalda de Manzaneque, le expuse mi inquebrantable adhesión a su movimiento y me fui por piernas. No había, definitivamente, ni urnas ni ganas de tenerlas. Mi plan era viable, por lo que inicié su segunda fase, consistente en una visita a Ta Puta Mare Feliç, el resturant del señor Chang, ese empresario con tendencias suicidas, del que era coach.

 

Capítulo XII. 'Operación urna'.

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García tiene un plan. Ojo, no un planete, que García hace meses que, en ese tema, está en el dique seco.

Cuando llegué a Ta Puta Mare Feliç, el restaurant del Señor Chang, que iba a llevarle al chanchulleo fiscal y a la riqueza en el Estado emprendedor e independiente prometido por las autoridades catalanas del ramo en, respectivamente, 2013, 2014, 2015, 2016 y 2017, el paisaje no podía ser más desolador. No había ni un solo cliente, y los ratones campaban a sus anchas. Los ratones, a su vez, estaban tan deprimidos como el local. Habían concluido su 15M y habían fundado, finalmente, un partido con dos sectores, que se estaban pegando de leches sobre un ring de barro. Al fondo, al lado de montañas y montañas de platos sucios, vi al Señor Chang, sentado en el suelo, con la cabeza hundida en sus manos. El ambiente oscuro y depresivo, en todo su conjunto, remitía, en fin, a cualquier fragmento del capítulo "La Honolable Casa del Escudelo" de la gran novela cortesana china El lazalillo de Tol-mes.

-¿Cómo va la vida, Señor Chang?

Como respuesta, sin tan siquiera mirarme, el Señor Chang extendió su mano hacia mí. En ella había un objeto curioso, que jamás había visto antes.

-Galcía, mamón, ¿sabe qué es esto?

-La verdad, ni idea. ¿Cosas de chinos?

-Es un estlopajo. Se supone que usted es mi flegaplatos, y en su honolable puta vida ha visto un estlopajo. ¿Y un Faili?, ¿sabe qué es un bote de Faili?

-Esa me la sé, Señor Chang. ¿Un dragón que vuela armoniosamente por la cúpula celestial?

El Señor Chang suspiró.

-La culpa es mía. No sabe lo que es un estlopajo y le hice flegaplatos. No sabe nada de coach y le hice mi coaching. En su vida ha visto más de 20 eulos juntos, y acepté su plopuesta financiela de venilme a Balcelona, donde atalía los chow-chow con chistolas. Me ha pleguntado cómo me va la vida. ¿Quiele sabel cómo me va? Mile esta honolable piedla.

La miré. Al lado del Señor Chang estaba la piedra, atada a una soga, con la que ayer le vi en el trance de intentar suicidarse en la Barceloneta. Por lo demás, era una sólida pieza calcárea irregular, procedente de la noble industria minero-canterana local.

-Ayel intenté ponel fin a mis días en la playa, como el poble y desglaciado, si bien honolable, maestlo taoista Pe-lanas. Flacasé. Hoy he intentado repetil opelación en Piscinas Picolnell, pero me coblaban una pasta pol entlal con piedla. Era piedla glande, decían, pol lo que contaba como niño mayol de 12 años.

-Estas cosas van como van, Señor Chang. Yo tengo un primo que intentó suicidarse y, de nueve intentos, sólo le funcionó el primero.

-Usted siemple decil choladas. No sé pol qué le hice caso, me lié la manta a la cabeza, y vine a Balcelona.

-Bueno, pelillos a la mar. ¿Sabe lo que es esto? Es un plan infalible para sacarnos a ambos dos de la miseria -dije mientras le enseñaba la hoja que escribí anoche con mi plan infalible.

-Vaya, otlo plan infalible de Galcía.

Definitivamente, el Señor Chang estaba más quemado que un cenicero del Club de Cannabis Louxurious. Si quería sacar adelante mi plan, en el que el señor Chang era pieza fundamental, debía desplegar, aquí y ahora, todos mis amplios conocimientos de coaching. Que, por cierto, estaban por estrenar.

-Mire, Señor Chang. Le doy la razón. No he fregado un solo plato desde que, hace tres años, me contrató. Mis técnicas de coaching son patilleras. En mi defensa, debo decirle que el coaching es primo hermano del marketing, el crecepelo y la pulsera magnética. Pero si algo sé, si hay algo en lo que puedo sentar cátedra, es sobre cómo levantar 20 euros a cualquier ser que respire o tenga pelo.

-Me lo va a decil a mí.

-Y, por todo ello, debe creerme. He encontrado el sistema de levantarle a unos fulanos no 20, ni 30, ni 40 ni 60 euros, sino, exactamente, 900.000, que nos dividiríamos a pachas.

Al escuchar eso, el Señor Chango volvió a su estado natural de emprendedor alertado.

-Le escucho.

Ya contaba con la atención del Señor Chang. E, importante, sin tener que recurrir a mentiras, sino ciñéndome a mi plan científico.

-Señor Chang, ahí va la pregunta cuya respuesta puede hacernos ricos. ¿Sabe lo que es una urna?

-Ojalá no lo supiela. Debe sabel que en mi juventud estuve acampado en honolable Plaza Tiananmen.

-¿Se ve capaz de fabricar 8.000 urnas para ayer?

-¿Se lefiele a la ulna homologada por honolable Comisión de Venecia, de 60x40x40 y boca para papeleta de 20x1 centímetlos, fablicada en metaclilato y ensamblada con juego de tolnillos del 8?

-Coñe, Chang, sí que iban fuertes en Tiannamen.

-En Tiananmen utilizábamos como ulna una caja de galletas de honolable Sultido Cuétala. Lo que sé del diseño de ulnas es pol la plensa plocesista. Todo el día hablando de las ulnas. Ayel, además, en Lo Pit i La Cuixa, honolable revista polno plocesista, apaleció póstel desplegable con ulna. Debo decil que, o bien ela muy sexy, o bien, ahola que lo pienso, estoy leyendo mucha plensa plocesista.

-Bueno, ¿tiene huevos o no tiene huevos? ¿Se atreve?

-Un momento, que lo consulto con mi cuñado.

Justo en ese momento apareció de la despensa otro señor chino. Caminaba, hundido, con una piedra atada al cuello, rumbo a la salida. Y, me temo, a la Barceloneta o a las Piscinas Picornell.

-Homble, y hablando del ley de Loma, mi cuñado.

El Señor Chang y su cuñado estuvieron hablando un rato en animado mandarín clásico, únicamente ensuciado con esporádicas alocuciones en castellano, como "Galcía hijo puta". En un momento dado, sacaron un ábaco y estuvieron haciendo cálculos. Conforme iban moviendo las bolitas del ábaco, se iban poniendo como motos. Al final, lanzaron el ábaco por los aires y se abrazaron dando saltos. Tras recuperar la compostura, el Señor Chang me dirigió la palabra.

-Sí. Podemos fablical las ulnas. Necesitalemos no menos de una semana. El plecio venta público, muy competitivo, selía de unos 20 pepinos por ulna.

-No se corten. Que sean de marca, que las venderemos a 50 pepinos. ¿Pueden avanzar el coste de los materiales?

-Galcía, esta mañana estaba a punto de tilalme en una piscina con pedlolo atado al cuello. ¿Le palece que nado en la abundancia?

-Hagamos entonces un quid pro quo.

El Señor Chang y su cuñado se miraron, perplejos y desorientados.

-Kuitplo-Kuo, en manchú, signfica mamada en lavabo público. ¿Qué nos plopone exactamente? ¿Cuánto nos coblalía?

Le expliqué a Chang y asociado el significado del latinajo. Se trataba de un intercambio equilibrado de favores, pero no necesariamente en un lavabo. Vamos, que yo les rascaría la espalda si ellos me la rascaban a mi. Es decir, que si me daban 20 euros para un taxi, en breve me presentaba en el restaurant con 5.000 euros, cantidad con la que podrían adquirir los materiales para ponerse, propiamente, al tajo. Coló. Como golpe final presenté aquí la última sorpresa de mi plan. Saqué una hoja de papel. Se la di al Señor Chang.

-Pero eso no es todo, Señor Chang. Sin agregación de coste alguno, le aseguro que, antes o después de la entrega de las urnas a nuestros clientes, este local quedará desratizado, higienizado y como los chorros del oro. A fin de cuentas, y como su friegaplatos principal, se lo debo. Sólo tiene que firmarme este documento.

El Señor Chang miró la hoja de papel detenidamente y por largo rato.

-Galcía, esta hoja está en blanco.

-En efecto. Es una pura formalidad. Firme aquí, aquí y aquí.

El Señor Chang, eufórico y con la guardia bajada, firmó. Mi plan iba a todo trapo. Ya tenía un proveedor de urnas, y la firma del Señor Chang en un documento en blanco. Y, además, y por si todo ello fuera poco, era poseedor de 20 euros, que invertí en el estanco más próximo. En el camino al estanco, tal y como estaba previsto, recibí tres llamadas telefónicas de las agencias que, sin duda, me habían estado siguiendo hasta aquí. La primera de la BURRA.

-Bueno, ya no nos llamamos BURRA, como ya sabrá. Hasta mañana a las 12 am nos llamamos Kalia Vanish Oxiaction -me dijo la voz siempre sensual de Meritxell-. Le llamaba por si ha avanzado algo en sus investigaciones. ¿Sabe algo del paradero de Puigdecabanes?

-¿Le parece que comamos en algún tipo de restaurante millonetis y así le pongo al día? Vendré acompañado de mi asistente. Con usted, seremos tres. Por cierto, póngase la liga XXL, que nos ha de traer un fajo de billetes de un palmo.

La segunda llamada fue de Estadella. Es decir, del CNI.

-García, machote, ¿alguna novedad con Dios o con Puigdecabanes?

-Estadella, Dios va a su bola. Pero sí que tengo novedades respecto a Puigdecabanes. Debemos vernos inmediatamente. Hoy mejor que mañana. Bueno, quizás mejor mañana, que hoy voy a comer copiosamente. Si le parece, quedamos en mi despacho mañana. O, mire, mejor pasado. ¿Sabe qué? Le llamo y ya quedamos.

Y, la tercera llamada fue, claro, de la Brigada Catalana.

-¿Ha localizado las urnas, García?

-Estoy en ello. Pero necesito 20.000 euros para mi informante.

-¿Está loco? Le daré 5.000.

-Ahora mismo le paso, vía mensajito, mi cuenta de Pay-Pal y usted procede. No se demore, que los tenemos rodeados.

Ya tenía la pasta para fabricar las urnas. Yupi.

El día de mañana sería, no obstante, duro. Tendría que conseguir una cita, al más alto nivel, con Puigdemont y Junqueras. Deséenme suerte.

 

Capítulo XIII. En el que el plan prosigue, en un restaurante millonetis

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García prosigue con su plan para encontrar las urnas. Es decir, para fabricarlas 

Volví a casa más contento que un ganadero cuyas gallinas le ponen huevos de a dos yemas. Le dije a Giovanni que se pusiera mono, que hoy íbamos a liarla.

-¿Qué celebramos?

-Que en breve te vas al bar mitzváh del primo Elvis.

-Yupi.

Mientras Giovanni acometía su grand lever -se había levantado hacía poco; tenía esa edad en la que los niños se alejan de la infancia, por lo que duermen como ceporros para, sin éxito, intentar olvidarla-, me fui a pelar la pava con Esparraguera.

Esparraguera estaba en el salón, ensayando nuevas piezas de su repertorio callejero. En el momento en el que me senté en el sofá, estaba dándole a una versión del duetto del Papageno y la Papagena, en el que ambas dos voces eran de castrati. Iba vestido, en efecto, de papagallo gigante. Le mirabas y, más que a un papageno y, en ocasiones, una papagena, parecía una mascota de un club de asociado a la UEFA. Más concretamente, de un club que, además, se había estrellado en un avión, como el malogrado y siempre añorado Torino. Por lo demás, la versión que modulaba su ¿voz? no podía dejar indiferente ni a crítica ni a público. Ni a Mozart, que en esos instantes se revolvía en su fosa común y clamaba al cielo por el maldito momento en el que se le había ocurrido escribir Die Zauberflöte de una tacada. Aquello era atroz. No sólo dañaba los oídos sino que, por sorprendente que pudiera parecer, también las muelas y el mercado de deuda. Su audición evocaba en todo momento a un papageno, sí, pero en instante en el que era, finalmente, capturado por un gato. Atrás y muy lejos quedaba la perfección sublime de la voz de Esparraguera que habíamos escuchado ayer en las Ramblas, cuando el cauce de turistas se abrió para que pudiéramos escapar del faraón Guiri II. No cabía la menor duda de que Esparraguera, en estos momentos, como casi siempre, estaba disimulando su esencia divina, echándole morro. Cuando finalizó, fue más lejos en sus ansias de hacerse el sueco y me miró fijamente, con una sonrisa de oreja a oreja de tonto de pueblo, con la que parecía buscar mi opinión. Que me cuidé mucho de emitir. Esparraguera, finalmente, abrió la boca de la cara y de ella volvió a emanar su voz de pito:
-¿Qué? ¿Qué te parece, García?

-No tengo palabras -Dije, tras 15 minutos buscando palabras-. Por cierto, ¿dónde aprendiste canto?

-No lo dirías nunca, pero soy completamente autodidacta. Del mundo del que vengo, esta música, tan humana, era impensable.

-Del mundo del que vienes, ¿qué música había? ¿Coros celestiales?

-No. Muñeiras.

Cada vez tenía menos dudas sobre la verdadera identidad de Esparraguera. Decidí, por tanto, apretarle los tornillos.

-Por cierto, Esparraguera, ayer, en la ducha, estaba pensando. ¿Cuál es tu segundo apellido?

-Dupont. ¿Por qué?

-Bingo.

-¿Perdón?

-Nada, cosas mías. ¿Y cuánta pasta dices que levantaste ayer en esas actuaciones en las que brindas tu arte al público profano?

Esparraguera se infló de orgullo, como un papageno en celo, y me dijo, henchido de satisfacción:

-20 euros.

Señoras, señores: era el momento de comprobar si, sistemáticamente, Esparraguera me daba la razón como, según Giovanni, hace Dios con los humanos.

-Pues me vienen de perlas. Tengo mi economía en la UVI del Hospital Clínic, y tendría que ir a verla y llevarle unas flores. Para lo cual necesito 20 euros para un taxi. ¿No te importaría, si eso, ya tal?

-Es todo lo que tengo -Dijo, preocupado- ...y hoy iba a comprar partituras nuevas. Pero en fin, para eso están los amigos. Dios proveerá.

-Yo no lo hubiera dicho mejor.

Esparraguera, como un papageno ahorrador, sacó de debajo del ala una bolsa del Mercadona, con monedas de 1 céntimo hasta la cantidad de 20 euros.

-Muchas gracias.

-¿Nos vamos?

Ese era Giovanni que, en efecto, se había puesto mono. Llevaba bermudas, camisa de manga corta y corbata. Le ponías un boli en el bolsillo de la americana y parecía uno de los inventores de la bomba atómica, paseando por Nueva Méjico. Nos fuimos pitando.

-¿Dónde vamos, Papá?

-A un restaurante millonetis. Para que veas, a), cómo nos las gastamos los García y, no menos importante y b), cómo los García podemos comer alimentos lujosos tan tranquilamente, incluso si están en el listado de animales en vías de extinción de la UNESCO.

-Mola. Pero me parece todo muy raro.

Llegamos al restaurant millonetis. Un señor vestido de legionario romano nos abrió la puerta y, en nuestro honor, sacrificó un oso panda y el último dodo del planeta. Nos lo sirvió como apéritif, en mi caso acompañado por un spritz homologado que tiraba de espaldas. Le dije al mâitre el nombre de nuestra reserva. El mâitre se inclinó. Y siguió inclinándose, hasta tocar con sus labios nuestros zapatos, que seguidamente lustró. Nos invitó, posteriormente, a acompañarle al salón. Nada más entrar en él vimos, en un punto discreto alejado de cualquier ventana, a Meritxell. Era un punto discreto, sí. Pero desde ahí Meritxell copaba la sala. El resto de clientes, de tanto girarse para verla, ya iba por el segundo pack de cervicales. Meritxell era, en fin, un festival. Vestía con sobriedad. Llevaba americana y minifalda negra, el uniforme de la agencia Kalia Vanish Oxiaction. Pero lo rellenaba de manera personal y diferente al de cualquier otro agente. Sus piernas, cruzadas, incomprensibles y retorcidas como una columna salomónica, eran más largas que un día sin pan. Si el Señor Chang se hubiera querido suicidar de manera certera, sólo hubiera tenido que subirse sobre los tacones de Meritxell, y lanzarse luego al vacío. Por su generoso escote pugnaban por salirse sus senos, que eran como un par de cachorritos de un animal simpático, pero peligroso. Sus labios, de un rojo que parecía dar nombre al color rojo, eran tan grandes que podrían ocupar, de pleno derecho, un asiento en la ONU. Su cabello, negro como la noche más oscura, brillaba tanto y con tanta intensidad que ya había dejado ciegos a dos camareros. Sus ojos eran del color de las avellanadas de otro planeta. Al volver a verlos, no pude evitar pensar que había visto pai-pais más pequeños que sus pestañas. Sí, es cierto, podría pasarme un plan quinquenal describiendo a esa mujer, en lo que es una prueba de su belleza perpleja y carnal, pero también de mi soledad más absoluta. Para no hacerme el pesado, utilizaré una sola y definitiva imagen. Esa mujer, y ya concluyo, cuando salía a la calle estaba obligada por la DGT a ponerse en la espalda un cartel con este texto: Long Vehicle.

Giovanni se percató también de la presencia de Meritxell.

-No me digas. Me has traído aquí para presentarme a mi nueva mamá.

-Giovanni, hijo, mira a esa mujer y, si tienes pelotas de pronunciar en su presencia la palabra mamá, te pago el doble de lo que ingieras hoy.

Giovanni lo intentó.

-Ostras, pues es verdad, papá.

-Lo que yo te diga. Hemos venido a hablar de negocios. Y a ponernos las botas y, de paso, a que adquieras mundo.

-Hombre, García -Dijo Meritxell-. Y este debe de ser su asistente.

-Es Giovanni. Mi hijo. Intento conciliar. Espero que no le moleste.

Meritxell dio un par de besos a Giovanni. Giovanni se quedó catatónico.

-¿Cómo va la vida, Giovanni?

-Giovanni -Le dije por lo bajini mientras le daba una colleja, para que volviera de la nube a la que había subido-, compórtate como un caballero, tal y como te he enseñado.

Cuando salió de su estupor, Giovanni estuvo al quite y se comportó, en efecto, como un caballero:

-¿Cómo me va? Pues del hipódromo de Ascot al de Chantillí, del de Chantillí al de Ascot, y así todo el día.

Nos sentamos. Escudriñamos la carta. Giovanni fue el primero en pedir.

-Arrancaré con una sopa de almejas de Maine, poco hecha. Seguiré con las tres calidades de caviar, ya sea ruso, iraní, o un max-mix. ¿Cómo está el marisco?

-Tenemos des huîtres rondes de la Bretagne. Estupendas.

-Pues traiga des huîtres rondes de la Bretagne como para una boda. Y espardenyes, la pechuga de una becada al punto, y una lamprea en su jugo. No escatime la trufa negra y, no le digo ya, la blanca. Regaremos todo, generosamente, con un Aquarius.

-Tiene saque el niño -Dijo Meritxell-.

-Está en edad de crecer.

Giovanni concluyó su pedido con un:

-Por cierto, ¿tiene ancas de rana?

-Por supuesto.

-Pues le ruego que pegue un par de saltos y traiga todo rapidito, que aquí se está juntando el hambre con las ganas de comer.

-Veo que su hijo nunca pasará hambre -Dijo Meritxell.

-Si se come todo lo que ha pedido, me temo que no.

Iniciamos en ese punto una conversación ji-jí-ja-já, mientras buscaba el momento y la vía de introducir en la mesa una parte importante de mi plan. Necesitaba una cita con Puigdemont y Junqueras. Y la necesitaba ya.


Capítulo XIV. Meritxell attacks

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García prosigue con su plan. Hoy está con Giovanni y con Meritxell en un restaurante millonetis, y necesita salir con una cita con Puigdemont y Junqueras.

Por la experiencia que me había dado la vida, sabía que, en una conversación, el punto más largo hasta el punto al que quieres llegar, es la línea recta. Así que inicié la típica conversación intrascendente, sofisticada y chic.

-- No quiere irse el calor, eh, cagundena.

-- ¿Hemos venido a hablar del tiempo?

-- Me pareció una buena idea empezar a hablar varios metros antes del tema que nos ocupa. Además, apenas sabemos nada de nosotros. Yo soy un muerto de hambre, ¿y usted? Hábleme de usted.

-- Yo soy lo que ve. ¿Qué ve?

-- Citándola, una mujer que nunca pasará hambre.

-- Pues aunque le cueste creerlo, la pasé. Tuve una infancia feliz, pero distorsionada por el hecho de que mis padres me educaron en el error.

-- ¿Eran creacionistas? ¿Del Real Madrid?

-- Peor. Anarquistas. Y el error al que le aludía es que creían que el dinero no era importante. ¿Sabe lo que es comer cada día una materia insulsa, sin gusto ni sabor?

-- Vaya que si lo sabemos --ese era Giovanni--. Mira, ya vienen las ostras.

Giovanni olió las ostras.

-- Huelen a mar.

Giovanni probó las ostras.

-- Son una explosión de mar.

Giovanni puso sus ojos en blanco.

-- De pronto mi frente se ha quebrado, como dice el Génesis, y entiendo la felicidad de cuando éramos unicelulares y vivíamos en la mar salada, sin más deber que vivir. Intuyo que la vida es un secreto de colores. Y comprendo que tomahawk es una palabra alegre por sí sola.

-- ¿Está bien el niño?

-- Está en la gloria. Nunca había tomado una ostra. Está en trance. Y ha descubierto la perífrasis, que para Ortega era el origen de la poesía. Podemos hablar tranquilamente, que él va a lo suyo. ¿De qué estábamos hablando?

-- De pasta. Tras la carrera, poseedora de kilos y kilos de hambre atrasada, decidí hacerme funcionaria, para evitar así los vaivenes del destino. Opté por la inteligencia policial. Me parecía una antítesis, por lo que creí que no daría un palo al agua.

-- ¿Se confirmaron las expectativas?

-- En términos generales. Ahora, con lo del referéndum, hacemos más horas que un Rolex. A veces dudo de mi elección.

-- Yo dudo entre el frescor del osetra, la esferidad del beluga, o la sencillez perpleja del sevruga--. Este era Giovanni, que le estaba dando al caviar.

-- Y, ya que ha salido lo del referéndum, ¿como se vive por allá arriba?

-- Están acollonits. Pensaban tirar del cuento varios años. Total, estaban en un territorio en el que nada era ni carne ni bacalao, en el que se dedicaban a no hacer nada y a decir cosas que nunca se habían dicho, con lo que la parroquia estaba con la boca abierta. Pensaron que el procesismo era algo así como el catolicismo, otra disciplina que dominaban. Vamos, que creyeron que podrían estirarse hasta el fin del mundo modulando homilías periódicamente, y haciendo lo que les saliera de las pelotas en el interín.

-- Un chollo.

-- Un chollo. Milenario. Hasta que los otros patriotas les empezaron a dar para el pelo. También son católicos, pero más de Cruzada que de homilías en Montserrat. Desde que les amenazaron con tocarles el patrimonio y enviarles al trullo, están más moscas que un pavo en Navidades, si se me permite, ya que estamos, una imagen católica. Ahora se están pegando de leches a ver quién firma la convocatoria.

-- ¿Tanto como eso?

-- Y no firman nada ni hartos de Aromas de Montserrat. Sólo le diré una cosa: tienen tanto reparo en firmar cualquier documento que ayer llegó a la Generalitat un jamón por SEUR, y nadie quiso firmar el recibo.

-- Entonces, ¿las urnas?

-- La única urna que tienen es la que contiene las cenizas de Wilfredo el Belloso, en Ripoll, bello municipio y capital de comarca

-- ¿Y no tienen ningún planete?

-- Sí. Puigdecabanes. Tenía contacto directo con Junqueras y Puigdemont...

-- Ole tú.

-- ¿Perdón?

-- Nada. Prosiga, Meritxell.

-- Pero Puigdecabanes, el único hombre dotado de iniciativa y valentía en todo esto del Procés, ha desaparecido. Para mí que el tal Puigdecabanes no existe. ¿Usted lo ha visto?

-- Con estos ojos que se van a comer los gusanos. Entonces, el desánimo debe de ser llamativo, ¿no?.

-- Lo fue. Pero el mensaje de la Virgen les ha puesto las pilas. Desde que la Virgen lo emitió que están analizándolo. Han movilizado a todos los curas con conocimientos de hermenéutica. Que, como supondrá, son todos. Tienen hasta al padre Apeles, que aquí le llaman Apel·les, dale que te pego.

-- ¿Han llegado a alguna conclusión?

-- La de siempre desde el emperador Constantino. Que Dios está con nosotros. Interpretan que, de alguna forma, si Dios baja a la Tierra, será para apoyar la causa procesista.

-- ¿Y cómo lleva la CUP eso?

-- La CUP está a favor del advenimiento de Dios. De hecho, han pactado con Junqueras y Puigdemont un documento en que fijan que prefieren la llegada del Dios de Isaías, del de San Mateo y, mejor aún, de Krisna. Pero que, si viene a convocar el referéndum, y tiene los huevos de firmarlo, también admitirían, con un sí crítico, al Dios del Antiguo Testamento más homofóbico, racista y skinhead, siempre y cuando, y aquí son taxativos, no se hospede en un apartamento turístico.

-- Entonces, ¿cómo está la cosa?

-- Se han vuelto locos. Jefatura está en asamblea permanente en lo que denominan The War Room, haciendo ejercicios espirituales y rogando al cielo una señal para el referéndum.

-- Y no llega, ¿no?

-- Esta mañana a primera hora, aún no.

-- Pues Meritxell, agárrese, que lo que tengo que decirle le va a cortar el hipo. ¿Y si le dijera que soy poseedor de un plan del propio Puigdecabanes, mi amo y señor, para adquirir las urnas, y que ese plan no implica ir al trullo?

-- Le diría que las urnas son lo más fácil en un referéndum. Falta censo, programa informático, Junta Electoral... Y ganas. Las urnas no son nada. En Tiananmen, por ejemplo, votaban en cajas de Surtido Cuétara.

-- Sí, algo he leído al respecto. Pero estoy convencido de que sus superiores recibirían esta noticia como agua de mayo. Por fin pasaría algo. Algo que no fuera una homilía, quiero decir.

-- Me temo que sí. ¿Por cuanto nos saldría la ganga?

-- Por 500.200 euros.

-- ¿Por 8.000 urnas?

--Las harían unos científicos chinos.

-- ¿Y los 200 euros que me endosa tras los 500.000?

-- Es que querría invitarla a cenar, Meritxell.

A Meritxell, en ese momento, le dio un ataque de risa. Reía como una gorda. Todo el salón, en ese momento, se puso a buscar con la mirada la versión gorda de Meritxell. No la veían por ningún sitio.

-- Me gusta su estilo, García. Respecto a su business, no lo puedo asegurar, pero es una propuesta tan irreal y deshonesta que, me temo, la respuesta será sí. Deme unas horas.

-- El caso es que necesitaría cerrarlo directamente con Puigdemont y Junqueras, a quienes debería ver, a más tardar, mañana. Son órdenes explícitas de Puigdecabanes, que me llama cada día desde New York, y no sabe a lo que sale la conferencia.

-- Tomo nota. Por cierto, García, otra cosa...

-- Soy todo oídos.

-- Tenga cuidado. No sólo con la estafa que va a hacer en nombre de ese tal Puigdecabanes, que sólo conoce usted, y de la que puede salir airoso, por cierto. Tenga cuidado también, y mucho, con el CNI.

Meritxell me estaba advirtiendo de algo de lo que no tenía por qué advertirme.

-- Tenemos interceptadas sus comunicaciones. Y les importa un bledo las urnas y Puigdecabanes.

-- ¿Qué es lo que les importa?

-- Dios. Quieren a Dios. De alguna manera creen que Dios ya está aquí, que está en Barcelona y que está muy próximo a usted. Quieren capturarle, y usted es el señuelo. Estos también han tenido a Dios de su parte desde siempre, y ahora lo quieren tener en sus manos, literalmente. Ándese con ojo.

Giovanni estaba llorando de emoción, con un cacho de trufa blanca en la comisura de sus labios.

-- Una trufa es todo el bosque en tu boca.

-- Hijo, vamos, ya pasó, ya pasó.

Vino la factura. Tenía tantos números que podría ser un cupón de la ONCE. Meritxell se sacó la Generalitat Express de la liga. Yo puse la propina. Unos 20 euros en monedas de céntimo.

-- Nos ha costado la torta un pan--dijo Meritxell--. Hasta fin de trimestre, los mossos tendrán que perseguir a los malos en Uber. Espero que lo que me ha dicho les sirva a los jefes.

Momentos antes de irse, Meritxell volvió a abrirse la raja de la falda, enseñando al mundo otra vez su liga, e inundando el salón con un aroma de flores. De la Liga, a su vez, extrajo 20 euros.

-- Tenga, para un taxi, me temo.

-- Muchas gracias.

-- No las merece. Ya le dije que, de pequeña, se me educó en el error de que el dinero no importa.

Vimos irse a Meritxell por el salón. El ruido de sus tacones sobre el suelo parecía el sonido del corazón del planeta, que latía. Y, por cierto, estaba muy contento.

-- Esa señora es como la trufa, como las ostras.

-- ¿Algo lejano?

-- No. Cuando te explotan en la boca, una trufa y una ostra son algo más grande e incomprensible que una trufa y una ostra.

Volví a girarme para volver a ver a Metitxell. Copado por su belleza, me acordé de Quimetta. Justo en ese instante subieron hasta la mesa una ratones. Como que era un restaurant millonetis eran ratones de raza, mitad afgano, mitad modelo sueca de bikinis. Empezaron a cantar el estribillo de Vete, de los Amaya. Espanté a los ratones con la servilleta antes que Giovanni se coscara.

Bueno. Todo iba bien. O, según como le diera al CNI, todo iba mal. En eso sonó mi teléfono. Era Estadella, del CNI.

 

Capítulo XV. El CNI y la vida, que se complica


RESUMEN DE LO PUBLICADO: El plan de García para fabricar las urnas y sacar tremenda tajada, va a tutiplén. Todo va bien. Tal vez, incluso, demasiado. Pero en eso, García se entera de que el CNI quiere algo de él que aún no le ha dicho. Quieren a Dios.

Solucioné en el restaurant millonetis la llamada de Estadella. Que se la resumo. Estadella no veía avances en mis investigaciones, por lo que se impacientaba. Le paré el carro y quedé con él, avant la nuit --rayos, llevaba tanto tiempo en este restaurant que ya hablaba como un segundo plato--, en mi despacho. Me pareció percibir, a través del auricular, que Estadella estaba más contento que unas castañuelas por volver a mi despacho. Giovanni, a su vez, también solucionó sus compromisos sociales, vía wasap. Esta noche había quedado para cenar y dormir en casa de Jordi, su amigacho de clase. Llegué solo, pues, a casa. Aún tenía una hora, tal vez dos, hasta la cita con Estadella. Por lo visto emplearía ese tiempo en hablar con Núria. Núria, de hecho, estaba en la cocina, acariciando el cabello a un Pepé inconsciente, que tenía la cabeza apoyada, respectivamente, sobre la mesa y sobre un charco de baba. Núria tenía frente a sí un vaso de whisky DYC. Y otro, aún vacío, lo supe al instante, dispuesto para mí. Su perfil nunca jamás había sido tan románico, ese estilo que fabricaba estatuas como churros, pero todas con una expresión que nunca sabemos si es de seriedad o de guasa. Antes de empezar a hablar, Núria llenó mi vaso.

-- Tenemos que hablar--, me dijo.

Oh, no, pensé para mis adentros. Bueno, espero haberlo dicho para mis adentros.

-- ¿Cómo va la vida, Núria?

-- Va, pero hoy me ha ocurrido una cosa curiosa.

-- Soy todo oídos.

-- Lo sé. Ahí va. Salía la mar de contenta de casa, rumbo a ese estúpido trabajo alienante que tenemos todos cuando, de pronto, me ha pasado algo que no es del todo normal.

La cosa prometía.

-- Concretamente, un par de señores de negro se me han acercado por la espalda, me han dado un golpe con una cachiporra y me han metido en un saco. Me he despertado en una suerte de checa, atada a una silla. Los dos señores de negro, y otro, que era un abuelete con lamparones y que se hacía llamar Leyenda Viva del Periodismo Español, me han interrogado durante un par de horas. Incluso me han chutado pentotal.

-- Eso es terrible. Lo siento.

-- Bueno. El pentotal mola. Me preguntaban por mi verdadera identidad. Creían que era Dios. Tras desatarme una mano e introducirla en una copa de agua para ver si se transformaba en vino, se han rendido a la evidencia, han dado la causa por perdida, y me han dejado en libertad. No sin antes hacerme prometer que no diría nada de lo acaecido, promesa que estoy rompiendo ahora mismo. En el interrogatorio, por cierto, los dos hombres de negro y el abuelete repetían mucho tu nombre.

-- ¿Y qué decían?

-- No lo sé. Estaba hasta las trancas de pentotal. Te preguntarás por qué te digo todo esto. Bueno, ya sabes por qué te lo digo. Verás, en esta casa Esparraguera nos trajo el candor, Giovanni la inocencia, Pepé, el alcoholismo. Y tu, me temo, el CNI. Y eso no me cabe ni entra. Tendrías que hacer algo al respecto.

Me miró fijamente. Una estatua románica mirándote fijamente acojona. Pero Núria tenía más razón que un santo. Románico.

-- Núria, dame 48 y limpio el piso de CNI.

-- Te lo agradezco. Yo, como comprenderás, me voy a tomar esas 48 horas de vacaciones. Igual me voy a casa de mi prima, en Vidreres. Sería fantástico que, cuando vuelva, esta casa, a la que siempre eres bienvenido, esté desceneizada.

-- Cuenta con ello--, dije, tan ricamente y como si fuera fácil.

Núria apartó la mano de la mata de pelo francesa de Pepé, se levantó, me besó ambas mejillas, cogió una maleta que había debajo de la mesa y, en ese preciso instante, se piró.

Tenía un marrón no previsto y que podía arruinar mi Plan Infalible, si no la paz de mi hogar. Empecé a meditar una solución, arriba y abajo del pasillo. En uno de mis arribas y abajos, me topé, por cierto, con Esparraguera, que salía del lavabo, vestido de Papageno. No viene al caso, pero espero que ese disfraz tenga bragueta.

-- Hombre, García--, me dijo, sonriente, y a través de su voz de pito.

Decidí, antes de seguir con la fabricación de mi plan, volver a testar la divinidad de Esparraguera, algo fundamental para este y para cualquier tipo de plan en la vida.

-- Hombre, Esparraguera. Dichosos los ojos. Oye, ¿no tendrías 20 euros para un taxi?

-- Pues hoy no, francamente. Ha estado la cosa floja.

Aproximé mi rostro al de Esparraguera, amenazante. Y volví a emitir mi solicitud.

-- Que me des 20 euros, notas.

Esparraguera, en ese momento, moduló cara de canguelo. Se sacó un zapato, y de él, un billete de 20 euros.

-- Es mi reserva federal. Lo tenía ahí para una urgencia, o por si algún día me proponían matrimonio.

-- Muchas gracias, Esparraguera, eres un solete--, dije mientras cambiaba a modo enrollado. Creo que, incluso, le di un beso en la frente.

Bien. Esparraguera era Dios, y era evidente. Pero eso no me ayudaba mucho en ese instante. Quizás, incluso, acrecentaba la tensión y la responsabilidad. Debía de idear la manera de librar al pobre Esparraguera del CNI. Y, sin la pasta que cobraría tras la culminación de mi Plan Infalible, que pensaba utilizar en parte para enviar a Giovanni a Can Primo Elvis, no había tu tía. Decidí irme al Club de Cannabis Luxurious, a acabar de organizar mis ideas.

Organicé --ordenador, marlboro, cenicero, cortadete, vichí-- la mesa de mi despacho. Y decidí matar a Puigdecabanes. No sé muy bien por qué, pero me pareció que el resto saldría solo. Hice, al respecto, tremendo articulazo, narrando con todo detalle la muerte trágica de Puigdecabanes. Era, tal vez, el mejor artículo que había escrito en mi vida. Al concluirlo, estaba llorando por la emoción del testimonio humano. Envié el artículo al diario y, al levantar la vista, aún con los ojos llorosos, me encontré que, frente a mi, y desde vete a saber cuándo, estaba Estadella.

-- Coñe, Estadella, vaya susto.

Estadella me explicó que llevaba cinco minutos observándome, que era todo un espectáculo ver trabajar a un periodista de raza, y que las chicas Bond le habían dejado pasar, sin pagar los 500 euros preceptivos, con tan sólo enseñar el carnet que le facilité el otro día.

-- He movido mis hilos. No sabe lo que me ha costado--, dije--. ¿Y qué le trae por aquí?

-- Urnas, Puigdecabanes, Dios. ¿Recuerda?

-- Sobre Dios tengo buenas noticias. En breve le podré pasar un nombre. Pero lo gordo, lo bestia y aquello por lo que me acabará pagando pasta gansa, es lo de las urnas y lo de Puigdecabanes.

-- Cante--, dijo, sin mucho interés. Era evidente que lo de las urnas y lo de Puigdecabanes se la traían floja. Si quería vender el pescado, debía esforzarme.

-- Tenía usted razón. Hay un hilo tenue que une urnas, Puigdecabanes y Dios.

-- ¿Lo ve?

-- El problema es que cada una de esas casillas lleva a la otra, por lo que debemos recorrerlas todas.

Estaba improvisando un plan, que se tenía que superponer a mi Plan Infalible anterior. De pronto, en mitad de mi jam-session de trolas, vi una luz, y todo adquirió cuerpo.

-- Verá. Puigdecabanes ha muerto.

-- ¿Eso es cierto?

-- No. Pero me ha obligado a escribirlo. Verá, eso no se lo dije, pero ahora que tenemos confianza se lo puedo contar. Soy un esbirro de Puigdecabanes. El único con graduado escolar, lo que me da cierto acceso al personaje, por lo que sé sus planes. Quiere simular su muerte, desaparecer y rajarse del asunto Procés. Ve demasiado peligro. El acoso del CNI está dando sus frutos.

Noté como el pecho de Estadella se inflamaba por el orgullo.

-- Pero aún podemos pillarlo. Tan solo hay que ir a los Estados Unidos y convencerle de que no hay peligro. Si voy y le vendo la moto, Puigdecabanes vendrá, fijo. Y con él, 8.000 urnas, que usted interceptará junto al enemigo público número 1.

-- ¿Y pretende ir a Nueva York?

-- No. A Los Ángeles, donde ha desplazado su cuartel general. Necesito los billetes para salir mañana mismo y volver en un plis-plas.

-- ¿Los billetes? ¿Va a ir acompañado?

-- Se trata de una misión peligrosa. Me juego el tipo. Iré acompañado de mi guardaespaldas. Una mole. Puro peligro. Apunte el nombre para el billete, que luego le paso el DNI. Jesús Esparraguera i Dupont, alias El Papageno. Por mi parte, viajaré con el nombre en clave por el que Puigdecabanes me conoce. Apunte. Giovanni García. Necesitaremos, por otra parte, algún tipo de provisión de argent de poche, para ir tirando en L.A. Apunte, 5.000 pepinos.

-- Giovanni García... 5.000 pepinos...--, repitió Estadella mientras lo apuntaba en su bloc de notas de Leyenda Viva del Periodismo Español--. ¿Eso es todo?

-- No. Para que el plan transcurra con éxito necesitamos 200.000 euros. Tranquilo, me los pagará el día en el que le entregue las urnas y a Puigdecabanes.

-- ¿Y eso?

-- Eso es lo más divertido. Es el soborno que le tenemos que dar a Mister Chang para que traicione a su jefe. Está todo contemplado en este contrato con efectos legales, en el que Mister Chang pide lo habitual en estos casos. Vamos, 200.000 pepinos y la garantía de que no habrá causa penal. Firme, por favor, aquí, aquí y aquí para hacerlo oficial.

Estadella, guau, lo hizo. Firmó el documento que, previamente, el Señor Chang había firmado cuando era una hoja en blanco y que, posteriormente, había rellenado yo con estas manitas. En el contrato se especificaba lo ya dicho, más el hecho de que Mister Chang entregaba también al CNI todos sus ratones inoculados con el virus de la resaca. El CNI debía retirarlos y desinfectar el local. Sí, soy un hacha.

-- ¿Y Dios?

-- Para entonces ya tendré un nombre, que me facilitará Mister Chang, un hombre muy místico. No ha sido fácil, por cierto. Por un tiempo pensé que Dios era Núria, mi compañera de piso--, dije, para hacerme el interesante y el tipo al día.

-- Sí, nosotros también.

-- Pero ahora me atrevo a suponer --empecé a improvisar al respecto; quién sabe si, finalmente, apostaría por esa vía-- que tiene aspecto oriental. Creo que se llama Cu-ñao. Pero no me haga mucho caso. Por mi parte, eso es todo.

-- Por la mía no.

Estadella se puso serio. Empecé a temer que mi plan no hubiera colado. Socorro. Estadella prosiguió:

-- No puedo seguir, ni un segundo más, impasible a los rayos de sus ojos, que me invitan al amor y a la conexión con el mundo. ¿Sabe lo que significa Kuit-prokuo en manchú? ¿Qué le parecería si…?

Falsa alarma. Estadella volvía a estar colocado. Y, a los pocos segundos de decir esas palabras, ceporro. Yo también creí estar de la misma guisa cuando vi, sobre la mesa, cuatro ratones, cantando el estribillo de Tears dry on their own, gran copla soul de WinehouseEmpecé a buscar en ese instante, por todos los rincones y ansioso, una nueva aparición de Quimetta. Pero no la vi. A quién vi fue a Mòquina. Iba vestida de chica Bond del Club de Cannabis Luxurious, y se acercaba hacia mí abandonada a su propia velocidad. Era bella como una nube y caminaba como una nube.

Pronunció mi nombre en varias ocasiones. En las que, consciente de mi cuelgue, esta vez no contesté. Finalmente, Mòquina me pegó una bofetada. Era real. Dolía. En efecto, era Mòquina, de carne y hueso.

-- Hombre, Mòquina, con las prisas no te había visto ¿qué haces por aquí?

-- He pillado un curro. Trabajo aquí. ¿Todo bien?

-- Todo bien. ¿Y tú?

-- Bien. Bien.

Mòquina se alejó de mi, taciturna, como siempre. Pero, también como siempre, se detuvo. Meditó algo, y volvió.

-- Salgo a las 11. ¿Quieres que durmamos juntos?

Con todo el aplomo del mundo, le contesté lo siguiente: Ñkjbafeihnklzvc.

 

Capítulo XVI. García y la gracia

RESUMEN DE LO PUBLICADO: El Plan Infalible de García parece superar los primeros inconvenientes, que son muchos y vinculados al CNI. Pero ahora García se enfrente a otro reto intelectual. Mòquina le ha propuesto pasar la noche juntos.

Les recuerdo la magnitud de la tesitura. Club de Cánnabis Luxurious. Mòquina trabajando de chica Bond. Mòquina que se me acerca. Mòquina que se me aleja, taciturna, como siempre. Mòquina que se detiene, que medita, que vuelve y que va y me dice:

-Salgo a las 11. ¿Quieres que durmamos juntos?

A lo que aquí, el andoba, con todo el aplomo del mundo, le contesta lo siguiente:

-Ñkjbafeihnklzvc.

-¿Eso es que sí?

-Sería que sí si mi piso no fueran las Galerías Lafayette. Allí, ni hay intimidad, ni se cabe.

-Tranquilo, García. Hoy no puedo dormir sola. Hablaré a la oreja de los Dioses. No habrá nadie en casa esta noche.

Lo dijo como si, en verdad, supiera donde está la oreja de los dioses esa. Me sorprendió, por cierto, que utilizara esa alocución, tan común en la Grecia arcaica y clásica en el trance de aludir a cambiar el destino. Esa chica, en fin, tenía estudios. Mòquina, indiferente a mis orejas, enrojecidas por el estupor, se volvió a alejar y se perdió entre la clientela del Club, sobre la que sobresalía -Mòquina era muy alta- dos palmos.

La verdad, Mòquina acojonaba. Me explico. Si Núria tenia trazos de estatua románica, Mòquina era, literalmente, un Botticeli. Y eso da cague, en tanto el Románico como el Renacimiento son estilos certeros, que van en serio, que no se andan con chiquitas y que te miran a los ojos, por lo que no resultan indiferentes. Mòquina no sólo era, además, una figura Renacentista con tacones, sino que, literalmente, por si no lo había dicho, era el doble -o, glups, el triple- de Simonetta Vespucci, la modelo que inspiró 'El Nacimiento de Venus', 'La Consagración de la Primavera' y otro cuadro que Botticeli lanzó a la Hoguera de las Vanidades, cuando Savonarola, y que se titulaba 'Rayos, me estoy cagando en las calzas verdes al ver a Simonetta Vespucci con el rabo del ojo. Imagínate con el otro'. No les digo más. Su belleza era absoluta y se sustentaba en la perfección, esa cosa tan poco humana. Por hacer una comparativa, siempre odiosa, la belleza de Mòquina, descomunal, estaba asentada en la proporción áurea, esa cosa tan divina, mientras que la belleza de Meritxell, brutal, estaba asentada en el exceso y el mucho de todo, esa cosa tan humana. Mòquina era una fuente, una sorpresa incomprensible de la naturaleza, mientras que Meritxell era un kiosko: en muy poco espacio había de todo. Hasta mecheros. El frío y el calor, ahora que lo pienso, son dos extremos que se parecen en sus consecuencias, pero no en su esencia.

Si por mi fuera, en ese mismo instante hubiera abandonado la partida, y me hubiera ido pitando a casa, hasta ubicarme debajo de la cama, con un osito de peluche, que es lo que me pedía el cuerpo. Pero, lamentablemente, le había dado a Mòquina mi Ñkjbafeihnklzvc, y mi Ñkjbafeihnklzvc era sagrado, por lo que tenia que estar al quite. Decidí irme a casa, sí, pero a ponerla mona. Y que fuera lo que Dios o/y Esparraguera decidieran. Antes, dejé un post-it en la frente de Estadella, repasando las labores que le había encargado. Pasta y billetes.

En casa, que habitualmente era como la casa de la Bernarda, sorpresivamente no había nadie. Alguien, en efecto, había hablado a la oreja de los Dioses, de manera que habían procedido con diligencia. Ordené el cuarto, que era una leonera, y fui a ponerme mono, frente al espejo del lavabo. Lo que me obligó a observar mi rostro por primera vez en meses. No me gustó lo que vi. Vi un pelanas, con unas gafas pegadas con esparadrapo en el puente. Eran, además, unas gafas de mujer. Quimetta y yo gastábamos la misma graduación. Hacía un año que se me rompieron mis gafas y, en ese tiempo, por h o por b, no había tenido para un plan renove. A través de las lentes de Quimetta pude acceder, de pronto, a su punto de vista. Parecía el Jhonson, célebre artista de varietés de El Molino de los 70's, que renovó la tradición, tan barcelonesa, del mariquita gracioso. Vi también un tipo en la estacada, sin futuro alguno, lo que acostumbra a borrar también su pasado. Un tipo con el que no se podía contar para salir de la miseria, o para ir a navegar en un patín a vela un atardecer de verano. Vi alguien del que huir, y al que retirarle toda la complicidad. Sentí, sobre mis hombros, toda la soledad del universo. Y me di tanta pena que hasta yo mismo me hubiera dado 20 euros para un taxi. En eso escuché una canción preciosa. Eran los ratones, que estaban, bajo el espejo, cantando otro estribillo de Los Amaya: Decidle a ella que vuelva / que vuelve, que vuelva / conmigo otra vez. Los ratones estaban resultando en mi vida una suerte de coro griego en un drama. O, ahora que lo pienso, una suerte de coro de ratones como el que sale en Babe, el cerdito valiente, marcando los actos. Los Amaya, si bien no viene al caso, son el do de pecho de la rumba barcelonesa, fundada por Peret a través de sus plagios de Beni Moré, y desarrollada por pollos como el Pescaílla, un gran ideólogo. Cuando he vivido fuera de Barcelona siempre la he recordado a través de ese tipo de rumbas lentas, que evocan una ciudad macarra, dura, injusta, bella, repleta de buscavidas, como el Johnson o como yo. Dios, como amo a Barcelona. En eso vi algo por el rabo del ojo que me acojonó. Era, claro, Mòquina. ¿Cómo había entrado? Puse una toalla sobre los ratones, antes de que Mòquina los viera. Un ratón dijo: vaya, ya es de noche. Otro dijo: pues vaya día más corto.

A su vez, Mòquina tomó la palabra:

-Hola.

-Hola.

-¿Vamos a la cama?

-Ñkjbafeihnklzvc.

Fuimos, sin hablar, hasta el dormitorio. Si alguien me hubiera visto, hubiera pensado que me llevaban a galeras, y no a dormir con un pimpollo. Allí, me senté en una silla y observé como Mòquina se quitaba el uniforme de Chica Bond. Lo hacía sin pasión, si bien con una gracia extrema. Cualquier movimiento suyo era, en verdad, interesante. Sus senos eran como manzanas. Tal vez eran las dos mitades de la manzana que Paris le entregó a Afrodita. Su vientre era pálido y angular, el fruto de su vientre era una fresa, y su piel de alabastro. Se quitó las medias. Cuando ambas dos estaban en la punta de sus pies, parecía que en ambos pies flotaran sendas nubes.

Yo me desnudé y acudí a ella. Nos abrazamos. No encajamos y nos volvimos a abrazar. Así tres veces. El último abrazo tampoco encajaba, pero ahí fue donde nos detuvimos. No notaba nada en aquel abrazo, salvo mi tristeza. En breve noté que no era sólo era mi tristeza. Ella también estaba absolutamente triste.

-No encajamos -Dijo.

-No. No encajamos.

-No pasa nada. Es difícil encajar.

Nos separamos. Ella se fue a la cama y se metió en ella.

-No pasa nada -Volvió a repetir-. Los dos añoramos otro cuerpo. Que nunca más volveremos a abrazar. Durmamos.

Dicho eso, se metió el pulgar en la boca. Cerró los ojos y, en ese instante su pelo, liso, se tornó levemente rizado. La estuve contemplando unos instantes. Era absolutamente bella. Podrías pasarte una vida mirándola, como quién mira el mar o una hoguera. Pero también era absolutamente triste. Mòquina me habló. Sin abrir los ojos y sin sacarse el dedo de la boca.

-Ven. No tengas miedo. Nada malo puede pasarte a mi lado. ¿Sabes ya quien soy, no?

-Sí. Mòquina.

-No. Mi nombre verdadero es Afrodita. Venus, para los romanos. Vosotros sois romanos, ¿no?

Me metí en la cama. Con Venus. Y, me dije, collons, estás durmiendo con Venus. Le puse una mano en su cadera. Era blanda y dura, fría y cálida.

Ella se quedó KO en un instante. Yo no pude dormir. Varias horas después me levanté. Fui a fumar a la cocina, el punto de fume pactado con Núria. Allí, para mi sorpresa, me encontré a Pepé, también KO, pero por otros motivos. Y, sorpresa, a Núria, que acariciaba el cabello de Pepé.

-Núria, ¿no estabas fuera?

-A mi ningún Dios me dice a la oreja lo que tengo o no tengo que hacer.

Me senté al lado de Núria. Estaba con su DYC. Me ofreció otro. Estaba, a su vez, como siempre. Simpática y adorable.

-Qué, te has ido a la cama con Mòquina, ¿no?

-Pues sí.

-¿Para qué? No encajáis.

 

Capítulo XVII.  L.A., My Lady

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García ha pasado la noche con Afrodita, Venus, para los amigos. Y espera pasar la mañana con, todo lo contrario, Puigdemont y Junqueras.

Núria y el menda le estuvimos dando al DYC durante un rato, en silencio, hasta que decidí --¿a quien no le ha pasado?-- volver a dormir con AfroditaFue al levantarme cuando Núria volvió a abrir la boca de la cara.

-- Por cierto, García, querría comentarte un aspecto.

-- ¿De qué se trata?

-- Esparraguera.

 -- Dime.

 -- Está acojonado. Hoy no ha querido venir a dormir a casa. Dice que cada vez que le ves le chuleas 20 euros. Yo le he dicho que no eres así. ¿No eres así, verdad?

-- Estadísticamente no, pero...

Iba a explicarle a Núria que había estado testando la identidad divina de Esparraguera. Pero decidí acabar arreando con la conversación.

-- ...pero creo que Esparraguera ha confundido mi singular gracejo con un caso, de libro, de bulling, denunciable en fiscalía. Mañana --me miré el reloj--, es decir, hoy mismo, pienso no sólo pedir disculpas a Esparraguera, sino invitarle, con gastos pagados, a unas vacaciones en California. Por cierto, y en otro orden de cosas, creo que puedes dar por concluidos nuestros problemas con el CNI.

Volví al cuarto. En la oscuridad vi la brillantez del cuerpo de Afrodita durmiendo. Me senté en una silla, a observarla. Estuve así hasta que salió el sol, en ese momento, de la nada surgieron dos amorcillos, que empezaron a volar, alegres, en círculos sobre Afrodita. Afrodita se despertó, emitió un bostezo muy gracioso y se incorporó. Medio dormida, se dejó vestir por los amorcillos que, revoloteándola, la vistieron. En un vuelo de colibrí, uno le puso el péplum, y otro la túnica. Estaba bellísima. Se miró en el espejo del dormitorio. Puso cierta cara de fastidio.

-- De humana, vestidme de humana.

Los amorcillos chistaron, le quitaron la vestimenta y le pusieron ropa desaliñada del siglo XXI. Luego, uno de los amorcillos la despeinó, hasta que Afrodita fue convertida en Mòquina. Los amorcillos desaparecieron. Mòquina se sentó en la cama, frente a mí.

-- ¿Un pito? -Dije, ofreciéndome uno de mis marlboros.

-- Venga ese pito.

Estuvimos fumando en silencio. Invertí, por mi parte, el fume, en volver a estar consciente de que estaba, ni más ni menos, ante Afrodita, la hija postmortem de Cronos, la hermana menor de Zeus, nacida de la espuma de mar en las costas del actual Chipre. Se dice rápido. Podría decir que nunca se tiene un Dios delante para entablar conversación. Pero, en las últimas semanas, ese no había sido mi caso. Aún así, inicié la típica conversación Dios-mortal.

-- ¿Qué se siente? Quiero decir, ¿qué recuerdas de tu nacimiento, en el mar? ¿Qué eras antes?

-- Recuerdo estar entre la espuma de las olas, era como un ser unicelular, sin más deber que vivir. Bueno, básicamente sigo siendo eso, pero en pluricelular. Recuerdo que el mar tenía el gusto de una ostra cuando explota en el paladar. Una ostra es algo complicado. Es algo más importante que una ostra. Por eso, determinadas zonas de los humanos tienen gusto a ostra. De pronto, tuve la necesidad de ser yo. Y nacía. El resto ya lo conoces. García...

-- Dime, Afrodita.

-- Soy, como sabrás por tu EGB, diosa del amor. Por lo que me permitirás darte un consejo. El amor es como el oro.

Dios, que frase más trillada, pensé.

-- No es una frase trillada. Escucha. El oro, todo el oro de la Tierra, no es de la Tierra. Proviene del espacio. Vino en forma de meteoritos, que penetraron la corteza terrestre, cuando aún no existía, y sembraron el subsuelo de oro. El oro no es de vuestro planeta. Por lo que nunca os acostumbraréis a él. De hecho, metéis la pata continuamente con el oro, hasta el punto de haber creado, no sé, el FMI, o la Cuenta 1,2,3 del Santander. El amor, es un poco lo mismo. Lo traje yo. Y yo no soy humana. No es extraño, por eso mismo, que siempre os hagáis la picha un lío con el amor. Disfruta de él, y nunca sufras por él. Recuerda que no es humano. Yo os envidio por ese hecho. Para mí son tiernas vuestra rupturas. Vuestro dolor de amor para mí es un cosquilleo que habla de vuestra ternura. Es normal, en fin, que el amor choque contra vuestra fragilidad. La fragilidad es vuestra condición. No estáis preparados ni para los mosquitos. Imagínate para el amor.

Y, luego, dijo algo enigmático. Y, aún no lo sabía, fundamental en esta historia.

-- Para problemón con el amor, el mío.

Salimos. Núria ya estaba en el sobre, y Pepé se había volatilizado. Le preparé unos huevos fritos a Afrodita. Por extraño que pudiera parecer, Afrodita tenía saque por las mañanas, por lo que se veía. Luego se fue al Club de Cánnabis Luxurous. Quería ser la primera en llegar porque, según me dijo, era muy aparatoso cuando, en el vestuario, los amorcillos la vestían de Chica Bond. Cuando partió, estuve leyendo la prensa en la pantalla rota de de mi iphone, hasta que sonó el portero automático.

-- ¿García?

-- Sí.

-- Mensajero del CNI. Que traigo un paquete.

Bien. Mi plan iba viento en popa. El mensajero subió, me dio un paquete, y me hizo firmar en una pantalla táctil que, como siempre, no funcionaba. Después de mucho garabatear, sólo admitió la firma de Luis XIV, y el DNI de Sergio Ramos. Otra vez a solas, comprobé el contenido del paquete. Eran, en efecto, los billetes a L.A. para Giovanni y Esparraguera y 5.000 euros. Yupi.

El primero en volver a casa fue Giovanni. Le expliqué que se piraba, ahora mismo, al bar mitzváh del primo Elvis. Y le expliqué las reglas del juego.

-- Coge esto.

-- ¿Qué es? No había visto esto nunca.

-- Se llama 5.000 pepinos. Es para vuestros gastos.

-- ¿Nuestros? ¿Quién me acompaña?

-- Esparraguera, aka Papagino. Dale alpiste tres veces al día. Y, quién dice alpiste, dice ostras, esa cosa más importante que las propias ostras. Cuida de él, que es un buen tipo, si bien un poco raro. Tómatelo como el hermano pequeño que se cayó de la cuna de cabeza que todos hemos querido tener. Y, por la gloria de tu madre, que no cante el Ave María en el bar mitzváh, u os tendréis que ir por piernas hasta Tijuana. Por lo demás, pásatelo bien. Come y triunfa. 

Cogí, de un cajón, una bolsa del Mercadona. Se la entregué solemnemente.

-- Toma, hazte la maleta. Y rapidito.

Mientras Giovanni estaba en ello, Esparraguera volvió a casa. Fui a recibirle. Venía vestido de Papagino, y traía una caja de cartón debajo del sobaco. Era evidente que había sido su cama esta noche. Nada más verme, puso cara de canguelo. Buscó, desesperadamente, algo debajo de su ala. Me lo entregó en actitud suplicante, mientras me decía:

-- García, sólo llevo 5 euros. Pero no me pegues.

Acepté el donativo. E, inmediatamente después, le expliqué lo de L.A. El pobre Esparraguera empezó a darme besos por todo el rostro. Eso me inundó de amor, esa cosa que no era humana, según Afrodita, en una teoría que estaba confirmando yo mismo en ese preciso momento, cuando, sin poderlo remediar, empecé --lo siento, pero es que estaba a huevo-- a tomar el pelo a Esparraguera.

-- Es importante que acudas, vestido de Papagino, a un local de música en directo que se llama Whisky a go-go, en L.A, donde empezaron The Doors, u Otis Redding. Pregunta por el manager, diga que va de parte de García y pídele un casting. Si es como yo, sabrá reconocer a una estrella.

Esparraguera ya estaba en éxtasis de agradecimientos mil. Giovanni, un santo, se lo llevó de la mano. Salí con ellos hasta la calle. Pedí un taxi con un movimiento perpendicular de brazo.

-- ¿Vamos a L.A. En taxi? Te va a costar un huevo, García -- Dijo Esparraguera, antes de empezar a besarme los pies.

Los metí en el taxi. Y, acto seguido, me fui a Ta Puta Mare Feliç, a ver como iban las urnas. Iban, por cierto, de película. El Señor Chang y su cuñado, para demostrar la solidez de su producto, se subieron a una, sobre la que desarrollaron una aparatosa tabla de movimientos marciales de los monjes Shaolín, que finalizó con el Señor Chang dándole una patada en los huevos a su cuñado. El truco consiste en un complejo sistema de concentración, que evita el dolor. Era un complejo sistema de concentración que, por otra parte, el cuñado del Señor Chang, desconocía. Por lo que quedó doblado en el suelo. En su mandarín clásico, el cuñado pudo articular las siguientes palabras:

-- Cagon-to.

-- Cagon-to, en mandalín, significa...

-- Me hago a la idea, Señor Chang. ¿Cree que podemos contar con todo el pedido para mañana por la noche?

-- Mañana pol la noche no ploblema. Hoy -- Miró a su cuñado, revolviéndose en el suelo-- lo veo chungo.

-- Bien. Ya le indicaré el punto de entrega. Cuento con usted.

En ese momento sonó el teléfono. Era Meritxell. Esperaba esa llamada con ansiedad.

-- ¿García? Los jefes han accedido a su cita. Nos esperan en la War-Room en una hora. Ahora mismo paso a buscarle en Uber. ¿Me da una dirección?

Le di las coordenadas del restaurant del Señor Chang.

-- Meritxell, ¿qué relación tiene con los roedores?

-- Relación de pánico histérico, ¿por qué?

-- Toque el claxon, y no entre, entonces.

Bien, en breve tendría delante de mis narices a Puigdemont y a Junqueras, y mi plan se jugaría el todo por el todo. Hagan sus apuestas.

 

Capítulo XVIII.  War-Room

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García se juega su plan para encontrar --y, de paso vender-- las urnas que todo el mundo busca. 

 

El Señor Chang y el menda estuvimos reanimando al cuñado del Señor Chang, que se retorcía en el suelo.

-- Poble cuñado. Creo que le he aplicado, sin quelel y de golpe, la honolable doctlina del único hijo.

-- No se ponga en lo peor, Señor Chang. Y, si pasa, siempre puede comprarle un disfraz de papagino, y reconvertir el restaurant en restaurant-espectáculo.

En eso sonó un claxon a las puertas del restaurant. Era Meritxell. Aproveché esa señal para hacer lo que mejor se me da. Huir del escenario de un marrón cuando la cosa se complica.

Meritxell, en efecto, estaba en un Uber, sito delante del negocio del Señor Chang. Al abrir la puerta del Uber me llegó el olor a flores y avellanas de Meritxell. Y al entrar al Uber me llevé la bofetada de la belleza de Meritxell, que me hizo comprender que era más fácil calcular el algoritmo de Google que los pliegues de sus labios. Eran unos labios tan grandes y carnosos, en fin, que Meritxell siempre viviría condenada a no poder decir la palabra Pamplona. 

-- Suba, Garcia, que nos vamos arreando. Le explico por el camino.

Lo que me explicó Meritxell era poco. Que al decir en jefatura que traía un mensaje del malogrado Puigdecabanes, y que ese mensaje era, ni más ni menos, que la posibilidad de obtener urnas de una manera discreta y fiable, jefatura había hecho la ola. 

-- Eso sí. No se aterre cuando vea lo que verá. Ya le dije que, desde lo de la virgen, están muy místicos.

-- ¿Dónde vamos? Me está llevando en dirección opuesta al Palau de la Generalitat.

-- Le dije que estaban, en asamblea permanente, en la War-Room. Y allí que vamos.

El Uber se dirigió a la Serra de Collserola, ese conjunto de montañas que rodea a Barcelona. En un punto dado, abandonamos la carretera asfaltada, y nos adentramos en un camino. El camino se hacía cada vez más angosto, de manera que, finalmente, impidió el paso al Uber. Hicimos la última parte del tramo, sumamente agreste, a pie. Hasta que llegamos a una cima, en la que pudimos ver lo siguiente. Nada. 

-- Aquí no hay nada, Meritxell.

-- Espere.

Al poco vimos acercarse una figura. Era un hombre vestido con el hábito franciscano. Cuando lo tuve frente a las narices, vi que se trataba del agente Borinot, compañero de fatigas de Meritxell. 

-- Ave Maria.

-- ¿Es una contraseña, Meritxell?

-- No. Es así.

-- El President y el Vicepresident le están esperando. Pero antes, debo hacerle una pregunta enojosa. ¿Lleva algún arma, o algún elemento religioso multiconfesional?

 -- Está limpio, Borinot --Dijo Meritxell.

-- Entonces, sígame. Meritxell, lamento decirlo, pero será mejor que no vengas. Estamos intentando crear un ambiente espiritual, nítido y puro, y tu presencia puede desconcentrar a nuestros líderes. Te ruego que nos aguardes aquí.

Meritxell chistó y puso cara de fastidio. Pero era evidente que se la traía al pairo acceder a ese aludido núcleo espiritual, nítido y puro. Por otra parte, se diría, Meritxell nació consciente de que su presencia desconcentraba, en efecto, hasta a una máquina expendedora de tabaco.

Descendimos de la cima por otro acceso. Por el camino, el agente Borinot me explicó adonde íbamos. Se trataba de la cabaña del eremita Sant Josep de Recollons. Edificó su cabaña en estas crestas de Collserola, desde la que podía ver todo el Plà de Barcelona. Un día del siglo XVII observó cómo la armada francesa se aproximaba a la ciudad, por lo que abandonó toda actividad para rezar y ayunar, y así evitar un ataque cruento a la ciudad. La ciudad fue masacrada. Pero, gracias a sus oraciones, se pudo salvar la imagen de la Verge de les Mandunguilles. La imagen fue el epicentro de la fe barcelonesa durante seis meses. Los que tardó en volver la armada francesa, a acabar con el trabajo. Sant Josep de Recollons tuvo aquí una crisis espiritual. Si bien los manuscritos difieren, se dice que, bajo el nombre de Jhonson, fue visto en alguna taberna, realizando espectáculos de la tradición barcelonesa. Finalmente, tras un momento de contrición y sincero arrepentimiento, volvió a su cabaña, acompañado por un rudo marinero que, hasta el momento de su muerte, le acompañó en su fe.

-- A Presidència le pareció que esa humilde cabaña, que en su día salvó Barcelona de su suerte gracias a la fe, era el indicado para establecer las decisiones en estos momentos de zozobra. 

Llegamos hasta, en efecto, una cabaña. Borinot me invitó a acceder a ella. Entré. En los escasos metros cuadrados, y en la oscuridad, distinguí dos figuras orantes, y también con el hábito de San Francisco. Eran Puigdemont y Junqueras. Estaban en trance, de manera que me hice notar.

-- Ave María. Soy el enviado de Puigdecabanes.

El Presi y el Vicepresi abandonaron su trance, del que salieron, saludaron y, posteriormente, emitieron parabienes de Puigdecabanes.

-- Pobre Puigdecabanes. Hoy mismo hemos leído la noticia que hablaba de su lamentable muerte --Dijo Puigdemont.

Rayos. Habían leído mi artículo.

-- Ha sido reconfortante saber que, en todo caso, murió como un buen cristiano, intentando evangelizar a los indios motilones --Dijo Junqueras.

-- No somos nada. Bueno, al turrón.

-- ¿Al Turrón?

-- Bueno, hemos venido a hablar de lo de las urnas, ¿no?

-- Sí, ya, pero una vez muerto Puigdecabanes, no hay urnas. Deberíamos desconvocar el referéndum --dijo Junqueras.

-- De hecho, en la última conversación que tuve con Puigdecabanes --Dijo Puigdemont--, me dijo que si moría, lo haría por Catalunya y bla-bla-bla, pero también que, si llegaba ese extremo, desconvocáramos el referéndum.

-- A mi también me lo dio --Siguió Junqueras--. Lo recuerdo como si fuera ayer. "Nen, si muero, desconvoca la cosa. Sí, ya sé que no querrás, pero no podrás negar a un muerto su última voluntad".

Eran buenos en lo suyo. Pero yo también. 

-- Puigdecabanes no ha muerto.

Noté cierto fastidio en mis interlocutores al decir esto.

-- ¿No ha muerto? Qué alegría me da.

-- Sí, me ha levantado el dia.

-- No ha muerto. Ha simulado su muerte. Ahora mismo está en Barcelona, con 8.000 urnas.

La noticia, se notaba, no les hacía chispa de gracia.

-- Hummm... Claro, eso nos iría muy bien para hacer un referéndum.... que queremos hacer --Dijo Puigdemont a Junqueras.

-- Claro, claro, lo queremos hacer... A menos que, por lo que fuera, no quisiéramos --Contestó Junqueras.

-- Pero, queremos, queremos. Porque lo queremos, ¿verdad?

-- Lo queremos. Es más, yo no sería jamás el primero en decir que no se hace. ¿Lo serías tú?

-- ¿Quién ha dicho que no se hace? Se va a hacer sí o sí.

-- ¿Dónde hay que firmar para ir a buscar las urnas y abrazar a Puigdecabanes, ese patriota?

Había asistido a una de las célebres crisis del Procés, en las que todo el mundo quiere rajarse, pero nadie quiere ser el primero en hacerlo.

-- Tenemos que hablar antes de lo material. Son 500.000 euros.

-- Me parece excesivo -Dijo Puigdemont.

-- A mi también -Dijo Junqueras.

-- Si bien, también es excesivo ponerle precio a la democracia.

-- Si, de hecho, no es excesivo.

-- Es más, me parece barato.

-- Lo doblamos. Por la democracia.

-- Lo doblamos, no. Lo triplicamos. Y, además, le regalamos un globo.

Rayos. Era imposible hablar sin crear una nueva crisis en el Procés, que era superada, inmediatamente, con un campeonato a ver quién tenía más huevos.

Como pude, les expliqué mi plan para recibir las 8.000 urnas e, importante, no ir al trullo por ello. Se quedaron pasmados. Finalmente fijamos la entrega, hora y lugar, como tenía previsto, para el día de mañana.

Mi plan infallible iba a todo tren.

 

Capítulo XIX. Europa toma nota

RESUMEN DE LO PUBLICADO: García prosigue con su plan para proveer de urnas a la Gene, a cambio de lo que no está escrito.

 

Una vez cerrado el business, el agente Borinot me acompañó hasta el punto en el que me aguardaba Meritxell. Ese recorrido, sumamente pedregoso, lo realizó de rodillas, en un gesto que, según me explicó, no podría ser ignorado por Europa, de manera que Europa --esa burocracia a la que, por otra parte, no le impresionaría, ni siquiera, un millón de refugiados sirios vestidos de Meritxell-- tarde o temprano presionaría al Gobierno Central por un referéndum. Admiré la fe de Borinot. Y la puse a prueba. Le pedí 20 euros para un taxi, pero acabé levantándole 40. Hoy habría barra libre en el Mercadona. Yupi.

Cuando llegamos al punto de reunión con Meritxell, Borinot se despidió, y volvió a la War-Room haciendo el pino, supongo que en otro gesto que impresionaría tanto a Europa que, inmediatamente, tendría que ir a una farmacia a tomarse la tensión. Meritxell, por cierto, no estaba. La estuve buscando por los alrededores. La encontré detrás de un matojo y haciendo algo muy extraño. Estaba sentada en una roca, enseñando al mundo su liga y unas piernas, dos, que el mundo jamás comprenderá. Pero eso, que me hizo hacer chiribitas, no era lo más impactante. Acariciaba un ciervo que, dócil, se dejaba sobar. No les voy a engañar: lo primero que pensé fue en comprarme un disfraz de ciervo, pero ya. Incluso pensé improvisar, ahí mismo, una cornamenta con unas ramas, que empecé a cortar con la boca, de manera desesperada. Lo segundo que pensé, ya más sereno y con la boca llena de palitos, es que toda esa escena era muy rara pues, en primer lugar, los ciervos son de por sí desconfiados y huidizos, según asegura, cada tarde, el Discovery Chanel. En segundo lugar, y no menos extraño, en Collserola no hay ciervos desde el neolítico, momento en el que se aburrieron y se fueron. Meritxell, una chica dinámica y flemática, a la que nunca pillabas en un renuncio, se quedó, a su vez, sorprendida al percatarse de mi presencia. Dijo algo a la oreja del ciervo, y el ciervo, tras cuadrarse, se fue pitando. Por lo que sea, había visto una faceta de Meritxell que Meritxell hubiera deseado no enseñarme.

-- Que, ¿cuánta pasta les ha levantado?-- dijo, cambiando de tema, y como si no hubiera pasado nada.

--Finalmente, los 500.200 euros. Me los entregarán mañana, cuando vean la mercancía.

En el camino de descenso hasta el Uber, caí en otro detalle, del que no había sido consciente en el viaje de ida y que, ahora, volvía a repetirse. Si bien yo caminaba por la montaña como podía y, alternativamente, echando el bufo y el hígado por la boca, Meritxell caminaba por la montaña como Pedro por su casa y más fresca que una lechuga. Una lechuga sexy, quiero decir, tal vez una escarola, esa lechuga con enaguas. Y todo ello lo hacía a pesar de gastar unos tacones que la NASA hubiera calificado de imposibles en esta dimensión. Estaba claro que Meritxell podría ser, si se lo propusiera, la primera alpinista en subir al Everest sin bombona, con unos Manolo Blahnik, y con una cuadrilla de sherpas bizcos, que es como se me estaban poniendo a mí las cuencas de los ojos al ver avanzar, desde su lado posterior, a Meritxell. En mi ignorancia de la vida, no sabía que estaba presenciando indicios que serían determinantes en el final de esta historia. Toma spoiler.

En el Uber, y mientras íbamos, por gentileza de Meritxell, a mi despacho, ella volvió a interesarse por las evoluciones de mi plan.

-- Entonces, ¿ha colado?

-- Ha colado. Pero tengo un problema. Quieren ver a Puigdecabanes, y estrecharle la mano a ese patriota. Y la cita será mañana. Vamos, que como no espabile...

-- ¿Y qué problema hay? ¿No me dijo que usted conocía a Puigdecabanes?

Touché.

-- Es un simple problema de agenda-- improvisé-- Mañana Puigdecabanes tiene pilates.

En el Club de Cánnabis Luxurious, me encontré con Estadella que ya me estaba esperando.

-- ¿Novedades, Garcia?

-- Todas las del mundo.

-- Cante.

-- Canto. Mañana a las 21:30, se realizará la entrega de las urnas, en un punto que proximamente le indicaré. Usted llega, las retira, se pone la medalla y se pira. ¿Mola?

-- Mola. Pero no es suficiente. Queremos más. Entréguenos a Puigdecabanes.

Jodo. La cosa se complicaba.

-- Quería decir que usted retira las urnas, se pone la medalla, detiene a Puigdecabanes y se pira. ¿Mejor?

-- Mejor.

No me preocupaba entregar a Puigdecabanes. Estadella había firmado un acuerdo --recuerden, la hoja en blanco que, previamente, firmó el Señor Chang-- que exoneraba tanto a Mister Chang como a Puigdecabanes de cualquier delito, siempre y cuando entregaran las urnas. Lo que me preocupaba es que no disponía de ningún Puigdecabanes para dar el pego. Sí, había pensado en el cuñado del Señor Chang pero, según había podido apreciar esta mañana, el cuñado del Señor Chang no estaba para farolillos. Es más, si al mundo aún le quedaba algo de sentido y razón, debería estar en el hospital.

Intentando que Estadella no pillara mi estrés, cerré el trato, y recogí los 200.000 euros pactados. Era billetes de 500, como pedí, más que nada para saber si, en efecto, los billetes de 500 existían, o eran una leyenda urbana. Posteriormente a esas evoluciones por cierto, Estadella volvió a ponerse más caliente que el asfalto en Écija para, segundos después, y como era habitual en su flow, quedarse ceporro. Cuando entornó los ojos se llegó hasta mí, desde otra mesa, el señor X, en 3, 2, 1.

-- ¿Novedades, García?

-- Verá Señor Equis... ¿Puedo llamarle E?

-- No me apee el trato. Para usted sigue siendo Equis.

-- Pues verá, señor Equis. Sé de buena tinta que las urnas las reciben mañana, a las 21.00. horas. El lugar le será indicado, amablemente y sin incremento alguno del importe pactado, vía wasap. Son, en total, 200.000 euros.

-- Aquí los tiene. No me falle.

-- No le fallo.

-- Y, por Dios, haga algo con Estadella. Se le está cayendo la baba.

El señor X se fue. Me quedé a solas con Estadella, que seguía en brazos de Morfeo, otra divinidad que, ahora lo sabía, existía, y con la que, cuando vivía con Esparraguera, podría haberme topado en mi piso en cualquier momento. Para matar el rato pinté, con rotulador indeleble, un bigote a Estadella. Luego pregunté a una Chica Bond por Mòquina, con la esperanza de invitarla a un cortadete. Pero Mòquina, según se me comunicó, había acabado su turno. Sin nada más que hacer que ir al Mercadona --hoy podría permitirme acceder a Vegetales, Casilácteos y Mamíferos Muertos por Causas Naturales, yupi--, decidí invertir unos minutos en repasar mi plan.

Mañana a las 16:00 horas el CNI acudirá a Ta Puta Mare Feliç a recoger el alijo de ratones inoculados y a desinfectar el local, que quedará tan limpio que, es un decir, se podrá comer en el suelo. A esas horas, el Señor Chang ya tendrá las urnas en un camión, rumbo al punto solitario y discreto que le he facilitado, en el centro de la ciudad. Para entonces, el Señor Chang, por cierto, ya habrá cobrado los 200.000 euros de, respectivamente, el CNI y la Brigada Catalana. En total, los 400.000 que les prometí. A las 20:30 vendrán Puigdemont y Junqueras a recoger las urnas. Y a darme, trinco-trinco, los 500.200 pepinos, que serán para el nene en su totalidad. Les entretendré hasta las 21:00 horas, momento en el que vendrá la Brigada Catalana, bajo la forma del Señor X, que se llevará las urnas, imposibilitando el referéndum. Puigdemont y Junqueras, por cierto, están al corriente de ello. Y no sólo al corriente, sino que están más contentos que unas castañuelas, pues podrán anunciar al mundo que no hay referéndum, no porque el referéndum está en pelota picada, sino porque la poli les ha mangado las urnas, en un gesto que indignará a Europa, que nos mira, etc. A las 21:30 vendrá Estadella, es decir, el CNI. Ya no habrá urnas ni, probablemente, nadie de la Generalitat. Le diré que las urnas se las ha llevado, inopinadamente, la Brigada Catalana. Diré, entonces, algunos tacos, mostraré mi estupor y maldeciré la descoordinación de las cloacas del Estado. Y tan amigos. Ay, no, que Estadella me ha pedido ver a Puigdecabanes.

Tengo un problema. Necesito un Puigdecabanes. Y, como no lo pinte, no sé de dónde lo sacaré.

Antes de salir del Club de Cannabis Luxourious, también caí en otro punto débil de plan. Meritxell me había advertido que el CNI pasaba de las urnas. Quería a Dios, No obstante, Estadella no me había dicho ni pío al respecto. ¿Había algún dato que se me escapaba? ¿Tendría alguna sorpresa no calculada?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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Autor >

Guillem Martínez

Es autor de 'CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de cultura española' (Debolsillo), de '57 días en Piolín' de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo) y de 'Caja de brujas', de la misma colección. Su último libro es 'Los Domingos', una selección de sus artículos dominicales (Anagrama).

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2 comentario(s)

¿Quieres decir algo? + Déjanos un comentario

  1. pepa

    Las venturas y desventuras de García; el monstruo más simpático y veraz del mes.

    Hace 6 años 8 meses

  2. Admunsen

    Tato? Tato? Estás por aquí?... TATOOOOOOOO!!!

    Hace 6 años 8 meses

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